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Con amor, remitente

Era la primera vez que recibía visitas desde hace poco más de veinte años, no tenía idea de cómo tratarla, ¿acaso debería de ofrecer un poco de té? , ¿un poco de café? , ¿galletitas? Como sea no tenía nada eso, en mi alacena lo único que quedaba era un poco de vino y unas cuantas latas de garbanzos. Mi modo de vivir era un poco más austero, no solía comer nada dulce, así que por ningún rincón de la casa existía algo parecido; nada de azúcar, nada golosinas, ni siquiera frutas ni cualquier otra cosa exquisita para los demás que para mí era más bien asqueroso, todo eso me lo tenía estrictamente prohibido pues me recordaba al dulce aroma de su ser, me recordaba al amor.

Mi visita estaba un poco consternada con mi modo de vivir, tanto que me había seguido a casa, en realidad, no era una visita, más bien era una intrusa, una clase de esos nuevos reporteros, de esas personas que vaciaban su vida entera en una mochila y salían al mundo en busca de su propósito en la vida; dudo que lo haya encontrado, de lo contrario no llevaría puesto esas horribles sandalias que dejaban claro que prefería conectar con el planeta por medio de la planta de sus pies.

No paraba de mirarme, asombrada por lo resuelta que parecía mi vida. Mi casa pequeña y modesta, tenía todo lo que pude haber soñado, un librero que iba del techo de la estancia hasta a el suelo, un hermoso jardín que con tanto esmero lo había convertido en un huerto y una hermosa vista hacia el mar, con todo eso no necesitaba salir en busca de más, así que prácticamente solo salía los miércoles, eso sí, sin falta, pues los fines de semana había bastante gente intentado “divertirse” bajo el sol, los viernes el espíritu fiestero estaba a tope y prefería dejar el jueves solo por si acaso. Sumergida en mis pensamientos, ella los interrumpió con una pregunta un poco inesperada,

–¿Por qué no envió esa carta?

Estuve a punto de pedirle que se fuera de mi casa, pues qué clase de persona mete las narices en correspondencia ajena. Después de mirarla me di cuenta que se refería a una carta que había enmarcado o más bien, un sobre cerrado, colgada en mi estancia; claro, al estar a la vista era seguro que alguien algún día me preguntara la razón de ser, pero como nunca recibía visitas, olvide que estaba ahí (o al menos eso quisiera), respire profundo, tome una copa, vertí un poco de vino en ella y se la ofrecí, yo tome la botella, me senté, tome un sorbo directo de ella, mire la ventana y le dije

–Esta historia no es tan larga, así que ni te molestes en tomar asiento

Pero como era de esperarse, se sentó frente a mí, esperando un monologo de amor interminable. La miré y le dije

–No tengo idea de para quien era

Me miró un poco confundida y dijo

–¿Pero usted la escribió, no es así? – en su rostro se notaba que de verdad intentaba entenderme

–Eso parece – le dije casi al instante

Ella se levantó dio un par de vueltas, se acercó hacia la carta totalmente cerrada y enmarcada, la miro fijamente por unos segundos y como descifrando su contenido, finalmente dijo

–Estoy segura que era para un gran amor – dirigió su mirada hacia mi con el rostro iluminado por una idea de una gran historia de amor

–Existe una posibilidad de que así lo fuera o todo lo contrario, verdaderamente no lo recuerdo

Ella se sentó lentamente, miro la vieja cicatriz que estaba justo arriba de mi ceja derecha y aún con más interés me miró

–Si, tuve un accidente hace tiempo, aproximadamente unos 30 años, y desde entonces mi vida es exactamente como la ves ahora, no recuerdo nada antes del accidente así que toda mi vida está dentro de esta casa

–En esa carta debe de venir alguna respuesta de su pasado, ¿no lo cree? – sus ojos se abrían cada vez más por la impresión de mi historia

