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Toc toc

Actualizado: 27 jun


“No soy homosexual. No soy heterosexual. Soy simplemente sexual”Michael Stipe

I

Cosas Que Pasan (por mi cabeza)

Desde que llegó como practicante a la redacción, no pude quitarle la vista de encima.  Es más, no recuerdo lo que dijo cuando se presentó, pues no era la típica aspirante a periodista; aburrida y asustada.

Al contrario: ella llegó a realizar su servicio social enfundada en un moderno traje sastre rojo de bermudas y saco largo con stilettos que resaltaban increíblemente sus largas piernas; segura a más no poder y encantadora.  Tuve que esforzarme para dejar de revisarla de pies a cabeza; me sentía igual que los viejos zorros que desde sus cubículos les brillaban los ojos mientras la observaban cuando mostraba su magnífico perfil.

Ese día se quedaría estampado para siempre en mí, pues empecé a soñar despierta todo el tiempo con su sonrisa desenfadada y con esa melena rebelde que, sin éxito, ella intentaba atrapar bajo la nuca. ¡Vaya que si era extraño sentir semejante atracción en el bajo vientre por otra mujer!

Me sorprendí sintiéndome ansiosa todo el día, hasta que me armé de valor para topármela alegando coincidencia en el coffee break. Necesitaba conocerla mejor.

Me hechizó con su carácter desenvuelto y su lenguaje corporal me dio permiso de acercarme un poco más. 

Cada mañana era emocionante ir a trabajar; mi esposo me preguntó entre bromas si acaso tenía un amante, ya que me arreglaba bastante mejor que antes.


 

II

Me colgué del barrio para conocerla mejor

Una tarde, al término de la jornada, la esperé a que saliera a tomar el transporte público y le propuse deambular un poco por la zona aledaña a nuestras oficinas, pues ofrecía una cantidad interesante de restaurantes de especialidades.

Aceptó gustosa y nos dirigimos a uno de sushi. Mientras esperábamos la sopa miso y los rollos california, descubrimos que ambas teníamos interés por la música electrónica, el ejercicio, los gatos y el cine de terror.

Estábamos destruyendo ¨Entrevista con el Vampiro¨ cuando los meseros comenzaron a levantar las sillas y nos reconectamos con el mundo. 

Al darnos cuenta por fin del reloj, ella se echó a reír y un mechón de cabello le cubrió la mitad de la cara. Mirándome fijamente y sin dejar de sonreír, lo colocó lentamente detrás de la oreja.

Me quedé fría ante semejante sensualidad mientras mi mente empezó a crear interacciones con mi interlocutora bastante subidas de tono.

- ¿Nos dividimos la cuenta?, dijo en tono casual.

- ¡Oh si claro!, ¿de cuánto nos toca? Respondí saliendo rápidamente de mi ensoñación.

A continuación, ella tomó un taxi y yo caminé varias cuadras hasta mi apartamento tratando de discernir lo que sentía; algo nuevo y atemorizante, pero excitante también; era como estar en la cúspide de una montaña rusa a punto de bajar en caída libre.

Pasaron un par de semanas para que me decidiera a invitarla a salir pues me preocupaba que se sintiera acosada, pero era notorio que yo también le gustaba; Su forma de mirarme, su constante jugueteo durante los almuerzos y esa manía de morderse los labios mientras me escuchaba…

 

III

De Cacería entre poetas

El viernes por la noche quedamos de vernos en un bar del Centro de la Ciudad donde brujas, sirenas, titanes, vagabundos y millonarios incomprendidos se reúnen en torno a un arte apasionado y también un tanto incomprensible.

Ella llegó veinte minutos después de la hora y ni siquiera se disculpó.  Con su sonrisa torcida, se acercó despreocupadamente a la barra donde yo la esperaba con un vodka en las rocas.

Después de algunos tragos y plática grillera contra la empresa donde trabajábamos, pasamos a las miradas intensas y a las risitas infantiles.

Me carcomía el deseo, ése que se siente entre la humedad de las piernas; aprovechando que iniciaban las lecturas literarias, la invité a vagar entre los pasillos de la pequeña galería del bar para alejarla del gentío.

Nos detuvimos frente al cuadro de un oso dibujado a lápiz con exquisita perfección. Y mientras ella se deshacía en halagos para el autor, yo miraba acechante los desbordados pechos encendidos bajo la delicada seda de su vestido de botones.

  La tomé suavemente de la mano para invitarla a presenciar el progreso de una extraña escultura guardada en el taller de la comuna de artistas; al final de la galería.

 

IV

Un clóset atorado

Sin pizca de inocencia accedió.  Yo estaba nerviosa y me costó un poco de trabajo abrir la puerta, pues un clóset mal puesto me impedía la entrada.

Metí la bota entre la puerta y el clóset y nos abrí el camino.   Discretamente cerré el taller con seguro aprovechando que ella se adelantaba a ver la extravagante obra del arquitecto Less Baian.

Cuando giré para alcanzarla, ya estaba justo frente a mí; con el vestido arrugado a sus pies. Yo no supe qué hacer; pero lo resolvió quitándome el top y arrancando el botón de mi falda.  Ella olía a musgo fresco, manzana y madera.

 Mis botas salieron disparadas hacia el antiquísimo clóset, cuya puerta se abrió por el golpe. 

Sobre mi rodilla doblada, se friccionaba como delirante amazona; estábamos agitadas, agonizantes; descubriendo las delicias de una suave intimidad recorriéndonos con besos lentos y obscenos. 

Tengo muy presente que la música afuera no dejaba de sonar y, aun así, la escuchaba suplicar que no la dejara de besar.

La entrada trabada, mi blusa colgada del picaporte, su ropa de encaje regada y el piso de cemento bajo mi espalda, daba frío.

Ella me hizo gemir hasta poner los ojos en blanco; la abracé apartando aquellos largos cabellos enmarañados; deseosa de gozar otra vez de sus labios carnosos y de su piel olor a manzana.

Escuchamos por un momento nuestros corazones sobre el piso mojado que ya no se sentía frío; la música afuera continuaba con estruendo sin importarnos, hasta que de pronto, un “toc, toc” llegó para importunarnos.

FIN

 

Por Aismer

Periodista sonorense, escritora y publirrelacionista.


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