
Desde un posicionamiento como ente ajeno, se me ocurre tratar de entablar una relación entre el enamoramiento y la falsa nostalgia. En el insomnio, dos canciones se reproducen una después de la otra: “Otra vez” de Petite Amie y “tus fantasmas” de Verano Nuklear. No es coincidencia, pues al terminar de escuchar “Otra vez”, pauso el reproductor y me voy a buscar la segunda en YouTube. Ambas con ambientes distintos —tonos distintos, música distinta—, pero hubo algo que detuvo de escuchar la primera un par de veces más, “¿Y cómo vas a cambiar, si no sabes amar?” fue el detonante e, inevitable, surge un bucle pernicioso. Las demás líneas me son ajenas —me llama la atención lo que pasa al fondo, los sonidos y la hipnosis en la que me colocan—; oraciones ambiguas siguen a lo antes citado.
Lo primero que deduzco en mi súbita curiosidad hacia lo desconocido: hay una complicidad entre los enamorados. No me refiero únicamente al par de enamorados, sino a todo aquel que padece el enamoramiento de la forma en la que se pueda padecer. El enamorado entiende un poco más. Yo escucho estas letras y, a veces, debo leerlas para tratar de descifrar los mensajes ocultos, como el análisis a un poema. Esta canción es sobre dos personas que ya se amaron una vez, la línea que me resuena es distinta en conjunto a como yo la interpreto.
Las canciones de amor nunca dejarán de ser porque el amor nunca se terminará, la inevitabilidad del enamoramiento, lo humano de ello. Aunque misteriosas, las letras tienen un mensaje claro: los inconvenientes del enamorado —nótese que no hablo más allá, pues conozco mis limitaciones—. Siento una tristeza abismal porque no soy capaz de empatizar. En cierta ocasión, en una reunión con amigos, escuchábamos a Carla Morrison y ellos hablaban de sus experiencias a partir de sus canciones; “¿tú nunca dedicaste una de Carla Morrison?” “No”, les contesté, “nunca he dedicado una canción”. Nunca advertí la necesidad, me faltó decir. He estado enamorada una o dos veces, todas escasamente correspondidas. El enamorado se refugia en las letras de ciertas canciones para exaltar aún más la desdicha que está viviendo o a punto de vivir, pues también se anticipa. Yo soy como un robot, les repito, entre bromas, a mis amigos; no entiendo de esto de lo que hablan, para mí son ustedes criaturas lejanas y fascinantes. En el fondo, lo que se ha estado tejiendo se asoma con temor: quisiera sentir lo que ustedes. De ahí que me haya encontrado tan sugestionada por las dos canciones que mencioné al principio, las defensas flaquean cuando no se duerme.
Entra la melancolía. Como una droga que no me surte efecto, el enamoramiento se me resbala de entre los dedos. No entiendo qué pasó, me digo, no entiendo por qué no llegamos a ser más. Y deduzco, un par de meses después, que me faltó arriesgar; los toques, miradas y palabras ambiguas me fueron más que suficientes en su momento. Por eso “¿y cómo vas a cambiar, si no sabes amar?”, resuena tanto, incluso si no era la intención de Petite Amie que una desenamorada como yo se sintiera aludida.
Existe una tristeza que se afianza a ti conforme menos te enamoras, es incierta la visión del yo enamorado. Ocurre algo menor que estar en el ensueño: querer “querer”. “Quiero sentir esto” y, como máquina, elijo a alguien con determinadas cualidades —él no tiene por qué enterarse ya que es regocijo propio—. Un día, en el espanto de percibirme sola, deseo con todas mis fuerzas estar enamorada; hay en el quehacer relativa facilidad: te enamoras, fantaseas e idealizas, ahí queda. Sufres un par de meses porque aquello “no se dio” y en el fondo estás muy consciente de que no hiciste lo suficiente. Para llegar al estado ansiado hay que saber desear, las máquinas de mi tipo eludimos la antesala: el deseo por el otro. Observo a las parejas en los espacios públicos, las parejas que hacen mis amigos y sus miradas perdidas, confusas, las sonrisas perpetuas; a quienes se enamoran de mí sin haberme dirigido propiamente la palabra: qué mentiroso tu enamoramiento, no es verídico porque yo nunca operaría el deseo de esa manera, les diría con crueldad. Al hacer esta última afirmación, queda en entredicho mi cobardía. En redes sociales, hay un discurso frecuente: “a la gente le da miedo amar porque el amor implica vulnerabilidad”, no queremos ser vulnerables, te encontrarías ante el pavor de saberte conocida.
