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  • Foto del escritorcosmicafanzine

Ciudad de drones

Actualizado: 22 feb


Tanteando el piso, logró encontrar sus ojos y su pierna biónica sin tener que salir del todo de la cama. Se colocó los aditamentos con destreza debido a los años que llevaba haciendo lo mismo.

Una vez que se estiró y colocó sobre su cuerpo desnudo una fina bata de seda artificial, corrió las cortinas para ver el cielo gris de la ciudad al amanecer. Siempre gris, con las luces de neón muriendo conforme la oscuridad menguaba en el firmamento del espacio.

Mientras tomaba un baño para limpiar su piel lila de los restos de la sangre de su último cliente, este se desangraba en la cama de sábanas rojas.

Trixie llevaba mucho tiempo haciendo lo mismo. Hacía mucho tiempo que sus años en el prostíbulo habían terminado, terminaron la misma noche en que uno de sus clientes la golpeó y mutiló hasta el punto de darla por muerta, con sus huellas visibles en el cuello, seguramente con la intención de estrangularla, como a tantas otras que habían muerto en sus manos.

No se conformó con violar su cuerpo moribundo, cortó una de sus piernas e incluso la dejó ciega, y después la abandonó mientras ella terminaba de desangrarse en un callejón mugriento al otro lado de la ciudad.

La lluvia de meteoros no tardó en aparecer en el cielo.

En esos momentos no estaba muy interesada en saber los motivos, únicamente quería vengarse. Y eso justamente había conseguido cuando se despertó en la sala de reanimaciones en uno de los tantos hospitales clandestinos que comenzaban a proliferar en aquella ciudad.

Ya no era una teal común y corriente, el metal y sus diversos aditamentos habían acabado por completo con la chica que alguna vez fue raptada para ser prostituta en aquella luna cercana a Urano que había servido como sitio de “esparcimiento” durante tantos años, así se lo hizo entender la doctora que había salvado su vida.

Y ahora, mientras se bañaba, continuaba rememorando lo acontecido durante la noche anterior.

Es cierto que jamás podría volver a ser la misma de antes, pero eso no le impidió poder rentar uno de los cuartos para su uso particular en el antiguo prostíbulo donde trabajó durante años. Después de todo, el dinero era lo más importante en su antiguo mundo y podía acallar preguntas innecesarias.

Ella sabía muy bien que cumplía la función de señuelo, y esto surtió efecto mientras bailaba al compás de aquella música electrónica en medio de la pista del local con una intensidad que jamás había visto su antigua madame.

Se sentía imparable y poderosa, como nunca se había sentido antes de su transformación.

Era como si el aire a su alrededor estuviera plagado de electricidad mientras movía su cuerpo desnudo surcado de lenguas de fuego, exhibiendo la piel lila que había hecho famosa a las mujeres de su raza en el espacio, conociendo al fin un buen uso para sus prominentes pechos de pezones violetas y otras modificaciones estéticas a las que en su momento se vio forzada a someterse.

No tardaron mucho en solicitar sus servicios. Al ver aquella cara y sentir ese particular olor a podrido, Trixie apenas pudo ocultar su satisfacción, tuvo que conformarse con chasquear su lengua púrpura y pasarla por sus prominentes labios violetas.

Sin duda estaba de suerte, ese era el mismo hombre humano que trató de matarla meses atrás. ¿Acaso podía haber una mejor suerte que esa?

Una vez en el cuarto, el hombre lucía ansioso, demasiado apresurado. Ella lo convenció de esperar con un vistazo a su ombligo galáctico mientras se desnudaba lentamente delante de él, dominando la situación mientras unos lentos acordes iban llenando la habitación.

–¿Sabes?, me recuerdas mucho a una teal muy mona con la que me encamé hace unos meses en este mismo congal de mala muerte–le dijo con una sonrisa libidinosa mientras veía como terminaba de desnudarse, dejando al descubierto su espalda y parte de sus nalgas–Si no fuera porque es imposible, casi juraría que…

Sin embargo, el cliente no tuvo tiempo de continuar con su insulsa charla. Ella se montó a horcajadas sobre él, montando con ferocidad el mismo cuerpo que meses atrás estuvo a punto de matarla.

Él continuaba hundiéndose en el placer, sin entender realmente su situación, simplemente disfrutando de un rato agradable antes de concretar sus planes con esa chica, necesitaba matarla con urgencia, hundir sus dedos gruesos en el fino cuello que tenía delante de él, la visión de aquella yugular que saltaba con cada una de sus embestidas lo estaba excitando más de la cuenta.

Los gemidos subían cada vez más de tono, haciéndose audibles en buena parte del local a pesar de la música. Fue un encuentro sexual feroz, casi sentía pena de hacer eso con ella, pero llevaba demasiado tiempo actuando del mismo modo y sabía que su satisfacción no estaría completa si no la mataba.

Antes de conseguir llegar al orgasmo y derramarse dentro de ella, quiso cambiar de pose, quería estar encima de ella antes de terminar asfixiando a la chica con sus propias manos.

El hombre estaba tan metido en sus fantasías que no se dio cuenta del momento exacto en el que la chica utilizó uno de los aditamentos en él, dejándolo ciego y con cortes en los talones.

Él lloró y le pidió que ya no le hiciera nada, que le daría el triple de la tarifa si lo llevaba a un hospital, además prometió que no la iba a denunciar con la policía intergaláctica si cooperaba.

Trixie soltó una risa estridente mientras deslizaba uno de sus afilados aditamentos en el cuello del hombre.

–Ojalá me hubieras dado la misma opción unos meses atrás, “querido”.

Unos minutos después, el hombre ya se estaba desangrando lentamente en el piso del cuarto.

Por ahora, Trixie había cumplido con la que podría ser otra misión, pero que sin duda había sido satisfactoria.

Ya podía volver a las misiones frías y sin sentimientos en su nueva vida como una “terminora”, la nueva generación de cyborgs encargados de eliminar violadores, asesinos y otra clase de criminales nocivos para el resto de los ciudadanos, especialmente las mujeres.

Un nuevo amanecer en Ciudad Parásito comenzaba mientras una sonrisa leve se expandía en sus labios.

 

Por Deyanira R B

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