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Foto del escritorcosmicafanzine

Cuidado con lo que pides

Tras un año de ser colegas en el colegio holístico para sanadores psíquicos, mismo en el que jamás tuvieron oportunidad de mediar ni una palabra, Michelle recibió la notificación en su red social del cambio de nombre de Rodolfo Monroy. Al parecer, ahora era Izan. Tras haber sido llamada a husmear en su perfil con aquella modificación, se encontró también su foto de perfil era nueva, esa no había cambiado desde que lo conoció y, al parecer, desde que abriera su Facebook apenas hacía cinco años. Ya lo había stalkeado antes, porque cada vez que coincidían en las reuniones laborales y él hablaba, que era muy rara vez, ella se sentía atraída por él. Parecía un buen match para aquella mujer madura en experiencias dotadas por sus capacidades extrasensoriales. Un brujo para una bruja. Parecía.

Sin embargo, nunca había algo atractivo en su red social. Se trataba de un perfil aburrido de alguien que nada comparte y en el que solo se apreciaban las felicitaciones de cumpleaños que sus conocidos le dejaban cuando el algoritmo se los recordaba. Frunció los labios desencantada, sintiendo un déja vu que seguramente correspondía a todas las veces que había abierto su perfil en espera de algún dato interesante que le indicara que era un hombre al que valía la pena abordar para intentar tener una relación del tipo que fuera. Esta vez, sin embargo, la nueva foto era llamativa; El otrora hombre moreno, bien peinado, rasurado y serio que solía mostrarse, se presentaba ahora con una barba de unos cinco días, el cuadrado y fuerte mentón estaba tenso hasta hacer que sus labios parecieran estar ofreciendo un beso, pero la expresión facial total parecía que más bien estaba ofreciendo golpes, con actitud desafiante y el rostro bien plantado hacia enfrente. Su masculina agresividad contrastaba con un pequeño brillo en la mirada de ojos negros que parecían sonreír con picardía. Michelle miró sus ojos y pensó “¿está sonriendo?” Tuvo que ir y venir varias veces de sus ojos a su boca para intentar averiguarlo. Una de las comisuras de los bien formados labios se elevaba ligeramente. Era totalmente provocador. Buscó alguna descripción que acompañara a la imagen y esta solo rezaba “Ser eterno”.  “Qué extraño eres, amigo”, pensó Michelle. Luego, estaba el resto de la imagen; esta vez era una foto de cuerpo completo y no solo de su rostro. Aquel que antes apenas mostraba medio pecho enfundado en una camisa bien planchada y ceñida con una corbata pulcramente atada ahora estaba vestido con una camiseta negra sin mangas ni estampado y un pantalón de mezclilla. Simple. Sin zapatos.  Estaba sentado en unas escaleras pequeñas con las piernas abiertas. Sus manos señalaban a manera de pistolas hacia un punto: su miembro. La prominencia que destacaba entre sus piernas hizo a Michelle verlo en una parpadeante fantasía desnudo frente a ella, poseyéndola. “¡Oh, sí!! Se sorprendió murmurando, para luego repasar con los ojos hechos ranuras cualquier detalle que se le hubiera escapado atisbar. Sonrió sonrojada cuando se dio cuenta hasta dónde había llegado escudriñando la imagen y suspiró profundamente. Se recostó un poco y cerró los ojos recordándolo. Rodolfo siempre se había comportado frío con ella. Esa era la razón principal por la que ella nunca había ido tan lejos, a pesar de su atracción hacia él. Luego de alguna corta interacción o un muy forzado saludo, ella iba y venía en búsqueda de cosas interesantes que le atrajesen más de él, pero nunca había nada, hasta hoy. En sus esporádicas participaciones durante las reuniones parecía alguien inteligente y elocuente que contaba con el respeto del resto de los demás educadores. Pero era una escuela enorme, con tres campus, y nunca habían trabajado en el mismo. Los colegios holísticos son cada vez más concurridos y grandes, la cantidad y variedad de maestros que hay en ellos es creciente y plural. Su poder o capacidad para estar dando clases nunca le había llamado la atención. O tal vez sí, pero lo había olvidado ya. Ella solo sabía que ya lo había descartado muchas veces por esa actitud petulante con que la solía tratar. “¡Qué desperdicio de hombre!” pensó mientras lamentaba no tener una coartada para averiguar los cambios en su perfil que le volvían, de pronto, seductor. 

Volvió a abrir los ojos y regresó a su laptop, al perfil de Izan. Ahora había abierta una ventana de conversación, era él. 

Michelle se sorprendió hasta casi ahogarse con su propia respiración, se acomodó, se puso los lentes de lectura y comenzó a leer mientras se mordía la uña de su dedo anular.

