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  • Foto del escritorcosmicafanzine

Te busco ¿dónde estás?

La conocí una fresca mañana de abril, mucho antes de que las olas del mar se llevaran sus recuerdos y yo, me esfumara de esta ciudad. Levanté la vista justo a tiempo para admirar el ligero brillo del sol que se ocultaba tras sus mechones color caoba.

Me dijeron que el tiempo no se vuelve a nuestro favor, pero se equivocaron aquel día al tentarlo. Coincidir con la mujer que no se ha de disipar de mis vacíos mentales fue, sin duda, el riesgo mejor logrado.

Abril aún se siente como el sonido agudo del reloj, una rutina aprendida anclada a mis pasos. Abril se recuerda como el camino recorrido unas mil veces y poco más, el concreto liso y gris ya acostumbrado al mecanismo diario.

Pero ese día era todo menos común; yo perdida dentro de mí misma y ella absorta del mundo que le rodeaba. Su rostro color canela y su andar inequívoco, su aroma dulce como la vainilla y el chispear de las comisuras.

Me gusta pensar en las causalidades, nuestro encuentro cumplió su cláusula cuando fijé la vista en el destello de su figura. Sí no fue un hecho ¿Cómo se le explica a la razón el amor de quien caminaba en sentido contrario a ti?

Andábamos en caminos dispersos pero en paralelo y ese día el cruce breve del universo nos eligió como punto de unión. Me gusta pensar en ello cada tanto, me gusta pensar en mi rostro sonrojado al mirarla, en mis pupilas inquietas por el inútil esfuerzo al ocultarme.

Por el rabillo del ojo conocí su indiferencia hacia el espacio ocupado a su izquierda, qué le importaba si el mundo ya era de ella, de sus causas y dialectos; una breve intromisión qué podría significar en el pequeño vacío.

Ese día continúe mi camino. Pensé un poco más en ella pero la olvidé al llegar al colegio, los exámenes finales eran pronto ¿por qué otorgar lugar al recuerdo de un rostro desconocido? Me supe equivocada al final del semestre.

Las horas y los días siguieron su curso, sólo quedaba una pizca de su aroma y el difícil recuerdo de la oscuridad en sus pupilas. Pronto todo volvería a ser igual, pero al doblar la esquina y encontrarme en línea a la calle principal, la realidad abrupta me doblegó.

La reconocí por el movimiento y color de sus cabellos después algo en mí se despertó, una descarga eléctrica me recorrió el corazón; las dudas, la vida. Un segundo de mi existencia entera fue sólo para ella; el instante enmarcado para la posteridad.

Oculté mis mejillas entre los mechones alborotados, bajé la vista y apreté con ligereza los labios. Caminé con la inseguridad expuesta, sabía que a unos metros estaba lo que más deseaban mis ojos pero yo sólo quería huir de ahí.

Caminé, caminé, caminé y el fuego ardió en alguna parte dentro de mí, no resistí y volví la vista para encontrar sus grandes ojos clavados en mi agonía. La mantuvo, me retó sin parpadear pero el miedo me atrincheró y la dejé atrás sin ratificar una sola vez mi cobardía.

Le recé a abril concluir su estancia como si aquello la hiciera desaparecer, no funcionó. Nos encontramos a la mañana siguiente, el día después a ese y otros días más. Siempre la misma escena, siempre miradas tímidas y risueñas, esperando más una de la otra.

Abril estaba por terminar, exhausta de la cotidianidad me prohibí los pensamientos sin porvenir. Esa mañana quise negarla con tiempo extra, pasos largos y jadeos entrecortados, fracasé.

Nos encontramos en el mismo cemento quebradizo, las mismas sombras avergonzadas, el aroma agridulce en el aire, las fisuras intangibles en el tiempo. Sólo una cosa cambió; se alzó una ligera sonrisa y su rostro se iluminó.

