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Todo un momento de felicidad

Lo escribo para no olvidar, aunque olvidar del todo sería imposible, más aún aspiro a conservar los detalles, que con el tiempo pudieran escapar de mis recuerdos. Espero que de esta forma con estas palabras y lo que aquí relato, se conserve un momento, una persona y una sola emoción. Como dijo Borges: "el libro es una extensión de la memoria, y no es más ni menos lo que aquí me propongo".

Es difícil describir que hace especial a una persona, pero con certeza se puede afirmar que esa persona lo era. Esta historia es breve, y por eso mismo me asusta el que se pueda perder en medio de la banalidad del día a día. Aunque claro está, que mi concepto de banalidad dista del de Hannah Arendt.

Tal vez el recorrer la vida nos da algo de lo que no puedo tener certeza, pero estoy segura de que él si podía entender a lo que me refiero, y es algo diferente a la estulticia de Róterdam, esto se parece más a algo que en palabras me sería imposible decir o siquiera describir. Siddhartha, el personaje literario de Herman Hesse, ya lo decía con precisión: "el lenguaje es una mera traducción y como tal es imperfecta e insuficiente", aquí me encuentro en la obscuridad de esta traducción, que me deja en la obligación de decir que no hay palabras, que siquiera se acerquen, para decir lo que pienso, o más bien para describirle del todo.

Pero no me tengan por alguien imprudente, que la prudencia es para mí, como lo era para Antígona, como lo debió ser para Creonte, en la tragedia de Sófocles: “La primera condición para la felicidad”. Soy prudente, al menos aspiro a serlo, pero debo admitir que la prudencia perfecta no existe, pero es tema para otro momento. Hoy escribo para recordarlo, como si ya no estuviera, porque ya no le veré más. No hay una razón para ello, más que el azar de dos vidas que no alcanzan a confluir en el mismo lugar y tiempo. Ni siquiera sé su nombre, ¿cómo podría saberlo? ¿es qué es necesario que lo retenga en mi memoria?, cuando hay otras mucho más importantes que se han quedado en mí.

No piense estimado lector que, por el exabrupto anterior, esto pudiera tratarse de una historia sobre solo imaginaciones mías, que no venga a su recuerdo Las noches Blancas de Dostoievski, nada de eso… o tal vez hay algo, me duele el corazón de solo pensarlo. Tal vez he conocido a Nastenka… y he tenido mi momento, breve, pero todo un momento de felicidad y ahora me toca preguntarme al igual que en aquella obra si será suficiente un momento de felicidad, aunque solo uno sea para colmar una vida entera. No tengo una respuesta para ello, pero estimado lector, al menos hacerse esta pregunta me hace sonreír, pensando en todo aquello.

Entonces, al parecer he cambiado en algo mi relato, ya no se trata solo de él, o de mí, sino de un momento, de la felicidad toda en un momento. La felicidad es un tema que en filosofía da para llenar bibliotecas completas con libros y más libros, pero yo aquí me ceñiré a un solo concepto de ella, porque simplemente es de mi gusto, porque me es más fácil de entender, porque simplemente es lo que deseo dejar aquí y creo que así ocurrió. Acuño en un primer lugar la felicidad de Príamo, padre del valeroso Héctor de Troya y el príncipe París, que con tan gustosa distinción se deja percibir en las páginas de la Ilíada. Aristóteles encontró en este poema épico una ilustración perfecta para explicar su concepto de felicidad, por qué yo no he de encontrarlo también en la felicidad de Príamo. Siendo así me considero como un alma destinada a perecer con la dignidad de la felicidad dibujando en mis labios un nombre que nunca he oído.

Temo que la historia que voy a contarles sea de sumo breve, me asusta el no explicarme bien sobre lo que dispongo dejar plasmado en estas hojas, más deseo que les cause la impresión que dejó en mí, “mi momento”. Ignoro si solo fue mí momento, o el de los dos, pero anhelar aquello tal vez sea demasiada ambición de mi parte. Por favor lector no desesperes ante mi desidia.

Empezaré por su aspecto que en mi memoria se ha grabado como la forja en el hierro, y gravado todos mis pensamientos. Botas negras, con algo de arcilla, me hizo pensar en tal vez una casa en medio del campo, al lado de un río. El carcajeo del agua bañando con su música la estancia, unos verdes árboles, un tierno y dulce sauce llorón, una tranca a medio cerrar, un perro que corre para saludar o tal vez tres leales amigos, y compañeros en la soledad de la noche. Una cocina a leña, un viejo cazo con el caldo del almuerzo. Unas verduras sobre el lavaplatos, una sartén colgada sobre la pared y uno vasos con vino tinto. Un pedazo de pan amasado envuelto en un mantel de tela. Una pequeña mesa con dos o tres sillas, todo de madera, un cojín sobre una, otra con unas bolsas colgando en su respaldo, y un poncho de lana gruesa y con un tiempo pasado por encima. El olor del té caliente. Un piso de madera de tablas grandes. No imagino otro lugar en el que desearía estar más que en aquel.

