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Dirty dancing

Las luces de neón se reflejaban en su piel azul, dando la ilusión de que emitía un brillo antinatural, casi etéreo.

Los clientes gritaban para que se deshiciera de su ropa, exponiendo ante ellos aquel sexo plagado de mil lenguas de fuego que se retorcían en medio de la pista, reptando por el tubo como antes lo había hecho su dueña, desplegando su cuerpo lleno de aceite ante la mirada de todos.

Mientras luchaba por no ser devorada por la lujuria de la multitud, comenzó a bailar una canción tóxica.

Para Tankar, solo era otro viernes por la noche en el Tepatitlán de noche, el último lupanar de Neo México que aún se mantenía funcionando luego de que el gran cataclismo hundiera al país y al resto del mundo en una era de terrores nucleares como nunca se habían visto. Era claro que la utilidad de los paraísos del placer demostrara ser escasa en un mundo que se desmoronaba en pedazos.

Al principio, no entendió bien por qué la federación intergaláctica la desterró al planeta Tierra como castigo por haber intentado traficar con minx, ahora lo sabía.

Las noches que pasó exhibiendo su piel no tenían mucha diferencia con su trabajo anterior en Ántrax, un lupanar de baja categoría que se encontraba en la Luna. Todo cambió la noche en la que una de sus compañeras humanas amaneció muerta y sin sus prótesis biónicas incluyendo los ojos. Nadie lloró ni una lágrima por Rosa Alvírez, excepto Tankar.

A su mente llegaron las imágenes de otros cuerpos destrozados de un modo similar, era lo mismo en cualquier planeta, pero no podía evitar sentirse indefensa.

El detective González, asignado a ese caso, apareció una mañana en que ella estaba tratando de encontrar minx para tratar de olvidar las imágenes que ya se habían guardado en sus pupilas de iris tornasol.

Se examinaron mutuamente mientras ella tapaba su cuerpo con la bata de seda roja barata que tanto le gustaba. Luego de las preguntas de rigor, González le pidió que guardara su tarjeta en caso de que algún suceso similar volviera a ocurrir.

Muchas noches transcurrieron con tranquilidad, pero cuando el caso se estaba enfriando, un cliente más borracho de lo habitual le dijo a Tankar entre hipos que él había matado a una de las chicas de ese lupanar y que estaba pensando en hacerlo muy pronto.

Todo lo que ella pudo percibir fue una ira que poco a poco iba escalando hasta convertirse en rabia. Haciendo uso de la actuación que en su momento la salvó de ser ejecutada mediante la fusión en frío, la mujer le aseguró que estarían más cómodos en un sitio más privado. Estiró su cuerpo elástico de tersa piel azul ante la mirada libidinosa del cliente que no dejaba de babear.

El vientre de Tankar se movió con giros lentos y pausados mientras el genital biónico del hombre pulsaba como si en verdad tuviera venas en lugar de microcomponentes. Ella sonrió mientras usaba sus lenguas de fuego en el ansioso cliente, ejerciendo solo la presión necesaria. Cuando el hombre se estaba relajando, la lengua de fuego se clavó de un solo golpe en la parte más profunda de su tráquea, royendo e incendiando todo a su paso.

Él miró a la mujer con sus ojos empañados en lágrimas solo para darse cuenta de la hilera de perfectos dientes acompañados de unos colmillos que se asomaban de su boca. Recordando que en su planeta natal, los asesinos eran torturados de una forma similar hasta dejarlos convertidos en pequeños trozos que a duras penas podían pasar por polvo.

La lengua siguió desgarrando la carne que aún no estaba modificada, regocijándose ante el cascarón vacío que estaba tendido cuan largo era en el sillón de terciopelo de la sala de privados.

Cada pequeño trozo de la carne picada acabó disuelto en ácido y las piezas se vendieron a buen precio en el mercado negro.

Nadie supo nada.

El detective González volvió al Tepatitlán de noche, pero Tankar ya no estaba, intuyó que logró huir a la frontera.

 

Por Karla Hernández Jiménez

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