Quizá por inercia pero devolví el gesto al tiempo que ocultaba mis manos dentro del suéter y trataba de sostenerme del hilo de cordura. Nos abrazamos a ese instante donde éramos sólo nosotras dos, cinco segundos que nos descubrimos genuinas y completas.

Llegó mayo con cortos amaneceres, después vino junio con mañanas ahora ya más livianas; conté los días para concluir el ciclo escolar y conté un poco más sin certeza para volverla a ver, sin mucho éxito he de decir.

¿De qué servía despedir los días de ansiedad sí esperar por ella me hacía ahogar en un nido de dudas? La acepté como un momento más en mi vida, dejé de aminorar los pasos en su espera, de retrasar las salidas y girar por encima del hombro para buscarla entre la soledad.

La última semana de universidad y todo iba a terminar para mi paz mental. Concluí proyectos, rendí exámenes finales y bajé la guarda como bienvenida al verano. Y llegó, pero trajo consigo un hilillo de regocijo.

Pasarían al menos seis semanas para volver a caminar sobre ese pasillo, así que me permití bajar el ritmo. Incliné la cabeza hacía el piso para mirar las líneas formadas a causa de las grietas y me perdí entre la melodía de los auriculares y el conteo improvisado.

Había llegado al final de la calle, debía cruzar al otro extremo y continuar, estaba lista para mirar de nuevo al frente cuando alcancé a sentir la presencia de alguien a mi costado. La figura se giró logrando que las puntas de sus zapatillas apuntarán hacía mí.

No quería levantar mi cabeza hacía ella. No quería mirar de frente su rostro tostado. No quería vulnerarme delante de sus ojos cristalinos. No quería iniciar el fuego cuestionable dentro de mí pero al final no tuve opción, en realidad durante todos esos años nunca la tuve.

Giré el cuerpo hacía ella, sus labios se movían pero no escuchaba lo que decían, luego se detuvo al darse cuenta. Yo lo hice también, retiré ambos auriculares de mis oídos y me quedé perpleja como una idiota sin saber que decir.

–Hola.

Repitió para mí mientras agitaba ligeramente su mano izquierda y yo inmóvil sin poder respirar, sin saber de mí cuerpo; quizá ella lo supo desde ahí. Extendió la misma mano y después tomó la mía para entrelazarlas, sí ella lo sabía.

–Lucía ¿tú?

Ese día no sólo entrelazamos nuestras palmas, fue la elección de descubrirnos en la cercanía y sabernos completas en lo individual. Ese día nos sonreímos, yo más apenada que ella pero segura al sentir el calor sobre mi piel.

Así la recuerdo, sin el vacilar de medio siglo. Como si el universo girara alrededor de sus desvelos, como si su voz no se hubiese apagado. A veces la escucho tararear aquella melodía y finjo no saber que se marchó, para no extrañarla, para no romperme.

 

Por Monse Ch.

Licenciada en Ciencias y Técnicas de la Comunicación.

He laborado en distintos medios de comunicación en la ciudad de Durango, así como en la ciudad de Tijuana, Baja California en la televisora PSN. Me he desempeñado como reportera, redactora web, videografa, editora de vídeo y fotógrafa, tanto en medios cómo en el área de Comunicación Social.

He sido participante de distintos talleres y diplomados de periodismo y creación literaria, pero los más importantes para mí y mi formación ha sido el Diplomado de Creación Literaria organizado por el ICED, mismo que se llevó a cabo durante el 2019 en el CECOART.

Así mismo, durante noviembre de 2020 fui participante del V Campamento Literario: El ejercicio novelístico del noreste de México. A inicios de diciembre de 2021 fui ponente en el Coloquio Nacional de Mujeres “Nellie Campobello” con la charla “La mirada femenina en la literatura mexicana”.

Finalista y con mención honorífica en el concurso de poesía “Letras” organizado por el Colectivo Indistinto. Actualmente colaboro con una columna semanal en La Revista Coyol.


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