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Nadie lo sabía


Yo estaba tan triste y nadie lo sabía, lloraba en la oscuridad sin que nadie lo notara. Me escondía en algún cuarto vacío para llorar al pie de la cama, me iba lejos de mi familia, me refugiaba en la cabaña del Ajusco. Siempre percibí el mundo con desconsuelo desde muy niña.

Te preguntas ¿Cuánto tiempo puede durar el llanto? Tus ojos comienzan a inflamarse y hacerse chiquitos a las tres horas, sientes que te vacías por dentro, como si fuera posible vomitar el corazón y suspiro tras suspiro, te ahogas entre aquella agua salada que escurre en tu rostro. Te miras al espejo y han surgido bajo tus ojos unas bolsas blancas, parecidas a las ampollas, observas entre jadeos tu rostro y no te reconoces, el dolor te consume poco a poco sin poder detener tus húmedos lamentos.

Cuando este desconsolado no siempre se solloza, caminas hacia tu trabajo escuchando como la tierra reclama tú presencia, vas afligido, lúgubre y nadie se da cuenta. Conoces tan bien la emoción, que la sientes a kilómetros. Recuerdas aquella anciana con un solo ojo que pedía limosna en la escalera del metro etiopia, su desolación podía respirarse por toda la estación. Un día simplemente ya no estaba, pero aquella tristeza, seguía ahí, sentada en el penúltimo escalón pidiendo una moneda. 

La melancolía  permanente te acaba, los dolores de cabeza son constantes, las ganas de sucumbir antes de dormir, asoman sus intenciones latentes, dejándote tan agotada que duermes profundo por más de diez horas para luego despertar agotada en el mismo mundo horripilante, insípido y rutinario con olor cadáver. Caminas lento, sientes que se te quiebran las piernas, vuelves a recostarte y las esperanzas de ponerte en pie cada vez se alejan más. La soledad que sientes mientras escuchas voces en la sala te hacen rabiar, porque lo único que quieres es que llegue la muerte un día y no sepas nada del mundo que te quito todo. Tu único consuelo.

La tristeza también se disipa con el llanto, hay quienes explotan una vez cada diez años, otros cada semana o en situaciones de vida o muerte. Vivimos con el rostro entre lágrimas de dolor, de ira e incertidumbre. No siempre ves de donde viene aquel hueco en el estómago, muy parecido al hambre, aunque sed es lo que manifieste, cauterizando aquellas heridas conforme el agua brote desde tus entrañas. 

Un día en la madrugada estallas y durante horas tu rostro va transformándose, para nunca volver a ser lo que era. Miras tu reflejo y ves aquel rostro arrugado cansado de vivir con un revolver en la cien. Mueves tus manos vacías, escuchas a los perros aullar, quedas quieta, escuchas tu respiración unos segundos y piensas: “Siempre estuve triste y nadie lo sabía” 

 

Por Luz María De la Campa.

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