Botas negras, pantalones de mezclilla de esa que ya no se encuentra en las tiendas, esa mezclilla que realmente abrigaba, y te duraba toda la vida. Ojalá hubiera algunas cosas que durarán toda la vida, tal vez el primer amor.

Botas negras, pantalones de mezclilla, y una chaqueta de cuero, de color negro. Sobre sus hombros el casco de una motocicleta, al verlo, mi mirada busca hasta dar con la única motocicleta estacionada en el lugar. Vuelvo a mirar sus zapatos con rastros de caminatas entre esquilas, pino y eucalipto. El aroma de sus ramas viaja como un recuerdo a mis pensamientos, y entonces con algo de melancolía pienso y me compadezco de mí. Me gustaría hablar con él tan solo una vez.

Se quita el casco para dejar ver el paso de los inviernos, caídos en una barba abundante y gris, pero sus ojos se ven jóvenes, como si los inviernos le dieran juventud en vez de tiempo, como a los demás. Tal vez me vio o quizás solo era alguien más entre otras muchas personas en el mundo, frente a las cuales no nos detenemos a pensar ni un momento siquiera. Se formó en la fila y le seguí, detrás de él esperando, como todos. Pero yo no era como todos, al menos no ese día, pensaba en ello, pensaba en qué decirle, como si eso ayudara. Hasta que mis sinuosos pensamientos desparecieron al oír su voz, y el miedo que sentía era como si hubiera escapado lejos de mí, al ver su expresión dirigida a mí.

Hablamos, quién sabe de qué, pero sé que hablamos, porque nuestros labios se movían de la misma forma en que lo hacen las nubes, las aves, el mar, los ríos, fluimos hasta olvidar la tierra bajo nuestros zapatos. Y los demás, acaso, ¿me importa cualquier otro que no sea él?

—…usted es de aquí? — dijo observando mis expresiones. Asentí con la cabeza, esperando, anhelando que siguiera aquí, que siguiera hablando, que continuara hablándome. Pero una verdad se asomaba por todas partes y era cruel, él era solo un viajante, y ya no volvería por aquí. ¿Podía yo ser un viajante?

Con él habría viajado hasta los confines del mundo, pero no dije nada, solo escuché, y di respuestas a una conversación que jamás se volvería a repetir.

Mientras hablábamos pensaba en invitarlo a dónde fuera, el día que fuera, solo para extender este momento. Pero, entonces, un pensamiento egoísta me atrapó, si eso era posible, de extenderse tal vez dejara de ser lo que era. ¿pero sería suficiente?

Llegamos al final de la fila de espera y fuimos llamados, ya se había acabado el momento, mi momento. Su voz se apagó, pero sus ojos estaban encendidos al igual que mi alma, que yacía dormida sin que nadie lo supiera hasta este momento.

Él caminó hacia su motocicleta sin mí, se subió a ella solo, y partió lejos de mí. Me quedé mirando como la distancia lo hacía más pequeño y más inalcanzable, y finalmente imposible. Caminé en la dirección contraria a la que debía, pero al dar no más de diez pasos lo entendí. No era una tregua, como la Benedetti, porque aquí no hay guerra, pero sin lugar a dudas si fue mi noche blanca. No fueron cuatro noches como las de Dostoievski, fue solo una, pero tuvo todo lo que debía tener.

 

Por Carla Araneda Condeza

Escritora chilena. Egresada de la facultad de Derecho, Universidad de Chile. Diplomado en redacción y escritura,2021. Diplomada en Derecho del trabajo y la empresa. Universidad Alberto Hurtado. 2022. Facilitadora en Fundación Grupo para la Investigación, formación y Edición Transdisciplinar, del curso “Los géneros literarios.” Actual presidenta del Jurado del Concurso literario Cuentos que viven, de Revista Petroglifos y Fundación Grupo para la Investigación, Formación, y Edición Transdisciplinar, GIFET. Ganadora del concurso Nanokanay, de lo breve mucho, editorial Anokanay chile 2022. Organizadora y creadora del concurso “Fuego de letras” 2023.

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