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Sin amor, sin cabeza

«Lo único que debes hacer, es prender un par de velas negras y repetir esta oración seis veces a la media noche» le dijo el diablo entregándole un papel, sin decir más desapareció. Zulema sintió mucho miedo. Pasaron dos horas y se quedó profundamente dormida. Estaba ahí, en sus brazos otra vez, sintió su aroma, sus manos, sus caricias y sus besos. Era Orlando, estaba ahí con ella. Cuando intentó hablarle despertó, vio el reloj y eran las doce de la noche. Se acostó otra vez y trató de conciliar el sueño, pero solo le brotaron lágrimas, cada una de ellas humedecían más la almohada. Unos minutos después ya estaba de pie encendiendo las velas y buscando el pergamino.

Al término de la oración sintió un cosquilleo y su cabeza se elevó. Por los aires se encaminó, vio las estrellas y se dirigió a buscarlo atravesando los árboles y demás vegetación. Llegó, su cabello estaba desordenado y su rostro herido. En ese momento no le impresionó que no tuviera brazos, piernas o cuerpo. Tras múltiples intentos no pudo entrar, pero estaba feliz de verlo a través de la ventana. Los perros al sentirla iniciaron a ladrar, se oían lamentos un repetitivo “tac tac tac”. La cabeza asustada decidió volver a su cama, pasó por la cocina de leña e inexplicablemente se revolcó en las cenizas como un cerdo contento.

A la mañana siguiente los vecinos comentaban de la visita de un extraño ser, muchos restos de cabello quedaron entre las ramas y todo el pueblo escuchó los lamentos y el extraño sonido que emitía. «Es el humantacta» señaló con seguridad un anciano. «Debemos atraparlo, pues solo traerá desgracia al pueblo. Si capturamos la cabeza y no llega al cuerpo al amanecer, morirá». Minutos después, Zulema despertó muy adolorida, pensando aún en el sueño muy raro que había tenido. Tenía la cabeza adolorida, como si alguien le hubiera arrastrado de los pelos, y ni qué decir de la ceniza que estaba incrustada en su cabellera.

Doña Saida, al oír las habladurías del pueblo, fue al campo y trajo varias espinas grandes con las cuales rodeó su pared, «Te atraparé arpía» dijo muy enojada. En la noche profunda se escuchó otra vez “tac tac tac, tac tac tac”, era ella. Al pasar varias horas Doña Saida escuchó lamentos que venían de las afueras, cerca de su pared. Aquella criatura lloraba «Orlando, te amo. Por favor ven conmigo. Ven conmigo» rogaba. A la mañana siguiente la señora aventó la cabeza en medio de la plaza. Todo el mundo lamentó el hecho, era Zulema, muchacha a quien Orlando había enamorado. Todo acabó cuando en media fiesta, Orlando acompañado de su madre gritó «Yo no te quiero Zulema». La chica había llorado por días, se alejó de su familia y se instaló en una casa abandonada. Por otra parte, Doña Saida encerró al muchacho en casa.

Aquel día todo el pueblo quedó afligido, enterraron a la difunta, mandaron a avisar a los padres de la muchacha su triste final. En la noche todos se acostaron temprano a manera de duelo. De pronto a lo lejos empezó a sonar “tac tac tac, tac tac tac”, algunos asomaron sus cabezas. «Tac tac tac, Zuleeeema ¿Dónde estás?» decía esta voz. Todos cerraron sus puertas y ventanas.

Hoy, aún está ahí afuera, es el “humantacta”, una cabeza voladora, que va buscando a su amada. Vigila a las niñas y jovencitas en silencio, en algún momento se oye “tac tac tac, tac tac tac”, espera pronto encontrar a su amada.

 

Por Félix Quispe Osorio

Jauja – Junín, 1994. Cursó la especialidad de Español y Literatura en la UNCP. Ha publicado el libro de microrrelatos “PRESENCIAS MÍNIMAS” 2018; el poemario “HOY ES SIEMPRE TODAVÍA” 2019; la plaqueta de cuentos “LA PROTECTORA” 2021. Finalista en el Primer concurso de microrrelatos Bibliotecuento 2016 organizado por Equipo de Biblioteca de la Casa de la Literatura Peruana. Mención honrosa V Concurso de microrrelatos Realidad Ilusoria 2018. Segundo puesto I Concurso de cuentos Edgardo Rivera Martínez – Jauja 2018.

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