Conocí la poesía de Aníbal Malaparte gracias a internet, su poesía es difundida en varios círculos de la izquierda revolucionaria mexicana.
Debo de aceptar que me acerqué a su trabajo con ciertos prejuicios debido a su base de fans: maníacos violentos que llegaron a engrosar las filas de organizaciones comunistas porque no tienen otro sitio al cual ir, snobs literarios que disfrutan de sus oscuras referencias a varios filósofos y psicoanalistas incomprensibles o jóvenes que romantizan al poeta que no hace esfuerzo alguno en ocultar sus lesiones y vulnerabilidad.
El Maiakovski de Xalapunk lo han llegado a llamar sus fans. Así que es comprensible que tuviera ciertos recelos al acercarme a su poesía. Pese al evidente talento que tienen muchos de sus poemas que había encontrado en FB, Tumblr o Instagram me resistía a leerlo.
Su libro Delirios Nihilistas lo conseguí en la Feria del Libro del Zócalo de la Ciudad de México del año pasado, pero solo hace unas semanas decidí leerlo, fue una grata sorpresa descubrir uno de los autores contemporáneos más interesantes no solo por su propuesta ideológica sino también por su delicadeza estética.
Aníbal Malaparte es un poeta con varias influencias literarias, eso hace de este libro una deliciosa paradoja donde se una la más descarnada violencia (contra el mismo o contra sus enemigos) junto a una sutilidad histórica que permite mostrar un coctel ideológico impresionante donde se unen las vanguardias literarias del siglo XX (el futurismo, el dadaísmo, el surrealismo, etc.) con una reinvención del marxismo para las necesidades del siglo XXI que no teme ensuciarse las manos para conseguir aquello que anhela.
¿Qué encontramos en este libro? Diría que son tres las grandes escuelas del pensamiento que el poeta sintetiza e hibrida en sus melancólicas páginas.
El primero, el menos evidente de todos llega como una corriente subterránea: el marxismo, pero no un marxismo dogmático sino una herético, uno donde Lenin y Lacan se dan la mano, uno que sale de la academia para integrarse a los bloques negros, a la violencia contra fascistas o los aparatos represivos del Estado, un marxismo reinventado en las nuevas coordenadas ideológicas del capitalismo tardío y permisivo que te exige te diviertas siempre y cuando no cuestiones el orden económico. Aquí el poeta usa su tristeza, su depresión, su inestabilidad como arma de autodefensa contra la ofensiva capitalista que le exige ser feliz, consumir hasta el agotamiento y ser partícipe de cualquier acción que le de placer. El poeta tiene la valentía necesaria para decir no, para esta orgulloso de su miseria.
La segunda escuela son las ya mencionadas vanguardias artísticas. La vanguardia nació con el siglo XX como una forma de cambiar el mundo mediante las artes, los vanguardistas del siglo XX siempre fueron personas de extremos, revolucionarios de izquierda o derecha, pero jamás conservadores, jamás realistas, nunca en el centro, solo encontraron comodidad al participar en los grandes esfuerzos por cambiar la naturaleza misma del ser humano y el mundo. El poeta no reniega ni siquiera un poco de la sed de sangre o la inherente violencia de las vanguardias, al contrario, las celebra. Encontramos en su poesía obvias influencias ¿o referencias? Al nihilismo del dadaísmo que nada respetaba, a la brutalidad del futurismo que buscaba la sistemática destrucción del ayer, a la soñadora magia del situacionismo que sacaba fuerzas de la lucha de clases y por supuesto que encontramos toda la tierna caricia del surrealismo que afirmaba por encima de todo la contradicción de los sueños. Por encima de todo la poesía de Aníbal Malaparte es onírica, es un sueño mientras el poeta agoniza en un charco de su propia sangre.
Por último, la tercera escuela es la más turbia de todas: la contracultura callejera y sus expresiones culturales juveniles, principalmente las contraculturas punk y góticas, el poemario en su conjunto es una carta de amor a toda la música y literatura consumidas por jóvenes con la mohicana y la gabardina de cuero, un tributo a los marginales jóvenes urbanos que bien podrían ser parte de alguna novela de Roberto Bolaño que hacen suya la rebelión contra el capitalismo y el Estado para vivir en libertad sin importar las reglas de la sociedad y su moral represiva y autoritaria. Son obvias las imágenes que seducen porque probablemente fueron igualmente relatadas desde los okupas, los mercados del hazlo tú mismo, el tokin clandestino, es decir, de todos los espacios que las tribus urbanas juveniles reclaman como propios.
En fin, por cuestiones de espacio no tengo mucho más que decir, es una magnifico libro que recomiendo encarecidamente, si todo lo que he escrito hasta ahora no te ha terminado de convencer entonces solamente me queda la opción de la comparación: leer Delirios Nihilistas de Aníbal Malaparte es como leer a Efraín Huerta tras boxear toda la noche en un club de pelea, a una Alejandra Pizarnik politizada que escribe poesía mientras defiende una barricada, una Sylvia Plath que elabora cocteles molotov tras participar en un círculo de estudios sobre filosofía de Slavoj Zizek o un José Revueltas que toca la guitarra eléctrica en una ruidosa banda de noise.
Es decir, una experiencia única e imperdible para la literatura contestataria mexicana y latinoamericana.
Por Marco Antonio Anaya Rodríguez
Estudiante de la licenciatura en pedagogía de la Universidad Veracruzana. Lector de clásicos y contemporáneos.
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