Les mentiría diciendo que esa noche pude dormir, desde el siete de marzo ya sabía lo que el ocho pasaría a la historia del feminismo en México. Dando vueltas toda lo noche me imaginaba como sería la marcha, que si habría represión policiaca, grupos anti derechos y todas esas cosas que ocurren cuando una sale de sus casas con la intención de levantar la voz. Después de dormir unas cuantas horas, me desperté más temprano que de costumbre, como lo hacía cuando era niña y llegaban los Reyes Magos. ¡YA ERA OCHO DE MARZO!
Con toda esta emoción de saber que por fin iba a ir a marchar, una nueva ola de emociones llegó a mí cuando mi mamá me deseo suerte en el día, desde que me proclamé feminista conté con el apoyo de mi familia, especialmente de mi madre, que así como muchas mujeres, ella también sufrió violencia.
Llegó la hora de irme a mi primera marcha del día. Las chicas llegaban solas o en grupo de amigas, ahí comprobé lo que un día me dijo una amiga muy querida: “Las amigas son el amor de tu vida”. No tengo manera de describir la emoción que sentí al verlas. Llegaron las chicas que ya conocía y con gran abrazo nos saludamos, había madres e infancias que al grito de “Las niñas marchando también están luchando” les dimos la bienvenida a su nueva manada. Esta marcha fue diferente, ahora ya éramos más las que pedíamos un alto a la violencia en el municipio. Gritamos por las que ya no están y recordamos su memoria con respeto y dignidad.
Alas 3:30 PM ya estaba rumbo a la segunda marcha, esta era más grande, era la del estado. El punto de reunión fue en El gallito por Paseo Bravo en Puebla. Caminaba rumbo al punto de reunión y ya se escuchaban las consignas que las chicas gritaban como protesta y la tan importante batucada, que se encarga de darle un toque único a cada marcha. En el lugar había más de mil mujeres vestidas de negro con sus tan conocidos pañuelos verdes y morados. El lugar estuvo inundado de pancartas que exigían un alto a la violencia de género y la despenalización del aborto en el estado.
Al ver la cantidad de mujeres que gritaban “ni una más, ni una más, ni una asesinada más” me provocaron un escalofrío en todo el cuerpo y estuve a punto de llorar. Que felicidad me causa formar parte de un movimiento tan valioso. Ahí me reuní con dos chicas de la comunidad asexual que no conocía, pero teníamos toda la intención de marchar juntas. Íbamos en el bloque de mujeres diversas y disidencias, y sí, ahí también fuimos el 1% de la población que se identifica como asexual. Eso no fue ningún impedimento para cantar Canción sin miedo de Vivir Quintana ni mucho menos brincar cada vez que se cantaba “el que no brinque es macho”, pues nuestra intención era visibilizar que a lxs asexuales, demisexuales y grisexuales también sufrimos violencia sexual y discriminación.
Al llegar al zócalo mi piel volvió a erizarse, éramos muchas, éramos miles, pero a la vez éramos una sola. Éramos la hija violada, la madre asesinada, la hermana desaparecida, la tía que es criminalizada porque decidió no tener hijos. Éramos las mujeres trans agredidas, las trabajadoras sexuales, las naranjitas que limpian las calles. Las trabajadoras del hogar y de grandes empresas. Las abuelas que sufrieron violencia en sus hogares pero que este año hicieron ruido con sus cazuelas y cucharas.
Éramos la madre que lloraba la desaparición de su hija, la compañera que pedía justicia por el feminicidio de su hermana, la abuela que recordaba cuando le cortaron las alas a su nieta y también éramos la madre que sufría violencia vicaria.
Este 8M fue muy distinto a los demás, teníamos más coraje dentro de nosotras, teníamos
más armas para seguir luchando, pero sobre todo estábamos más unidas que nunca. Teníamos la certeza de que el aborto tenía que ser despenalizado y que merecíamos vivir en un estado que nos garantizara derechos, no que nos criminalizara.
Gracias a todas esas mujeres que tuvieron la oportunidad de asistir a la marcha, por acuerparnos y cuidarnos entre todas. También agradecer a las que no pudieron salir pero desde redes estuvieron presentes, asistir o no a una macha no nos hace menos feministas.
Gracias a las organizadoras que estuvieron al pendiente de nosotras en todo momento, nos cuidan nuestras amigas, no la policía.
Gracias a las señoras y señores que aplaudían mientras pasábamos, ese apoyo sí se ve.
Y hoy nueve de marzo sigo agotada y con los pies hinchados, pero con la certeza de que mi granito de arena servirá para hacer historia.
Van a volver, las balas que disparaste van a volver. La sangre que derramaste la pagarás. Las mujeres que asesinaste no morirán ¡NO MORIRAN!
Por Michelle Rodríguez
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