Aquella noche, se acomodó entre los brazos de “El ronco” como lo hacía siempre que el sol se ponía en el horizonte donde sólo se vislumbraba la nopalera y a lo lejos se escuchaban los cantos lastimeros de un cenzontle que buscaba algún árbol en el cual posarse.
El polvo y las piedras descansaban a un lado del camino, esperando por un nuevo viento de Juárez que los moviera hasta un nuevo destino.
El roce de la sábana de manta sobre su piel se sintió deliciosamente anacrónica, casi tanto como las caricias que “El ronco” depositaba en toda la extensión de su vientre, dejando un rastro tibio ahí donde sus dedos habían pasado.
Siguiendo este camino, los labios y los dientes completaron el juego de placer que los dedos iniciaron.
Los ojos de Leonor no se separaban de él mientras completaba sus tareas en la piel resbaladiza.
Cerró los ojos mientras “El ronco” la hizo gemir en medio de la noche oscura hasta que al final se sintió invadida de escalofríos.
Cuando amaneció, ambos se pusieron el sombrero de mimbre y se echaron al hombro sus respectivos itacates hechos con aceite y otras piezas que habían encontrado entre la chatarra unos días antes.
Era increíble que unos años atrás, los humanos del laboratorio espacial de Venus los hubieran abandonado en aquel país para que sus esqueletos de metal terminaran de oxidarse.
Consideraban que sus defectos eran demasiado evidentes, que sus terminaciones nerviosas estaban atrofiadas y sin posibilidad de repararse.
Mandarlos al exilio en la Tierra sería suficiente para deshacerse de ellos. Las coordenadas ya habían sido fijadas.
La vida en la Tierra ya era muy difícil después de que el gran cataclismo destruyera todo a su paso, pero lo era más aún en Neo México.
Aún así, de algún modo aquel par de robots sexuales lograron conseguir su propio espacio y reconstruir un poco el aspecto de aquella tierra seca que los rodeaba.
Los humanos los habían abandonado a su suerte, y los pocos que había a los alrededores no tenían interés en ocuparse de un planeta que estaba prácticamente muerto, era mejor intentar sobrevivir el día a día a tener que preocuparse de resolver lo que ya no tenía solución.
No obstante, Leonor y “El ronco” pensaron de manera diferente cuando cayeron del espacio.
En aquel páramo vieron el hogar que jamás habían tenido en la base espacial ubicada en aquel rincón de la Vía Láctea.
La tierra dura y oscura que no marcaba sus pasos pareció darles la bienvenida. Renunciaron a sus antiguos nombres plagados de números y letras que nunca significaron nada para ellos, ahora tenían nombres verdaderos, nombres que los enraizaban a su nuevo hogar.
Ese día estaban emocionados ya que podrían recolectar otra muestra de su esfuerzo.
La cybermilpa, que por tanto tiempo planearon y diseñaron, había retoñado.
Por Deyanira R B
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