Otro apunte, el enamoramiento para el cobarde lo coloca en perspectivas inimaginables, inasibles. En el insomnio, el pensamiento vuelve a mí como una condena cuando escucho la otra canción, “tus fantasmas”, siento la emoción prolongarse apenas inician los primeros acordes y el video se reproduce. La letra empieza con “Te escribí una canción…”, escribirle una canción a alguien, tanto como dedicarle un poema como dedicarle algo hecho de las propias manos, me es impropio. Aún así, no dejo de conmoverme. La sucesión de imágenes en el video, grabado con una cámara digital, se repite interminablemente en mi cerebro; eso también es la nostalgia. Dice la RAE: “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha pérdida”. En este caso no he perdido nada que me fuera dichoso, desconozco todo lo que sucede al otro concepto abordado en este texto.
“Un día yo estuve enamorada de ti y luego no, pues ocurrieron una serie de acontecimientos que solo se pueden atribuir a las decisiones que tomamos en este estado de embriaguez”. Lo entiendo en su contexto y la simpatía me captura junto con el formato vintage y la letra melancólica de “tus fantasmas”. Hay otra línea que no puedo olvidar: “Creo que no me extraña esta extraña sensación”; la puedo sacar de su entorno y decir: sí, esto aplica para cualquier situación en la que yo me sienta de tal modo. Otra: “Si muero mañana, no me pidas otro favor”. Aquí hubo complicidad y, para quien no ha arriesgado más allá de la serotonina producida al tener un crush, los versos se le pueden antojar simplemente bonitos o acordes a toda la canción en conjunto.
La desdicha de nunca haberse enamorado propiamente y, al mismo tiempo, seguir rodeándote de productos hechos por aquel que sí, te orilla. Estás fuera de un sistema; a veces te integras brevemente y luego te arrinconas cuando la vulnerabilidad se torna inevitable. Sin embargo, se anhela. Siento tristeza al escuchar esta canción, un hipotético enamoramiento fallido que me causa una languidez irreparable y desde aquí me encuentro con otra verdad: añoro lo que no tengo.
1 Petite Amie. “Otra vez”. Devil In The Woods, 2022. Spotify, https://open.spotify.com/intl-es/track/0vA1RgkV2GqrwpkSiINgKR?si=69e46b625aae4602
2 Verano Nuklear. “tus fantasmas”. 2022. YouTube, https://www.youtube.com/watch?v=HWKOq8EI1yg&ab_channel=veranonuklear
3 REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.8 en línea]. https://dle.rae.es/nostalgia?m=form
4 En alguna ocasión, una psicóloga me dijo: “has estado enamorada, más nunca has conocido el amor”; su diagnóstico me persigue todavía.
5 Como trato de llevar una dirección específica, no me meteré en otros asuntos como el hecho de que no todo ser que haya experimentado el amor se identifica con canciones enteras o ciertos versos. Hay quienes sí, funciona cuando las letras son ambiguas, pero puede haber frustración al no encontrar consuelo en la música por ser tu situación tan específica.
Por María José Escobar
(Querétaro, 1998)
Licenciada en Letras Hispánicas. Ha participado con cuentos breves y microficciones en números y plataformas de los medios de difusión literaria Revista Ibídem, Revista Oropel, Hipérbole Frontera, Revista Alcantarilla, Enpoli, Tintero Blanco y After The Storm. Beneficiaria del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico PECDA Querétaro (2024-2025).
Comments