Te mira tras la ventana. Te asecha desde lejos, esperando el momento idóneo. Ese, en que todos se van a dormir y permaneces despierto. Siempre sale a deambular por las calles luego de las diez y media, abre bien tus ojos y escucha muy bien, te contaré por qué.
Posee características que le proveen cualidades especiales para acechar a sus presas. De día, es un pobre espíritu sin fuerza. Luego de que el último rayo de luz deje de l filtrarse por las rendijas del ventanal, empieza su metamorfosis. Le salen filosas garras y colmillos; su cuerpo se ennegrece como la noche y adquiere un aspecto humeante; a pesar de esto, su gélido cuerpo congela todo a su paso, dejando detrás de sí, aquel rocío que caracteriza a la noche. De esa forma sabrás que se encuentra cerca, acechándote.
Conforme las tinieblas se van aprovechando de la despedida del sol, adquiere otras habilidades; se comienza a multiplicar lo que le permite abarcar otras regiones. Su visión nocturna se vuelve aguda y su olfato se potencializa; pudiendo oler a miles de kilómetros a un pequeño apestoso que no se quiso bañar; así, saborea mejor a los pequeños desobedientes. La ropa sucia se engancha con mayor facilidad entre sus garras.
Es sutil y silencioso, se escurrirá debajo de tu puerta; humeante traspasará tus ventanas, entrará por tus narices y como oleada irá recorriendo cada parte de tu ser, hasta envolverte con su cuerpo, posará sus garras en tu espalda, sujetándote para que no puedas escapar y con sus colmillos devorará desde la cabeza hasta tus pies cualquier rastro de tu alma, así hasta consumirte.
Muchas personas insensatas, no lo creen y no previenen a sus hijos. Por las mañanas los encuentran dormidos, sin saber que no volverán a despertar por qué se los ha devorado por dentro. Por eso te ruego que te prepares para dormir, intenta cerrar tus ojos, suspira y arrópate entre tus cobijas, las cuales serán tu escudo por si el coco entra a confirmar si ya estás dormido.
El último rayo de luz está filtrándose por la ventana, ha llegado su despertar. Lávate las manos, acaba de cenar, tiende tu cama pequeño mío.
Apúrate, te pido, que solo te queda poco tiempo antes de que el coco busque famélico a quienes devorar.
Me despido con un beso, tu madre está por llegar, recuerda lo que te he contado, es hora de volver a mi morada. Pero, no tengas miedo mi niño, tu sabes que te amo, por eso te lo he contado, no quiero que mueras como lo hizo mi hermano.
Por Astrid G. Resendiz (1995; Tamaulipas México). Miembro de "el Taller Alquimia de Palabras". Ha participado en diversas compilaciones como "La sonrisa del abismo"; "Zona de cuentos" y "Cuentos cortos para noches largas". Ha colaborado en diversas revistas y blogs digitales como: De la tripa, narrativa y algo más, Fóbica fest, El perro negro de la calle, El Narratorio edición #53, #55 y #63; Revista Literaria Raíces, entre otros.
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