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Su último beso


Ambos supieron que había algo peor que besar a la persona equivocada. Y era desearlo. "El ruiseñor" (2015), Kristin Hannah

Villa Urquiza. Ciudad de Buenos Aires. Primavera de 2021.

Esa tarde Fernanda salió más temprano del estudio jurídico. No tenía temas urgentes que resolver y el día siguiente a primera hora tenía una audiencia a la que deseaba concurrir descansada. Saludó sonriente al encargado del edificio de oficinas y caminó feliz hacia la calle Uruguay, allí dobló en dirección a la avenida Corrientes. Tomaría el subterráneo, por lo que en menos de media hora llegaría a su casa. Iba mirando el paisaje, un poco distinto al de la mañana, poblado de litigantes. El sol de tarde iluminaba a personas más relajadas que caminaban, como ella, sin prisa en diversas direcciones. Al llegar a Lavalle se detuvo ante el semáforo en rojo. A su lado quedó parada una joven a la que seguramente doblaba en edad, entre otras personas a las que no prestó atención. Desobedeciendo las señales del semáforo un joven cruzaba la calle hacia ellos, esquivando a un taxi que circulaba en forma lenta. “Que irresponsable” pensó Fernanda, casi siempre apegada a las normas. Por algo había estudiado abogacía como su padre y su hermano mayor. El joven se dirigió sonriendo, casi riendo, hacia donde estaba la joven vecina de espera. Ella lo vio y exclamó algo que Fernanda no puedo entender. Ellos se abrazaron, muy fuerte dando algunos saltitos. El semáforo se había puesto en verde para los peatones, pero Fernanda no atinaba a retomar su paso. Quedó atrapada en esa escena que transcurría a su lado. Se separaron lentamente y comenzaron a besarse, en forma apasionada. Se perdieron en un beso sin fin. Seguramente todo el entorno de personas y vehículos que los rodeaba había desaparecido para ellos. Fernanda retomó la marcha. Pensó cuanto hacía que no se besaba así con Rodrigo. En verdad ni con Rodrigo ni con nadie, concluyó. Ni siquiera se acordaba cuando había sucedido su último beso.

Bajó a los saltos la escalera hacia los andenes. Enseguida entró a la estación una formación. Por suerte no estaba muy llena. Al pasar por la estación Medrano, decidió que le daría una sorpresa a Rodrigo. Era necesario dar el primer paso para combatir la rutina en la que habían perdido el amor, algunos años atrás. Revivir todo aquello que los hacía tan felices. La alegría de los encuentros, las risas, la pasión. Decidió ser ella quien lo haría, y no el lunes que viene como los comienzos de las dietas, sino ese mismo día. Esa tarde al llegar a su casa. Se bajó una estación antes de lo acostumbrado, es decir en Echeverría. Quería comprarle a Rodrigo la funda para su laptop que se le había roto unas semanas atrás. Como muchas otras cosas iba quedando como un problema más sin resolver. Entró en la clásica librería del barrio. Desde unos años atrás estaba transformada en un gran autoservicio. Tan distinta a cuando iban con su madre a comprar los útiles escolares y las atendían vendedores muy formales y bien dispuestos. Buscó entre las fundas en exhibición y se decidió por una de color azul. A Rodrigo le gustaba mucho ese color que ella más bien detestaba. Pidió en la caja que se la envolvieran para regalo. Lo guardó en su cartera al salir de la librería. Sería una sorpresa, no quería que él viera el paquete al llegar. Caminó de prisa esas dos cuadras que la separaban del departamento. Seguía sonriendo, pero su corazón latía un poco más rápido que de costumbre. En la puerta saludó a la encargada que conversaba con la vecina del primer piso. Intercambiaron alguna frase relativa al clima tan benigno de esa tarde. Entró al ascensor que, por milagro, estaba en Planta Baja. Apretó el botón del tercer piso y se miró al espejo arreglándose, algo nerviosa, la ropa y el cabello. Bajó por el palier privado. Buscó las llaves en la amplia cartera negra y abrió con un poco de esfuerzo la puerta blindada. Entró sonriente al comedor. Rodrigo estaba mirando la televisión, un partido de fútbol de los tantos que emiten los canales deportivos cada día. Ni siquiera la miró. Fernanda iba perdiendo la sonrisa y retomaba el estado natural de tensión defensiva que casi siempre la invadía frente a su marido.

“Te olvidaste otra vez de poner la alarma cuando saliste. Al final un día de estos se van a meter ladrones en casa…a vos parece no importarte nada” dijo en tono de reproche Rodrigo, sin sacar sus ojos de las figuritas que se movían confusas en la pantalla de TV.

Fernanda desvió su camino hacia él y se dirigió a la habitación sin responder, conteniendo el llanto.

 

Por Miguel Angel Acquesta

Nacido el 2 de junio de 1949 en Núñez. Licenciado en Psicología. Publicó artículos científicos y libros de la materia. Diversos cuentos integraron revistas literarias y antologías. Becario del Fondo Nacional de las Artes en Letras, produjo “Luces en la oscuridad. A 21 años de la masacre de Ramallo” -inédita. Publicó “Relatos Urbanos” Editorial Vanadis. 2021 e “Historias de asfalto” 2022.

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