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Foto del escritorcosmicafanzine

Último recorrido

Terminó su turno cansado y con la cabeza revuelta. Las diez horas de estrés, gritos y calor de la cocina lo dejaron agotado. Años atrás hubiera salido a recorrer bares y a bailar. Pero el tiempo pasa y el cansancio pesa y los pies duelen.

El hotel queda alejado de la ciudad. Tiene una habitación para él pero mañana comienzan sus quince días de vacaciones. Quiere visitar a su madre y tomar unos tragos con la pandilla.

Piensa subir al ómnibus, que hace el último turno de los domingos, y dormir las tres horas de un solo tirón. El viento corre arrastrando las primeras heladas de Julio y la única luz pública que alumbra la nada misma es un viejo farol de bombilla en forma de sombrero que se balancea transformando las sombras. El hotel quedó lejos, sobre la cuesta ,y a su espalda el bosque de eucaliptos que en algún tiempo fue alimento del aserradero.

El celular se le escapa y cae al suelo. Se quita los guantes y los mete al bolsillo. 01:45 marca el aparato. Se retrasó el bus. En ese instante lo ve entrar en la curva a toda marcha. Un Mercedes Benz 1975. Intacto, con su parabrisas dividido como dos ojos gigantes de algún animal mitológico. Observa en la primera fila una mujer, en un tapado marrón, reír a pierna suelta. Hermosa. Fuera de contexto. Parece que el mundo gira al vaivén de su carcajada.

El transporte frena justo ante el cartel que determina su reino. José Noria sube con su equipo de cuchillos en una mano y en la otra un bolso maltrecho por la vida nómada del cocinero. El chofer extiende la mano para recibir el dinero sin dirigirle la mirada. No lo había visto antes. Le pregunta si era nuevo en la empresa;- A veces me parece que llevo una eternidad.- responde sonriendo.

Sigue hasta la penúltima fila. La última son cinco asientos pegados y el pretende descansar sin apoyar su cabeza en el hombro de nadie y sin ser molestado.

Deja sus cosas en el asiento vacío y reclina el suyo presto a cerrar los ojos. En la butaca de frente se lee “Tacita de Plata”, está seguro que la empresa quebró hace ya unos 30 años. Cuando era adolescente. Pero estuvo mucho tiempo fuera del país así que a lo mejor  se reagrupo la cooperativa.

El conductor espera veinte minutos, pone primera y gira en la rotonda de ripio donde muere la ruta 19.

Se sueña trabajando, gritando y corriendo con sartenes en la mano. Recuerdos mezclados de diferentes lugares. Amigos y compañeros de distintos trabajos y países, de distintas lenguas y voces. Recuerdos latentes de ese tiempo que a lo lejos parece mejor. Y que al despertar sabe a poco.

Refriega sus ojos y mira por la ventanilla. El transporte espera que suban tres hombres en ropa de fajina y al parecer con una buena dosis de café al coñac. La llovizna golpea el techo del vehículo y adormece los sentidos. Es la 02:35. El Internet es escaso entre las montañas así que elige una play list de trash y se duerme.

Una frenada brusca le devuelve la conciencia. Un hombre parado al costado de la ruta bajo la lluvia hace señas de ahogado. La puerta se abre y sube vestido con una gabardina amarilla. Piensa que luce parco, oscuro. En la parte del frente puede leerse “Aserradero Santa Victoria “. El reloj marca las 2:40. Solo durmió cinco minutos. 

La señal regresa y dos mensajes aparecen en la casilla de correos. Uno de su madre y uno de la cobranza de un préstamo. Abre el buscador en su celular e introduce el nombre del aserradero. Está abandonado desde hace 10 años. Le causa curiosidad.

La mujer camina hasta el último asiento y se tira a lo largo ocupando su bolso como almohada.

-¿Trabajas en el hotel, extraño?

-Sí. Desde hace un año ¿Lo conoces?

- Un tiempo tuve que quedarme allí. Por cosas de pareja. Tú entiendes.

- La verdad es que no. Cuéntame.

