En su primer trabajo, Gabriela Gómez Fuentes, Química Farmacobióloga, recibió a un ser desmembrado para realizarle una serie de análisis. “Imaginé que me darían mi muerto entero, no pedazos”, dijo. En su diálogo no existía la persona, el alma, solo un trozo de carne putrefacto. El cuerpo desmembrado por un asesino como en el libro La Muerte me da; en El alienista de Caleb Carrab o en la película Seven.
En La Muerte me da, de Cristina Rivera Garza presenta un cercenado: “No tenía nada adentro y, alrededor de mí, sólo estaba el cuerpo. Lo que creí decir. Una colección de ángulos imposibles. Una piel, la piel. La cosa sobre el asfalto. Rodilla. Hombro. Nariz. Algo roto. Algo desarticulado. Oreja. Pie. Sexo. Cosa roja y abierta. Un contexto. Un punto de ebullición. Algo deshecho”.
Entre más nos exponemos a cadáveres, algo de muerte se nos adhiere. De niña observé heridos, enfermos y amarillentos en el hospital. En la casa, el de mi abuela, sin pechos, solo cicatrices, sin cabello ondulado, tenía placas, dientes falsos nadando en un vaso de agua. Piel opaca. Presencié la demolición que el cáncer hizo con ella. Comencé a ver películas de terror, mi favorita: Cementerio maldito, basado en la novela homónima de Stephen King y a disfrutar de libros como Frankenstein, de Mary Shelly y Drácula, de Bram Stoker. Tenían en común los cuerpos muertos, resucitados algunos desmembrados, que se levantaban del más allá con conciencia y una crueldad desmedida.
Alguna vez me quedé parada frente al dedo gordo de un muerto en la camilla, tentada a tocarlo y otra ocasión frente a una mujer con un óbito fetal adentro, daría a luz a un muerto. Ya había visto nacer a un niño. Todo lo anterior antes de los nueve años. Esos fueron mis primeros grandes descubrimientos: no hay corporalidad más anhelada que la sana y al morir queda un cuerpo y alguien apegado a lo que fue en vida. Pero en esos momentos los contemplaba como lo cuenta Nellie Campobello, en Cartucho, desde una perspectiva infantil, sin sufrimiento, algo lejana y carente de una moral.
Pasaba tiempo en el hospital porque mi mamá trabajaba ahí. Ella ayudaba a enfermos, pero su obsesión no era la salud, quería bajar de peso. Se sometía a dietas rigurosas con las que obtenía resultados y luego rebotaba. Todavía no llegaba la época de las super modelos de talla doble O, ni los pantalones que dejaban ver un abdomen definido y ya había un cardumen de mujeres comiendo poco y sometiéndose a dietas insanas. Incluso, alguna vez leí en un libro de Cristina Rivera Garza, una frase que decía que comer poco alargaba la vida. La autora también hablaba del gozo que le daba correr y el yo dentro del cuerpo: “Estoy aquí, estoy ahora. A esto se le llama Soy Mi Respiración. El sonido interno. El ritmo. El peso. El escandaloso rumor del yo dentro de la pecera oscura del esqueleto”.
No había escuchado hablar de la satisfacción que daba comer sano o hacer ejercicio, a la manera que lo cuentan Cristina Rivera Garza o Murakami en “De qué hablo cuando hablo de correr”.
También fui un pez que mordió el anzuelo, sometí a mi cuerpo a explotación, inanición, vivir sin nutrientes de calidad, sin horas para reparar sus neuronas y músculos. Mi concepto de cuerpo tenía más relación con la muerte y tortura que con la vida. Decidí comer sano, hacer ejercicio y crear masa muscular.
El término corporización que es hacerse cuerpo desde la experiencia corporal con base de la cultura y el ser; es algo con lo que creí estar familiarizada, personas que se operan para obtener un ideal de belleza, por otro lado, quienes se tatúan, perforan o hacen de su cuerpo un cuaderno en donde muestran su identidad. No había visto cómo está corporización se realiza en la vida Fitness. Hasta que escuché: “Tres meses entrenando y ¡subí ocho kilos!”, dijo una mujer en el gimnasio y me mostró las fotografías de su proceso. Trabajaba en moldear un cuerpo, se veía profundamente feliz con los resultados. No estoy familiarizada con la alegría causada por aumentar kilos.
En mi contexto hay mujeres de cuerpos estéticos, en sus diferentes tallas, preocupadas por alcanzar una quimera, porque para ellas su cuerpo nunca será suficiente. Increíblemente ni para Megan Fox o Beyoncé lo es. En un documental escuché a Beyoncé, decir tengo hambre, he comido una manzana. Estoy a dieta.
Después de unos meses en el que mi objetivo era mejorar mi salud mental y física, algo cambió, empecé a ver cuerpos como piezas al que un escultor construye con paciencia y disciplina cada día. Todo con base en los objetivos. No se trata de bajar de peso, si no de aumentar la masa muscular (en las zonas que se desean) y reducir la grasa. Si veo unos glúteos enormes pienso en cuánto pollo, huevo y arroz habrá comido, las veces que hizo volumen o un superávit calórico y luego un déficit, ¿cuál será su rutina? ¿dormirá bien? Este descubrimiento o manera de pensar ya estaba plasmado siglos atrás.
En Villete, de Charlotte Brönte (1853), escribe: “Era en verdad una buena moza, extraordinariamente bien alimentada: mucha carne –por no decir nada del pan, las verduras y las fruta -debía haber consumido para alcanzar aquel peso y aquella talla, tal riqueza de músculos y tal abundancia de carne. Parecía disfrutar de una excelente salud y ser lo bastante fuerte para realizar el trabajo de dos cocineras. No le era posible alegar ninguna enfermedad en la columna vertebral...”.
He visto al cuerpo como algo autónomo, libre, que se enferma o deja de funcionar si así lo desea, se somete a nuestros caprichos, y una parte del ser a la que cuidar y restaurar. Pero el cuerpo es cuerpo, indomable y perfecto para ese yo que nada con libertad dentro de él.
Por Karla Barajas
(Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; 1982)
Publicó Neurosis de los bichos(Colección Minitauro, La Tinta del Silencio, México, 2017), Esta es mi naturaleza(Editorial Surdavoz, México, 2018), Cuentos desde la Ceiba (La Tinta del Silencio, México 2019), Donde habitan las muñecas (Quarks Ediciones Digitales, Perú, 2021), Cenizas de los amordazados por el alba (EOS Villa Digital, Argentina; 2022), Viscerales (Chicatana Ediciones, 2022) y La Raíz que cuartea la tierra (BGR, 2024).
Antologó Mujeres en la minificción mexicana (EOS Villa Digital, Argentina; 2021) y junto con Eliana Soza, la antología Minimundos (Dendro Ediciones Digitales, Perú, 2021), ¡Calabacita, tías! (Chicatana Ediciones; 2021), Amor-es. Antología de minificción mexicana (EOS Villa Digital, Argentina en coedición con Chicatana Ediciones; 2022), ¡Calabacita, tías! Vol. II (Chicatana Ediciones; 2023).
Ha participado en diversas antologías nacionales e internacionales. Algunas de sus minificciones han sido traducidas al francés, húngaro, inglés, polaco y a la lengua maya-tseltal de la variante de Oxchuc.
Comentários