“¿Qué tal? Sé que nunca hemos hablado, pero hoy que he tomado unas vacaciones y que me encuentro aburrido me atrevo a saludarte. Espero que no te moleste, pero no tengo muchas personas con quien hablar”. Michelle estaba absorta, sin saber qué responder. “Espera”, escribió él, ella contuvo el aliento. “Ven conmigo a tomar algo, estoy cerca de tu casa”.  Con los ojos abiertos en su totalidad le preguntó inmediatamente a manera de respuesta “¿Cómo sabes a dónde vivo?”, “una de tus amigas me dijo, cuando le conté que quería conocerte. Ella me pidió que no supieras su nombre, no intentes por ahí. ¿Qué dices? ¿Aceptas? Te veo a las 21:00 horas en la entrada de tu casa. Iremos a tomar algo y luego, te devuelvo sana y salva”. Michelle pensó un momento, la tranquilidad de que se tratase de un bien reputado compañero de trabajo, no uno cualquiera, uno que le atraía y que ahora se había vuelto casi irresistible, así como la sugestión en su cuerpo le hicieron vencer cualquier miedo. “21:30, debo alistarme”, respondió. Y comenzó ¿lo eterno?

Michelle abrió los ojos al siguiente día, estaba totalmente desnuda en su propia cama. Los largos cabellos despeinados y el cuerpo doliendo con delicia de una loca y extenuante actividad sexual. Miró a su alrededor recordando lo ocurrido. En el suelo, cuerdas para BDSM, su ropa esparcida en el piso. Rodolfo no estaba, sus signos sí. Iba a llamarlo, pero la garganta le falló y al intentar aclararla, un dolor en el cuello le detuvo la mano. Se dirigió al espejo. Marcas de fuertes dedos se distinguían en su blanca y muy sensible piel. Recordó cómo la ahorcó todas las veces que ella misma lo pidió. Sonrió. Desconocía esos gustos en ella. Él había llegado todo lo lejos que nadie había intentado llegar. Lo encontró solo en sus mensajes: “Te veo en la noche”. El resto del día fue de silencio. Ella no solía comunicarse si no le escribían y él no lo hacía, pero había dejado la instrucción clara de hacia dónde iban las cosas. Y hacia allá fueron. Un par de amantes golosos, furiosos e incansables. “Izan significa eterno”, le dijo una vez, “Eso soy para ti, ya llegué, nunca me iré, porque así me lo pediste”. Eso calmó su romanticismo, el resto no le preocupaba. Tenía una relación libre y centrada en el sexo. “El sueño adulto”, se dijo. Excitante, nuevo e intenso, algo que al parecer siempre había querido. La sonrisa le duró todo el día y los siguientes. ¿Cuántos? 21. 

21 días de explorarse sexualmente frente a un hombre que parecía cumplir todos sus caprichos. La sensación de entrega extrema que le daba el masoquismo la hacía sentir plenamente enamorada y en comunión con aquel hombre que era su fantasía sexual hecha realidad. Ella pedía y él concedía. Ella se concedía y él gozaba hasta la locura del enamoramiento. Quien pide como único deseo el entregarse azuza a las moiras del destino y ¿quién sabe a cuántas creaturas más? Todos pedimos para recibir, pero ¿pedir para entregarse? Sí, gracias.

El día número 22 fue de locos. Los encuentros se habían dado en el departamento de uno y de otro, indistintamente. Ella ya era parte de su vida nocturna y él de la de ella. El lenguaje sexual en todos sus códigos posibles reinaba en sus interacciones y los besos indicaban una pasión creciente muy acorde a la relación que había mutado hacia una codependencia física hambrienta siempre, ávida y totalmente exquisita. Los artificios del BDSM no la satisfacían tanto como lo que él podía hacer sin más artefacto que sus manos. Ella estaba plena, portando siempre una mascada en el cuello para ocultar las marcas de los dedos que “Izan” imprimía continuamente mientras le hablaba al oído con su muy grave voz rasgando su cordura “Estoy aquí por ti, soy totalmente para ti y tú para mí”. Ella apenas podía pedirle jadeando: “¡Por favor, jamás vuelvas a ser Rodolfo!” Él sonreía satisfecho siempre y continuaba…

Pero el día 22 él volvió al trabajo después de sus vacaciones. Ella lo encontró en uno de los pasillos y él se comportó con la misma frialdad que antes. La barba estaba rasurada, el cabello peinado y la vestimenta pulcra. Ni siquiera respondió a la sonrisa pícara que ella le envió. Era como si no la conociera. Ella, fúrica y confundida, fue a reclamarle durante el descanso. Él siguió actuando como si no se conocieran. ¿Qué ocurría? Le había escrito cientos de mensajes que no recibieron respuesta alguna. Cuando él la miró de lejos, mientras hablaba con un colega, la miró con extrañeza, como si los mensajes solo lo perturbaran. Michelle pasó el peor día de su vida intentando razonar los nuevos parámetros de la relación. Quería echarlo de su vida con furia, pero lo necesitaba tanto. Primero tenía que saber lo que ocurría. Fue a buscarlo al terminar las clases, ya la escuela estaba casi vacía. El sol se estaba poniendo. 

