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Un dulce espejo de muerte

Frente al cantinero, y a una cierta distancia de él, se había sentado una mujer por la que tuvo cierta atracción. Suceso normal, el enamoramiento era un acto común, bastante corriente en todos los hombres, en todas las almas deseosas de amor, revelador siempre: lleno de un toque místico y fabuloso. Al contrario de otro tiempo no quiso levantarse o siquiera hablarle a la muchacha. Esto último no requería mucho esfuerzo, bastaba con mencionarle alguna sencillez del clima o de la vida. Pero no lo hizo, él había pasado tantas veces por eso y en todas nunca le traje algo bueno.

Bebieron distanciados, ella, al principio, solo se enfocaba en el gusto y en el hecho de tomar. Parecía agradecida con el cantinero por el buen trago, lo tomó y pidió uno más. Estando en este segundo trago, más duradero que el primero, se percató de él. Nada en su apariencia le atraía: ni su camisa arrugada, ni su tez quemada. A pesar de ello pasó algo. Ella le hacía gestos, le guiñó indicándole la dirección del baño. El hombre no quiso siquiera tomarla en cuenta.

De la entrada del bar se escucharon muchos ruidos, empujones, gritos, después, un hombre cruzó de prisa las mesas cercanas: los billaristas se hicieron a un lado, los que hablaban enmudecieron, todo el bar los vio con ojos de. Sin pensarlo fue directo hacía ella y descargo un arma que llevaba en el bolsillo. La cantidad de tiros no fue medida por nadie. La ejecutó y salió rápidamente.

El hombre que miró desvanecerse a la chica, que le pareció bonita, no pudo moverse, sus músculos se tensaron ante lo repentino de todo, solo logró regresar el vaso de vidrio con el último trago a la barra. Su mirada se paseó, indistintamente, hacia la chica y hacia el cantinero cuando este fue en su auxilio, aunque en realidad nada había que hacer antes lo indiscutible, lo inevitable. El cantinero la volteó, la sangre cubría la blusa de la mujer y su cara tenía la expresión de la muerte.

Estando el cantinero en la operación de levantarla comenzó a temblar, una serie de espasmos lo siguieron y de un momento a otro también cayó al suelo acompañando a la recién fallecida. Desde la barra, el hombre no concebía qué pudo acontecer en aquella escena. En un instante otros clientes fueron a auxiliarlo sin buenos resultados. Todo fue inevitable.

Al día siguiente los periódicos anunciaban ambas muertes saliendo en la primera plana: el asesinato de la mujer y el repentino desvanecimiento del cantinero. Además, el periódico mencionaba la aparición de una nota en el bolsillo de la dama, donde se especificaba de que, en caso de morir, su cuerpo fuese puesto a la intemperie por una noche y al día siguiente enterrado; la prensa alegaba que esta curiosa nota quizá se debía a que la mujer sabía de su pronta muerte con lo cual se declaró que el móvil del crimen fue un ajuste de cuentas. Lo del cantinero se adjudicaba a su ancianidad y por la impresión del suceso. Al leer esta nota, el hombre que estaba de paso por aquel sitio, sintió la necesidad de asistir a ese funeral como movido por una curiosidad latente que iba emergiendo en él. Por su parte, los actos rituales se dieron sin contratiempo y el entierro tuvo lugar, así como el féretro de la mujer quedó expuesto en un sitio del cementerio. El hombre seguiría su paso a la mañana, por lo que decidió beberse una botella de vino en la noche cerca de las tumbas: su espíritu aventurero y su corazón fuerte lo llevaron a eso. Pero también era inquieto: iba y venía por las innumerables tumbas, en su propia razón, entendió que el fin último de la vida era solo el sufrimiento.

Al regresar al sitio notó que había un cambio: en el ambiente se respiraba un aroma dulce, un perfume coqueto que bailaba en sus sentidos, siguió el rastro igual que un sabueso, la noche inquieta no lo dejaba ver, pero sabía que algo más delante de él se movía a prisa. En sus pensamientos creyó que se trataba de algún animal que deambulaba, pero el perfume no explicaba esto. Finalmente, de la entrada de la verja se escuchó un ruido y después un quejido, una ligera maldición con voz femenina y entonces tuvo que imaginar lo sobrenatural: se trataba de ella.

Al volver no quiso animarse a abrir el féretro de la mujer, en su cuerpo existía una tensión que no provenía de la noche helada sino de lo profundo de su corazón que relinchaba de fuerza.

En el día siguiente decidió retirarse a su posada para tomar sus cosas y seguir su camino de aventurero, no contaba con muchas ropas o utensilios, se había apenas proveído de lo mínimo para no lleva una carga. Se apresuró puesto que el sol ya estaba abriendo su manto sobre la ciudad. Estando en esta operación pudo percibir de nueva cuenta el mismo olor de la noche anterior, la misma fragancia danzante que lo sacó de sí la noche anterior.

Un paso, después otro. Creyó oír una risa a sus espaldas, al voltear vio parada a la mujer del bar, la misma que fue enterrada la tarde anterior.

—Tú me miraste, no debes de contarlo. Antes de que mueras debes saber que mi nombre es Victoria.

La mujer llevaba en la mano un trozo de vidrio y se abalanzó sobre el hombre, la fuerza de él pudo más y antes de ser herido fue él quien clavó el arma blanca a un costado. La sangre de la mujer manaba a chorros. Un segundo después sacó otro pedazo de vidrio de la blusa llevándola hacia la garganta. El hombre quedó helado ante este acontecimiento. Quiso entonces huir, pero antes de que pudiera percatarse un dolor terrible nacía de su costado. Su sangre comenzó a fluir como un apacible arroyo rojizo derramándose por el piso, no lo entendía. Después un dolor inhumano atravesó su cuello en el último instante lo había comprendido.

Su cuerpo fue encontrado más tarde y las marcas notorias, la declaración oficial fue la de un suicidio.

 

Por José de Jesús López Avendaño

Nace el 18 de abril de 1994 en la ciudad de Salina Cruz, Oaxaca. Es Licenciado en Lengua y Literatura Hispanoamericanas por la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH). Es autor del libro de cuentos Los Nombres de Nadie, Editorial Trémolo (2020), de la novela Rumor entre ríos (2021) publicada por entregas en el periódico “Portavoz”. Ha sido ganador del 1° Concurso nacional de cuento fantástico “El Axolote”; finalista en el 2° concurso internacional de cuento corto “The Word we live in”; ganador del 2° concurso de cuento No oyes contar un cuento organizado por la UNACH. Ha sido antologado en Memoria en blanco en 2018; Apassionata: literatura motelera contemporánea en 2019, Fulgor Púrpura en 2021, Los excéntricos en 2021.

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