Me desperté a tu lado y de inmediato recordé cada instante que hemos pasado juntos.
Desde el instante en que nuestros ojos se cruzaron por los pasillos de la secundaria, hasta el momento en que finalmente decidimos confesar nuestros sentimientos no nos hemos separado.
Nuestras primeras experiencias descubriendo el deseo, nuestras torpes caricias que dieron paso a una turbulenta y apasionada relación llena de sensualidad cada vez que conseguíamos quedarnos a solas, tanteando con nuestros sentidos la verdadera utilidad de nuestros cuerpos que se amoldan entre sí hasta conseguir que cada extensión de piel esté fundida, entrelazada.
La misma sensación de placer invadiendo nuestros sentidos extasiados que nublaron nuestra razón hasta que fue muy tarde.
Cuando nos dimos cuenta, el fin del mundo había llegado y nos habían infectado mucho antes de que pudiéramos despertar.
Todo se sentía diferente, más lento, apenas podía reconocer tu cara y sin duda la mía cambió por completo.
Aquello no podía ser posible, ¡eso solo pasaba en las películas de terror!, ¿por qué nos había ocurrido algo así?
Mi amado ahora arrastra los pies mientras gruñe en busca de algo que desconozco. Lo persigo lo más rápido que puedo mientras me doy cuenta que afuera hay muchos más como nosotros que también buscan.
No sirvió de nada tratar de hablarle, por más que lo intentaba ya no me respondía.
Al igual que aquellos que se veían como nosotros, se arrastró hasta un refugio improvisado lleno de gente. Nunca olvidaré el instante en que sus caras se llenaron de terror cuando nos vieron llegar. Quería decirles que no era necesario dispararnos, pero las palabras que creía decirles no les llegaban.
En ese instante, los demás se abalanzaron sobre los vivos, devorándolos con sus fauces abiertas.
Tengo que reconocer que al principio me dio mucho asco la idea de comer la carne de otras personas, ya que mientras estaba viva me negué durante años a comer carne, pero pude notar que, mientras más carne comíamos, todos los demás podían volver a actuar un poco más como los humanos que habían sido.
Incluso él volvió a recuperar esa mirada que tantas veces me dedicó antes, cuando aquella desgracia todavía no llegaba a nuestras vidas.
Ahora, mi cerebro podrido aún puede recordar, pero cada día los recuerdos se desvanecerán, tal como ha pasado contigo, concentrándonos en alimentarnos de la carne de los sobrevivientes del apocalipsis para que su sangre y tejidos nos permita recordar por un breve instante lo que es estar vivos, lo que es volver a desear.
Nuestros sexos están entumecidos, a medio camino de un rigor mortis, que apenas nos permite disfrutar del acoplamiento de nuestra carne carcomida.
Él acaricia mi piel podrida como si fuera lo más frágil que hay mientras los restos de nuestros labios se juntan en un beso.
En mi mente, ese beso luce mucho más romántico si lo imagino con nuestros rostros de antes en lugar de ver nuestras lenguas salir por nuestras mejillas destruidas que revelan buena parte de nuestros dientes.
Mi piel hecha jirones aún responde a los mismos estímulos que él utilizó conmigo tantas veces. El cuarto se llenó de los gemidos entrecortados de nuestras gargantas secas, casi igual que cuando estábamos vivos, acercándonos un poco más a los instantes felices que llegamos a compartir y que ahora sólo viven en mis recuerdos.
Hoy me desperté para ver cómo el invierno entumece nuestros cuerpos aún más, impidiéndonos ir por más “comida”, condenándonos a una temprana extinción.
Mis brazos no quieren soltarlo, no quieren separarse de él, y se engarrotan tanto que sería prácticamente imposible alejarme de él. Nos quedamos abrazados en el frío invierno.
Cierro los ojos y ya no despierto.
Por Deyanira R B
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