- Me separe de mi marido y hui a “El Paraje”. Así de fácil.

No quiso corregirla. El hotel ahora se llama “Brisa de Agosto”. Pero mucha gente continúa usando “El Paraje” para referirse a él. La mirada de la chica se llena de lágrimas y la nostalgia surca el espacio entre ellos. Se gira y la deja sola con sus memorias.

Por la ventanilla ya nada puede observarse. La lluvia y el viento atrasan el andar del Mercedes que con su frente angular choca contra el muro del invierno.

El hombre que subió último deja su capa en el pasillo. No está muy húmeda pero no quiere que escurra en los asientos. Cuando el chofer apaga las luces del interior levanta su prenda y camina al fondo.

José mira a la muchacha dormir. Bajo el sobretodo se adivina el uniforme de mucama. A lo mejor de alguna familia adinerada del lugar. Había muchas casas de políticos escondidas entre el bosque bajo el nombre de testaferros o vacías, cuidadas por caseros y servidumbre.

- ¿Es bella, verdad? - rompe el encanto el hombre sentado en el asiento al otro lado del pasillo.

- Sí. Es muy linda ¿De dónde es usted? Perdón por preguntar.

- No hay problema. Seguro es por mi atuendo.

- Sí. Exacto. Pensé que estaba cerrado el aserradero.

- Así es.

José espera una explicación que no llega. El hombre mira al frente y cierra los ojos.

Los tres tipos charlan y ríen. No logra saberse bien el tema de conversación por el ruido del motor y la radio mal sintonizada.

José vuelve a dormirse. Esta vez el sueño lo deja regresar a casa. Es niño y su madre cocina algo en el horno. Su hermana, Alicia, juega con unos cubos de madera. Su padre está vivo.

 Las edades no tienen sentido. Da igual, solo se dedica a disfrutar del espejismo. Corre a abrazar a su viejo uniéndose al olor de su loción de afeitar. En el suelo ahora junto a su hermana el hombre de la gabardina juega con los cubos.

Un golpe en la parte baja del vehículo lo saca del abrazo del pasado. Escucha a Gerardo Solís presentando “Las Baladas de la Noche”. La radio escupe “Y quién es él” por los parlantes con el fondo rítmico de la tormenta golpeando los cristales. Una ventanilla se abre por el movimiento dejando entrar el salvaje silbido de la noche. Uno de los hombres del trío se apura a cerrarla. La LW 80 radio nacional desapareció hace cinco años, y Solís murió en un accidente automovilístico al poco tiempo. Falta medio camino, aunque si el ómnibus sigue tan lento nunca llegarán a destino.

- Este es el momento de hacer una elección.- habla sin separar los párpados el de la gabardina.

- ¿A qué se refiere?

- Tengo un trato para ti

-No entiende de qué habla.

- El chófer se llama Martínez. Es un buen tipo. Trabaja todo el día y vuelve a casa tarde. Pero hace un tiempo regresó demasiado temprano.

- No entiendo po….

- Shh. Escucha. Regresó y su esposa estaba en la cama con un muchacho joven. Nuevo en el aserradero, que por esas cosas de la vida da al frente de su casa.

- Ok. Pero ¿por qué me cuenta esto?

- Adivina quién es el chico.- le clavaba la mirada.- Vamos, juega conmigo.

Un escalofrío le cosquillea la espalda baja.- No lo sé.

- Ese de ahí. El Más alto. Su nombre es Ariel Cano. Los otros dos son Joel Soria y Adrián

Salcedo. Adrián se casó con la madre de Joel y lo crío desde los nueve años.

- ¿Usted los conoce?

- Los conozco a todos-.

La mujer despierta y se incorpora. Están detenidos en medio de la ruta. El viento balancea a la vieja ballena de metal. El conductor gira y en sus manos tiene un revolver. Apunta al grupo de trabajadores. Le caen lágrimas y tiene los dientes apretados. Dispara a Ariel en el hombro, que recibe el impacto y se abalanza sobre él. Los compañeros del chico se paran a ayudarlo. La mujer grita. En la radio “Muchacha ojos de papel” suena en la voz de Spinetta. José ruega en silencio que sea una pesadilla. El hombre oscuro ríe.

