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Foto del escritorcosmicafanzine

Volverá a estar bien el tórax y otros poemas

Actualizado: 1 ene 2022

Volverá a estar bien el tórax o El afecto es un aprendizaje

Amigo mío, placer vencido,

en tu asir reconozco la ternura.


Te pido que no me trates

de explicar el afecto,

porque no lo entiendo.

Un pájaro baja hasta mi tórax

y lo pica buscando dar cariño.

Con su punta talla un nombre

—el nombre de los nombres

y a ese tajo le da una identidad.

Le brinda a la llaga un sentido

para el cual servir y derramar

mi sangre compartida.

El pájaro no la bebe, por supuesto.

Eso implicaría mancharse de empatía.


De vez en cuando le gana

el juego sádico de lo antojadizo,

señala con las garras

el ojo persecutor

y el ojo romántico,

y los toma como propios,

pues alguna vez fueron suyos.


Las garras aran mi carne,

allí florece la nada coagular.

Las garras colman los surcos de mi rostro

con las lágrimas acículas de la mañana.


Terneza: curiosa es la palabra con las que

se despluma al ave y se deja de creer en el vuelo.


Terneza: curiosa es la palabra con las que

se abandona la posibilidad de caer

y morir en la acera

por esas alas ocultas

que no dan abasto.

Y de pronto el ave chirría:

el roce preferible es

el que se da en la mente

y se desvanece sin contacto alguno.

 

Provocación de un objeto / Ofrenda de un cuerpo


Deben perdonarme la insolencia,

fui arrojado a las fauces de la tierra

sin siquiera saber cuál era mi numen.


Mi nombre se repite en otros rostros,

es por eso que quisiera ser

dos personas al mismo tiempo

y vivir como una sola

—poder decidir mis momentos.


¿Qué resta de humano en un cuerpo

que se proclama objeto?


Por eso, no traten de tocar

este torso difuminado.

No lo toquen, algo quiere

y no sé qué darle.


Se puede oír su llanto.

Ese es el canto de algo

que pudo cerrar la boca,

si es que alguna vez la tuvo.

Oigan bien, así de alto es

el baladro de un ser que

añora tener fauces.


Posiblemente me sea encomendado

inventar al hombre para raer

las formas que lo contienen.


He visto su sexo almendrado

como la lúcida mentira

que engendra un río.

—Milagro que nace muerto, espeso.

Es dominio en el cual rige la mortalidad

de los hombres que son niños.

Hay una prórroga en la adultez

que se posterga a causa de la zozobra.


Provocar al cuerpo es

brindarle el gusto de ser real.

 

Muerte y vida del hombre-cerdo o Quimera


I

Me cortaría el cuello apenas sin pensarlo

si mis palabras creyeran que es necesario.

Si la lepra insufrible ahondara en mi laringe

(austera, bobamente cansada)

y formulara una que otra frase

(vaga, rotundamente perdida)

que se oiga tan lejos como un tosido,

que a media voz se percibe de cerca,

en un brutal llamado al hombre-cerdo.

II

Mi boca es un péndulo, quimera,

tus puños no dejan de ser el viento.

Escupitajo que cae en el rostro,

en un viaje de ida y vuelta al

más íntimo de los sacrilegios.

Aquí, o en cualquier parte,

sabré que tu atroz caricia

flota en algún otro sitio

más allá de mi propio aire.

Cada paso es un abuso

y en tus ojos colma rabia:

pégame, hombre-cerdo,

haz de mí el plato de

vísceras que hay a la orden.

III

Y estaré tranquilo, quimera.

Que no nos hagan reír a nosotros,

los últimos que quedamos de

la longeva estirpe de los falsos condenados.

Que no nos hagan reír, quimera.

La piel es la ropa que uno carga

por más que le apeste hedionda a vida.

Sácala al sol, pero no digas más su nombre,

porque sabes que los malos recuerdos

se pudren cuando de improvisto se los esconde.

El hombre-cerdo entregó la llama.

Yo solo, inocentemente, incendié

la tragedia que llamamos hogar.

IV

La balanza se inclina en contra del hombre-cerdo,

quien piensa «no merezco tanta compasión».

Los que reinan, los que patean coléricos

—mi vientre, el vientre de nuestras madres

los que con morbo perturban y disfrutan

cada una de las incidencias perpetuas

del roce del cuerpo conocido,

los que comen tus costillas cada día

sobre tu propia mesa y beben

a vasos grandes el jugo de tu bilis,

nunca conocerán tu nombre, quimera.

Pues el día que moriste, nadie hizo fiesta.

 

Obelisco, recuerdo y todo lo que quedó fuera

I

Registro los días que se prolongan

midiendo los segundos

de párpado a párpado.

Me doy cuenta de que

hay olvido en lo ordinario.


Encuentro un aviso consiguiente,

la noción de una náusea pasajera

es lo que no me enferma.

Al ver cómo se extiende,

noto que la disyuntiva de

la normalidad desgarra

el velo pardo

que ha cubierto cada poro

de la faz del año,

de los años pasados.

II

Recuerdo:

la fruición remota era

despertar en cama ajena.

Solo, añejado en aquel espacio,

los ojos descubren un mundo abierto.


III

Cuero verde, enderézate.

Ya no más,

levántate y escudriña

la causa de tu resguardo

en el subterráneo, cavidad inhóspita.

El cartón cedido se volverá

la mortaja inoportuna;

perecerás para poder estar con ellos,

finalmente despierto.


IV

Se sobreentiende:

pese a su continua revisión,

cada noche,

la urbe cambia un ladrillo

y amarillenta un periódico

donde hubo más de un cuerpo.


V

Pese a la negativa,

la ciudad nos ha prometido

un obelisco humano.


Se trata de salvajismo:

la única respuesta que tengo.

 

Por Luis Ponce

L. Luis Ponce Uzhca (2001), estudiante de quinto semestre de literatura en la Universidad de las Artes, Ecuador, con especialización en creación y edición. Le gusta ver películas, escribir diarios y condenarlos al profundo abandono. Sus poemas pueden leerse en una que otra revista o plaquette digital.

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