–Puede ser, pero nunca la abrí, ya tengo suficiente de tantas cartas

Le di un gran trago a la botella, y harta de la charla me levante de un solo golpe y me dirigí hacia el librero, tome una caja que se encontraba arrinconada y se la di a la intrusa que llevaba poco menos de una hora en mi casa que más bien parecía como si llevara todo el día allí, cuestionándome de lo que es o pudo ser, se la deje sobre su regazo y dije:

–Toma eso y lárgate de una vez

Ella no dijo nada y abrió la caja, para su sorpresa estaba repleta de más cartas, pero a diferencia de la anterior estas se encontraban abiertas, tomo una, la saco de su sobre amarillento por los años, la extendió y leyó en voz alta

–“Aún recuerdo cómo solías mirarme y sonreírme, eres como un rayito de sol en medio de una tormenta de nieve, calmas mi alma y haces sonreír mi corazón. Aún recuerdo tus brazos rodeando mi cuerpo, me parece que si cierro los ojos y me concentro con fuerza puedo oír el latir de tu corazón”

Tomo otra y leyó

–“Ya odiaba ese clima pero ese día siempre lo recordaré como el más frío de mi vida, y eso no es lo peor; eso sucedió en cuanto tome un puño de tierra, miré hacia abajo y lo lance hacia el ataúd. En ese momento supe que odiaba el sentimiento de amar a alguien, odiaba el amor, incluso más que el clima frío”

La intrusa se detuvo, bajo la mirada y solo se escuchó como un susurro - “lo siento” – Tome su copa y bebí hasta la última gota, pues no quedaba nada en la botella, me acerque hacia la carta enmarcada y dije

–Esta es la única que no abrí, después del accidente, nadie vino a verme más que una amable enfermera que me cuidaba en el hospital, prometió venir cada semana a ver mi progreso pero con el tiempo dejo de venir. Solo hubo una vez, un año después del accidente, recibí una llamada, no recuerdo su nombre pero ella si recordó el mío, me dijo que se había enterado por azares del destino de lo que me ocurrió, me dijo que en cuanto me mude poco a poco me fui desapartando de mi vida anterior. Me conto algunas cosas sobre mí, me dijo que era una persona muy creativa, enamorada del amor, con gran luz y alegría que contagiaba de felicidad

–¿Le habló sobre las cartas? – me pregunto la intrusa, con tono insistente

–Le hablé de las cartas, que para ese entonces ya había leído todas, ella me dijo que tenía una extraña afición, podría pasarme horas y horas imaginando todas las posibilidades existentes de una misma situación, tenía que estudiarlas todas y cada una de ellas de lo contrario no me sentía satisfecha. Me dijo que amaba tanto mi libertad y soledad que nunca creyó que me fuera a enamorar

–¿Entonces las cartas son falsas? – su expresión era entre alivio y dolor

–Todas menos una, una de ellas tiene que decir la verdad, o al menos eso creo…

–¿Y qué más le dijo? - pregunto deseosa de saber más

–Después de eso no me dijo gran cosa y se cortó la llamada. Por cuestiones de presupuesto tuve que quitar el teléfono y desde entonces nadie más me ha buscado. Para aliviar tu sed de curiosidad, todas las cartas abiertas tienen un final desalentador

–¿Y no tiene un poco de curiosidad por saber qué final tiene esa última carta? – señalo el cuadro de la estancia

–Prefiero vivir con ese tormento a descubrir que la única persona que… bueno ya tienes lo que quieres, ahora largo

Se levantó de pronto, miro todas las cartas abiertas y dijo

–Estoy segura de que esa última carta tiene la historia de amor de sus sueños

La miré, sonreí y dije

–O no. Siempre que pienso en como era antes del accidente me imagino a alguien como tú, una joven llena de dudas sobre el amor, ahora más bien lo que tengo son respuestas; ¿qué es el amor? una pérdida de tiempo, ¿vale la pena enamorarse? rotundamente no, ¿en alguna vertiente de la historia él me amaba? desgraciadamente no. Créeme, estudie todas y cada una de ellas, y en ninguna me amó; ¿mi vida hubiera sido diferente si esa carta tuviera lo que mencionas? Si, sería espantosa y vaya que ya lo era.

 

Por Anahí Hernández

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