Mi dulce niña, mi doncella caballero, ¿Estás lista? ¡Feliz Cumpleaños! Tienes todo lo necesario para anunciarte en el reino de las ilusiones. Sabes que convivirás con los otros, con los que revientan la realidad entre sus susurros hechos alborada. Sé que ahora no te da miedo morir y unirte a su canción hecha promesa. A mí me daría miedo. Porque contemplo ahora como tus heridas se abren paso como burbujas de jabón en ese cuerpo que apenas recién cambió, y, aun así, me sonríes conmovida.
No sólo porque me reconoces, sino porque conservas en tus memorias buenos recuerdos de tu vida, pese a que la pobreza siempre te acompañó.
¿Sabes? Apenas te convertiste en mujer y ya estás hecha un desastre desde que recibiste el primer impacto de la espada y el martillo de la guerra. No olvides que, pese a que es corto tu tiempo en esta realidad, eres valerosa y tienes mucho por lo que preocuparte, porque hay mucho de lo que preocuparse siendo tú. ¿Por qué? Te veo.
Te convertiste en la más dulce de las flores, y, desde ahora, desde tu lecho hecho barro, escuchas todo lo que tengo que decirte: dormirás un poco hasta que nos volvamos a encontrar y la etérea juventud que te acompaña, le encantará a quién se convertirá en la razón de tus suspiros.
Ah, sí. Alguien te espera. Por dónde empezar. ¿Por dónde empiezo? Ah, sí.
Contempla el espejo de los campos que pululan en nuestra realidad amanecida ya por la sangre de batalla, esa que, derramada del inocente, abre un portal que conoces y que atisbas ahora con la gracia del querer vivir que apura en el rocío de tu cuerpo. Revienta ya el algodón que nombra a las mareas de Belthoriana, esa marea que separa la realidad de la fantasía. Fantasía hecha cruel inocencia.
Sin embargo, puedes evocar, con tu sangre azul, verde, roja y amarilla, como el nombre de todos los justos emisarios son colectados como en otros tiempos: como la entereza de sus nombres hechos obsequios. Hechos susurros; susurros que destellan la razón de existir en el plano de la imaginación, que, los jóvenes como tú, poseen entre todos los pilares conscientes.
Si bien son sólo nombres, hay muchos que provienen de los labios que besaron a la manzana acaramelada que dentelló en la suerte del príncipe, la maldición que cayó sobre la insolente princesa, el baile que ejecutó la malvada madrastra, y los tuyos, que recibieron el más anhelado beso de amor verdadero.
Y es que en nuestra vasta realidad, los nombres de los otros provienen de todos los humanos. Nos lo otorgan en el día de todos sus cumpleaños: cuando apagaron las velas y pidieron deseos imposibles de cumplir, cuando devoraron el delicioso pastel que confeccionó el arduo trabajo de sus seres queridos, cuando reventaron los globos de la fiesta. Cuando, cuando, cuando.
El mío proviene del joven que yace moribundo junto a ti, y, que me fue dado, cuando celebró sus siete cumpleaños. Y, el de tu noble caballero, lo acabas de pronunciar con ese deseo que tienes de no querer ahora irte del todo. ¿Qué? ¿No lo ves? ¿Por qué lo dices? ¿No lo escuchas? ¿Dices que invento todo? ¡Por supuesto que no!
Él pronto acaricia tus mejillas con sus dedos de oro y marfil edificado. Y tú, guerrera amada, le sonríes con dicha inevitable pese a que temes perderte en el olvido, porque sabes que ahora existe por y para ti. Ha venido a ti.
Ves su cabeza coronada de una guirnalda de estrellas, una corona que, recuerdas, dibujaste en una servilleta usada. En tu realidad las servilletas fueron un recurso necesario cuando los cuadernos y las libretas, donde se acostumbraban a contar preciosos sueños, desaparecieron para siempre. Recuerdas que fuiste descarada al soñar con su nombre muchas veces, y, lo paladeaste, incluso cuando le rezabas a tu dios entre mudas oraciones.
Sonríes al recordar, pero, la sonrisa se apaga en tu rostro por unos instantes, porque, de entre todos los que recibimos ahora los nombres más soñados, te das cuenta que tu bestia ha vivido mucho tiempo en soledad. ¿Por qué soledad? ¿Tristeza? Te preguntas conforme él te cobija entre sus poderosos brazos y recibes la calidez de sus porvenires. ¿No conoces nuestra suerte antes de encontrarlos en situaciones similares?
Él te escucha susurrar su nombre elegido, que fluye de tus labios como una promesa que se entreteje con el tiempo, y te besa con el decoro de una rosa recién abierta. Porque son rosas las que le sirven de adorno a su apariencia de bestia destellada.
Él no entiende la razón de porque guerrean en la tierra finita en la que vives. Y tú, con tus últimos sollozos y alientos conmovidos, le explicas que guerrean en nombre de un amor que hace mucho se marchitó y desapareció de los corazones de otros más que soñaron, como ellos, hará mucho atrás. Antes de convertirse en adultos vestidos de grises quebrantos.
¿Corazones marchitos? ¿Corazones que dejaron de soñar?
“Sí” le dices. “Soñé contigo y con todos los cuentos de hadas, antes de que la realidad nos gobernara. Ahora somos pocos los que aun guerreamos; no queremos que los sueños se extingan”.
¿Por eso la soledad se reflejaba en la mirada de tu bestia? ¿Por eso tu caballero no sonreía?
Él era el reflejo de un futuro gris que te esperaba al crecer; si dejabas de soñar sueños felices. De pedir deseos, de hacer el amor con la lluvia y el clamor del color del verano, de la primavera, del otoño y del invierno; si sucedía, lo perderías para siempre. La ventaja que tenían los que no dejaban de soñar, entre etéreas arenas, era que siempre seríamos suyos, aún si callaba la melodía de sus cuerpos hechos vida eterna, aun si arrancaban sus lenguas y los nombres destinados a todos nosotros. Aun si evitaban venerar a su dios.
Ves ahora cómo, ante ti, se abren las puertas del más allá, de los sueños, donde serás una con tu igual, con tu bestia delirada. El efebo andante con el que imaginaste, muchas veces, el convertirte en madre, en esposa, en compañera.
Él toma tu mano y la estrecha con la sabiduría que te brinda en tus últimos momentos, con el toque justo de un dulce clamor de cuna. Te sonríe, y tú le sonríes en cambio, porque sabes que ya te pertenece. Estás ahora con él, y también conmigo, cuando él hurta tu alma y no deja que tu cuerpo se pierda a la deriva.
Yo, te acompaño, al igual que acompaño a mi caballerito y, atrás, la realidad queda marchita, al que igual los sueños que una vez soñaron cumplir, desvanecidos. Y te digo en el más allá, en el para siempre de los para siempre, tú que yaces ahora iluminada como un magnifico sol de medianoche:
“¡Querida, ten un merecido Feliz Cumpleaños!”.
Por Vanessa Sosa
(Mérida, Venezuela, 1986)
Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Actualmente, ejerce como Docente en una institución. Es una escritora que se considera aprendiz y también autodidacta. Inició en el mundo de la escritura en el año de 2018 con pocos microcuentos y microrrelatos, que transformó después, en relatos más extensos. Se especializa en el género fantástico porque es el que más escribe, sin embargo, considera que hay mucho por mejorar.
Bellísimo!!!