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Foto del escritorcosmicafanzine

Visión perfecta

Carolina recogió sus gafas del suelo y las limpió con el borde su blusa, refunfuñando entre dientes. Estaba cansada de lidiar con la incomodidad de usar gafas, con el suplicio de subir al transporte público y no ver nada por la condensación de los cristales, lidiar con las caídas y los extravíos; no poder usar gafas de sol ni dejar esa imagen de sabelotodo que adquiría solo por usar gafas. El cristal trizado fue la gota que rebalsó el vaso. Había llegado el momento de darle un giro a su vida. A la mañana siguiente, compró lentes de contacto y su vida cambió por completo. Al principio, todo fue muy bien. Carolina tenía visión perfecta y al fin pudo comprar las gafas de sol que siempre quiso, usar maquillaje sin que pasara desapercibido tras las gafas y coger la locomoción colectiva sin preocupaciones. También desaparecieron los dolores de cabeza y su ánimo mejoró notablemente.

Estaba feliz.

Pero, una de las reglas de la vida es que la felicidad no es para siempre. Primero, fueron pequeñas sombras que se cruzaban por su vista periférica, sobresaltándola. Semejaban serpientes que reptaban por el suelo, perdiéndose de su vista antes que pudiera hacer nada. Aparecían en cualquier momento, deslizándose entre sus piernas, debajo de las puertas Con el tiempo, dejó de prestarles atención y continuó con su vida, ignorando las jugarretas de su cerebro. Un día de invierno, sin embargo, las cosas tomaron un cariz diferente. Carolina cogió un autobús, agradeciendo internamente que estuviese casi vacío. El conductor la saludó con un gesto obsceno y la chica pagó rápidamente antes de alejarse a toda velocidad por el pasillo, Incómoda, se dejó caer en un asiento junto a la ventana y abrazó su mochila, intentando no cruzar miradas con nadie. Se perdió en el paisaje, en los edificios, en el cielo, en el rostro de las personas que pasaban raudos por su lado. El cielo encapotado le daba un aire melancólico al paisaje y Carolina suspiró, apoyando la frente en el cristal, dejándose llevar por la música en sus audífonos y lo tranquilo del paisaje. Pestañeó, despacio y entonces, notó algo extraño.

El autobús se detuvo en el paradero y sus ojos se encontraron con los de una mujer sentada en la parada con un niño en los brazos. Llevaba una chaqueta con una capucha oscura que cubría sus facciones y mecía a su hijo, apretándolo contra su cuerpo para protegerlo del frío. A primera vista, lucía como una madre amorosa, como tantas otras que pululaban por las calles cargando a sus niños de un sitio a otro, pero, al verla con atención, Carolina notó que su piel parecía ennegrecida, de una forma extraña. Casi como si fuese gris. La muchacha frunció el ceño y entonces los ojos alargados, negros como la noche de la mujer se posaron en ella. Su rostro tenía una forma ahusada, puntiaguda, como la de una serpiente. Carolina dio un respingo y desvió la mirada un segundo, con el pulso acelerado. Su estómago se contrajo en un nudo y sus manos temblaron mientras estudiaba el rostro de las personas que abordaban el autobús, esperando ver algo inusual. Pero, nada. Todos lucían comunes y corrientes; trabajadores, señoras mayores, estudiantes. La misma fauna que la acompañaba cada día en sus viajes a la universidad.

Permaneció con la mirada fija en el asiento frente a ella, evitando voltear a ver a la mujer que esperaba. Podía sentir su pesada mirada sobre ella, sus ojos taladrando su cabeza, buscando meterse dentro. Convencida que todo se trataba de un error, tragó pesado y giró ligeramente el rostro hacia la ventana, solo para encontrarse con el rostro deforme y espantoso de la mujer pegado contra el vidrio, con la boca enorme y oscura enseñando los dientes agudos como agujas. Un escalofrío recorrió su espina dorsal y Carolina se aferró a su mochila, cerrando los ojos con fuerza, esperando que todo se tratara de un mal sueño. Quizás aun dormía, quizás se trataba de un sueño vívido… pero el autobús se puso en marcha nuevamente y todo volvió a la normalidad. Carolina continuó temblando hasta llegar a la universidad, sin poder sacar de su mente la forma espantosa de la boca de esa mujer. La forma en que deformó su rostro al sonreír daba vueltas en su cabeza, impidiéndole concentrarse.

Sus amigas se preocuparon al verla pálida y la acompañaron a su casa en un taxi luego de la primera clase. Su madre las recibió extrañada y, al ver el estado de su hija, decidió enviarla a la cama. Pero Carolina no podía dormir. No podía sacar de su cabeza las horribles imágenes de la mujer de la parada, especialmente de su boca abierta, preparada para devorarla como una boa constrictor. En ese momento, recordó las sombras que veía arrastrándose a sus pies y se preguntó si no tendrían algo que ver con la mujer serpiente. Finalmente, pasada la medianoche, logró conciliar el sueño, solo para soñar con una boca enorme abriéndose para devorarla. Despertó sobresaltada, sudando y gritando y sus lamentos llamaron la atención de sus padres que se apresuraron a ir a su encuentro. La puerta del cuarto se abrió de golpe y sus padres, iluminados por la luz del pasillo, se acercaron a su cama, conteniéndola en un abrazo. Carolina se aferró a ellos, sollozando como una niña, sin poder contener los gemidos que salían de su garganta sin cesar.