—Izan, ¿por qué has actuado así?

—¿Quién es Izan? —respondió él, riendo burlonamente. 

—¡Tú! ¿Quién más? Por favor no me hagas esto. ¡Es ridículo! —buscó en su celular el perfil de Facebook en el que ahora se leía nuevamente Rodolfo Monroy y en el que se mostraba con su antigua foto de perfil. Negó efusivamente con la cabeza. Era una pesadilla—. ¡No, no me puedes hacer esto! —se abalanzó contra él golpeándolo con todas sus fuerzas y llorando con una desesperación que jamás había conocido.

Adrián, el velador, acababa de aparecer en la habitación. Era un hombre joven y robusto, muy alto, atlético y con capacidades de médium como casi todo docente del colegio. 

—¿Qué está ocurriendo aquí? —dijo, enronqueciendo su voz todo lo posible y ampliando su pecho en una masculina pose de protección. 

—¡Ayuda! —exclamó Rodolfo— se ha vuelto loca o siempre lo ha estado, no lo sé. 

Esto enfureció todavía más a Michelle quien buscó ahorcarlo y dañarlo con sus uñas y con todo el desprecio que ahora la movía con brutal animalismo. 

—¿Loca yo?, ¿loca yo? ¡Loco estás tú, maldito dos caras! Dile, dile de qué manera me has engañado todos estos días para venir a montar un show de inocente paloma ahora que estás en la escuela. Dile, dile quién me ha hecho esto. —Entonces ella mostró su cuello a Adrián, amoratado ya y con pequeñas marcas de dedos y de cuerdas aquí y allá. 

—¿Te tuvo cautiva? ¿Quieres que llame a la policía? —Exclamó Adrián enardecido y solícito.

—¡QUIERO QUE MUERA! —gritó Michelle enloquecida. Entonces Adrián sacó de entre sus ropas una pequeña daga y la clavó con precisión en el corazón de Rodolfo en un movimiento tan rápido y certero que le recordó a Michelle las hábiles manos de Izan cuando la desnudaban en menos de un minuto. Ella estaba ahogada en la sorpresa. Incapaz de hablar o gritar. Su mente se iba llenando de pensamientos que la confundían y mareaban—. ¿Qué hiciste? —alcanzó apenas a decir. 

—Lo que pediste. No te preocupes, alteraré las cintas de vigilancia. Diré que lo maté en defensa propia. Nadie sospechará de ti ni de mí. El tipo era bastante raro, por eso lo elegí.

Michelle no escuchaba ya, comenzó a sollozar, ahora lamentaba la pérdida de su amante. El que siempre había querido. Recordó cuando una bruja guía le dijo que tenía poderes para cumplir cualquier cosa que pidiera. Ella había pedido tenerlo, disfrutarlo. Ella había pedido su muerte. ¿Cuánto más poder tenía? 

—¡Vuelve, vuelve, Izan! Te amo. Te amo, Izan. ¡Por lo que más quieras, vuelve! —imploraba mientras intentaba reanimarlo y hacer que se levantara.

Los brazos de Adrián la rodearon con sumo cariño y luego, una de sus fuertes manos le rodeó el cuello apretándolo. Ella reconoció el abrazo y la firmeza de la “caricia”. Adrián se acercó a su oído y le habló. 

—Estoy aquí por ti, soy totalmente para ti. Soy el íncubo Izan. Te amaré eternamente y tú, querida mía, has pedido ya ser mía. 

 

Por Marcela Gutiérrez Bravo

Escritora, docente y traductora mexicana. Propietaria de una librería anticuaria en su natal Tlaxcala, en el centro de la República Mexicana.

Es novelista, cuentista, poeta y ensayista. Traductora de libros de ficción, fantasía y ensayo del italiano, inglés, francés y portugués al español. 

Sus libros, incluso si se trata de aquellos de ficción, buscan ahondar en algún tema filosófico. 

Ha escrito más de 9 libros y traducido más de 130 títulos de diversos temas.


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