 – Este es el momento.- gira hacia la chica.- ¿Hoy sí?- Ella sin dejar de gritar sacude la cabeza y los ojos casi expulsados de sus cuencas se clavan en José. Nada sale de su boca más que la continuación de un ronco alarido.

- Tú que me dices José.- 

Una explosión más. Ariel cae muerto. Adrián y Joel corren por el pasillo buscando un escape pero la cabeza del primero revienta salpicando una mezcla de sesos y hueso. José piensa que nunca dijo su nombre. Joel se da vuelta y levanta las manos pidiendo clemencia pero en respuesta un proyectil le revienta el pecho. Martínez camina sobre los cadáveres arma en mano. La carcajada del hombre oscuro se levanta en la noche. Entre el viento y la canción. Entre los alaridos de la muchacha y la rabia del chófer. Entre el miedo de José que siente como la orina caliente le corre por la entrepierna.

- Mira chico acá llega, la verdad nunca le pregunte su nombre.- Se limpia las lágrimas que le caen tanto reírse.

El asesino se detiene frente al cocinero  y le apunta a la cara repitiendo un credo gastado –No puedo detenerlo. No puedo detenerlo- una y otra vez.

José se cubre. Escucha a lo lejos el latir de su corazón y el murmullo de la mujer que dice “ acepto…acepto”. El disparo rompe un dedo de la mano derecha y la izquierda queda colgada de la muñeca por dos girones de piel. Las mira mientras Martínez recarga. No logra comprender las formas de sus dedos. Un fogonazo y la luz se apaga.

Despierta sentado en la garita. El celular se le escapa y cae al suelo. Las 1:45. Esta retrasado el bus. En ese instante un Viejo Mercedes entra en la curva. La imagen trastabilla sus ideas. Aprieta los ojos. Las luces interiores del vehículo encendidas. Solo el conductor. 

Sube con su juego de cuchillos en una mano y un bolso maltrecho en la otra. El chofer recibe el dinero sin dirigirle la mirada. No lo había visto antes. Le pregunta si es nuevo en la empresa. Le responde con una sonrisa;- A veces me parece que llevo una eternidad-.

 Pasa al fondo, pensando que la broma ya la escuchó antes. Duerme un rato y unas risas lo despiertan. Tres tipos en ropa de fajina, sentados en el último asiento conversan a grito limpio. El vehículo frena de golpe y uno de los obreros cae al piso. Todos largan una carcajada. Un hombre en una gabardina amarilla sube. La tormenta mece al ómnibus. La radio está mal sintonizada y eso no ayuda a recobrar el sueño.

La señal regresa a su teléfono celular y dos mensajes saltan en el correo electrónico. Uno es de la empresa de préstamos a la que tuvo que recurrir cuando su esposa enfermó. Ella que lo acompañó en tantos viajes, había emprendido uno sola dejándolo atrás. El otro, de su madre. Lo abre y lee; NO SALGAS A ESPERAR TRANSPORTE HIJO. HAY HUELGA. MAÑANA TE MANDO UN TAXI. BESOS. Trata de responder pero la señal desaparece.

 El hombre de la gabardina se sienta a su lado. Le dirige un saludo con la cabeza y guiña un ojo.

El antiguo Mercedes con su ronroneo infernal está detenido en medio de la nada. El viento revienta las gotas heladas contra las ventanillas.

- ¿Antes no había ni un lugar vacío sabes?

- Perdón ¿Me habla a mí?- responde José a su vecino de asiento.

- Si mi amigo. Creo que es el momento.

- ¿Momento de qué?

- Quiero ofrecerte un trato.- Dice con una sonrisa amplia

A dos metros el chófer se acerca caminando por el pasillo cargando una Taurus 9 milímetros.

 

Por Edgardo A. Altamiranda

Autor argentino de 42 años de edad. Residente en un pequeño pueblo, de la provincia de Jujuy, llamado San Antonio. 

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