El cuerpo cálido y el aroma familiar de sus padres le ofreció algo de consuelo y poco a poco logró calmarse. Se mantuvo aferrada a ellos por largos minutos, hasta que finalmente abrió los ojos solo para encontrarse con el rostro preocupado de su madre en la media luz que provenía del pasillo. A primera vista, lucía normal, pero, cuando la observó detenidamente, notó algo que antes no estaba allí. Una línea de escamas grises, pequeñas y casi imperceptibles decoraban el lado izquierdo de su rostro y la línea de sus labios se extendía casi hasta el borde de su oído. Sobresaltada, Carolina retrocedió de un salto y se encogió en un rincón de su cama, mirando a sus padres con los ojos desorbitados por el miedo. El penetrante olor de la orina llenó el cuarto y la muchacha comenzó a gritar, pidiéndoles que la dejaran sola, que no le hicieran daño… vio sus manos alargándose hacia ella con desesperación y luego, todo se volvió negro.

Cuando recuperó la consciencia, estaba atada a un catre dentro de un cuarto tan blanco que hacía doler su vista. Los lentes de contacto seguían en su lugar, pudo notar, al darse cuenta que veía con claridad a su alrededor. Sentía su piel desnuda bajo la tosca tela de la bata que la cubría y el frío erizaba su piel. No sabía cómo llegó ahí, donde estaban sus padres o qué harían con ella y la incertidumbre la estaba matando. Estaba aterrada, desorientada y algo dentro de su mente le gritaba que estaba en peligro, que saliera de ahí. De pronto, la puerta se abrió y tres seres entraron por la puerta. Los tres eran altos, desgarbados y tenían la misma apariencia aterradora de la mujer de la parada de autobús. Su piel era grisácea y sus ojos enormes y negros brillaban con curiosidad. El más alto, vestido con una bata de doctor, la observó con simpatía.

– Veo que al fin despierta– comentó con su voz gruesa, y aguda al mismo tiempo, como si hablaran dos personas a la vez– Siento mucho que esté pasando por esta situación…– Carolina se estremeció, pero, no se dejó amilanar. Quería respuestas y las obtendría a cualquier costo.

– ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué pretenden hacer conmigo? – gritó, sacudiendo sus ataduras en un vano intento por liberarse. El “médico” alzó una mano, pidiéndole calma en un gesto silencioso.

– No queremos hacerle daño, no se preocupe– afirmó, sin acercarse– Usted es una de los últimos especímenes humanos de la galaxia, es un activo valioso para nosotros– Carolina frunció el ceño, confundida.

– ¿De qué hablan?

– Verá… – el ser apuntó a una de las paredes y esta se convirtió en una pantalla que mostró una serie de espantosas imágenes de muerte y destrucción. Volcanes en erupción, tsunamis gigantes, terremotos que destruían todo a su paso. El planeta se convulsionaba y en cada escena, cientos de miles de personas morían como hormigas bajo una lupa– Hace algunos siglos, mi raza contactó con la suya para ayudarlos a solucionar la emergencia climática que vivían en ese momento. Sin embargo, nuestros cálculos fallaron y el planeta se destruyó. Solo pudimos salvar a unos pocos y desde entonces, nos hemos dedicado a mantenerlos dentro de esta realidad simulada que les permite desarrollarse con normalidad, hasta el día que dejan de respirar y se convierten en algo más… útil, para nosotros– así que eso era. Los locos conspiranoicos tenían razón: vivían dentro de una simulación. Eso quería decir que todo lo que Carolina vivió, trabajó, sintió y soñó nunca fue real. Toda su vida era una mentira…

– ¿Por qué no nos dejaron morir a todos? ¿Por qué hacen esto? – el ser sonrió, mostrando sus agudos dientes y, sin moverse de la puerta, extendió su largo cuello hacia ella hasta que estuvo frente a su rostro. Al ver su cuello reptar en el aire, Carolina comprendió que las sombras que veía nunca fueron producto de su imaginación.

– Mi raza tiene gustos muy particulares, señorita… ¿alguna vez ha probado la carne de humano? Es completamente deliciosa…– Carolina lo observó horrorizada y una de las “enfermeras” se acercó a ella con una jeringa– Siento mucho que haya despertado antes de tiempo. Pero, no se preocupe, todo tiene solución y su hora aún no ha llegado. Primero tiene que producir más humanos– pese a los gritos de Carolina, la enfermera la inyectó en el cuello y, una vez más, todo fue oscuridad.

A la mañana siguiente, la muchacha se levantó de la cama con una sonrisa, sin recordar nada. Salió de la ducha, cogió sus gruesas gafas de marco de carey y bajó las escaleras para despedirse de su madre con un beso, ignorando, como siempre, como todos, a las serpientes que se deslizaban entre sus pies pese a su visión perfecta.

 

Por Génesis García

(Chile, 1990)

Es historiadora y escritora. Hasta ahora, sus cuentos Complemento, No sólo los sueños se hacen realidad, De las cenizas, Tan sólo una vez y Círculo Vicioso han sido publicados en diferentes antologías de la Editorial Gold de Colombia. Dentro de sus reconocimientos, se encuentran el cuento Camino, ganador del primer premio del II Certamen de Relatos Cortos José Alberto Lario “El Flori”, de la comunidad de Lorca, España y Primera Veces, microficción galardonada en el III Concurso Literario Rayencura en 100 palabras de la comuna de Hualqui, Chile. Pueden encontrar sus relatos en revistas literarias como Anacronías, Amalgama de Letras, Especulativas, Laberinto de Estrellas, El Nahual Errante, Licor de Cuervo, Interlatencias, Trinando y Primera Página (entre otras), así como en el podcast de la revista Cósmica Fanzine.

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