En Lima, Perú, una chica ha sido violada por cinco sujetos y el abogado de uno de ellos ha declarado que, a la joven “le gustaba la vida social”, insinuando que, debido a esta preferencia, es de lo más lógico que la ultrajen en una fiesta.
A mí no solo me gusta la vida social, ¡me encanta! No es un secreto que me gusta tomar mis traguitos que, dependiendo la situación, pueden ser unos pocos o unos muchos. Me gusta trasnochar. Me gusta tener amigos hombres, me gusta sentirme guapa, arreglarme, tomarme fotos bonitas, ponerme escotes, viajar, salir sola, conocer personas nuevas. ¿Quiere decir eso que merezco que me violen por mi conducta “peligrosa”? Supongo que he tenido suerte de que no abusen sexualmente de mí, pero eso no me ha librado de ser víctima del machismo y los juicios de valor gratuitos. Por ejemplo: hombres equis (y hasta algunos conocidos) me escriben mensajes privados “piropeándome”, “coqueteando” o “celebrando” mi aparente libertad sexual, a ver si les liga algo conmigo, luego de haber leído alguno de los post de mi blog, Camino amarillo. Porque supongo que el hecho de que una mujer diga que le gusta hacer el amor o que la pasó genial teniendo sexo, significa que desea tirar con toda la población masculina del universo.
Una mujer no puede ser libre y hacer con su vida lo que quiera. Una mujer no nace como un ser humano con derechos, sino que tiene que “ganarse” el respeto de los otros siendo decente, buena, bien tapada, callada. Medida en sus palabras y opiniones, metida en su casa. Debe ser una persona modelo. Por dentro y por fuera, porque, además, las primeras en ser criticadas por su apariencia, ¿Quienes son? Otra vez las mujeres.
En mi caso, como ya he pasado los 40, tengo que aguantar que muchos hombres conjeturen si mi peso es el adecuado o no, si me he arrugado o no, si estoy “rica” o ya fui. El otro día tuve la desgracia de leer en un chat como un par de hombres bromeaban con la apariencia de sus amigas, en una foto tomada hace 20 años. “Cuando estaban flacas” decían los galanazos, tan frescos. Cuántas veces yo, que no uso filtros en mis fotos, me he sentido mal de postear alguna de mis selfies porque se me notan algunas de las naturales arrugas que ya tengo. He tenido miedo de ser juzgada. ¿Acaso verme vieja es un pecado mortal, dado que mi físico es mi más valioso atributo? Pero si se ve mi escote, me maquillo mucho o me diera la gana de aplicarme uno de esos filtros bonitos, seguro que me estoy “regalando” y quiero que me “den”. O que me violen, ¿no? Por provocadora, por no cuidarme, por borracha, por reírme, por pararme, por sentarme, por respirar…porque soy mujer.
Los hombres pueden decir y pensar lo que quieran de mí, de nosotras. También pueden comportarse como quieran, verse como quieran y qué importa. Las arrugas les dan carácter, las canas son sexys y un error lo comete cualquiera. Si se duermen alcoholizados o se pasan de vueltas, seguro les ponemos una mantita para que no tengan frío, les llamamos un uber o le pedimos a cualquier amigo que se los lleve a casa. Al día siguiente les cocinamos su caldito y les damos su Alkaseltzer. Pasada la resaca, ellos se siguen levantando cada mañana, chambeando, ganando más que nosotras, teniendo más prestigio, saliendo libres, viviendo. Ellos sí tienen derecho, nosotras no.
Por Carla Pereyra
Nació en Lima, Perú. Es Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de San Martín de Porres. Trabajó en comunicaciones corporativas durante varios años hasta que dejó el Perú, en el 2006. Es autora de 27 Calles y un Dragón, cuento incluido en la antología Maldito amor mío (Editorial Signo tres) y de diversos relatos publicados en medios online de Perú y México. Es creadora del blog “Camino Amarillo” donde intercala crónicas de la vida cotidiana con historias de ficción.
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