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Elogio de la obscenidad: Moratín padre y la emancipación del cuerpo

¿Cómo sería el mundo si Pierre Bayle nunca hubiera escrito sus Pensamientos diversos sobre el cometa y con ello limpiado las telarañas del pensamiento humano que desencadenaron la famosa Ilustración durante el llamado Siglo de las Luces? Probablemente, sin esta cabeza pensante el paso del escalón que había entre los fuegos artificiales del Barroco y la liberación que planteaba el Neoclasicismo nunca se hubiera dado. Bayle murió en 1706, tal vez no muy enterado de la catástrofe intelectual que había comenzado en su propia Francia; cosa que naturalmente no se quedó allí sino que explotó y se extendió a otras tierras, como sucedió con España. 31 años después de aquello, en 1737, nació en Madrid don Nicolás Fernández de Moratín, un español de pluma suelta y transgresora que pasaría a la historia solamente por haber engendrado a Leandro Fernández de Moratín, máximo exponente del teatro ilustrado en lengua española. Sin embargo, la única contribución de Moratín padre a las letras castellanas no fue únicamente ésta, también lo fue el primer tratado abiertamente erótico sobre el cómo, el dónde y el porqué de las relaciones sexuales que muy jocosamente tituló “Arte de las putas”.

La observación de los astros celestes que tanto cautivó a los primeros ilustrados –como Bayle, Newton o Hutcheson- dirigiendo sus pensamientos sólo hacia el orden natural del cosmos de pronto cambió y en vez de mirar a las estrellas, comenzó a mirar el cuerpo humano y a fijar su atención en las cosas que ocurrían con y entre él. Espontáneamente la Ilustración dejó de ser exclusiva de la filosofía y también se trasladó a la literatura, en donde fue acogida por ingenios como el de Moratín padre. Su Arte de las putas consiste en un largo poema dividido en cuatro cantos, cada uno de ellos con una temática específica que no se aleja de los demás. Como era de suponerse, esta obra fue prohibida por la Inquisición –como también lo sería El sí de las niñas, drama escrito por su hijo, algún tiempo después- porque corrompía las buenas costumbres, atentaba contra la moral sexual de la que tanto se ufanaba el clero y la monarquía, pero no se limitaba a esto: también proponía la práctica de un coitus cuyo fin no era la procreación sino el placer, es decir, el disfrute de ambos cuerpos.

Escrito en elegantes endecasílabos con rima distribuida –a veces en forma de dísticos y otras en encadenamiento-, este Arte desea ser más bien una suerte de manual cuyo firme propósito es enseñar “tan gran ciencia como es la putería”. Al iniciar el Canto I es notorio que el poeta no invoca a las Musas para iniciar su poema, como solían hacer los poetas anteriores cuando trataban asuntos extensos, sino que acude al patrocinio de la diosa Venus para que ésta sea quien guíe el curso de los versos y su marcado tema erótico. En este sentido, el símbolo poético central elegido por Moratín para el desarrollo de su texto es unitario y complejo a un tiempo, pues se trata nada menos que del cuerpo femenino y de los goces corporales que este puede proporcionar, pero también de aquellos que se le pueden otorgar. Venus es por excelencia la exaltación de los atributos femeninos, de ahí que sea considerada por el autor como la matrona de la carnalidad en su totalidad, que se manifiesta indefectiblemente a través del acto sexual. Usando los estandartes moralizadores enarbolados durante el siglo XVIII, el poeta enaltece la acción del placer y la compara con su contrapeso que identifica con la guerra: es imposible que la historia juzgue infame “el delicioso arte de amar a las mujeres” pero en cambio el acto de acabar con millares de hombres sea pasado por valiente y heroico. Para Moratín esta es la explicación de porqué “el amor y la pasión se hacen a escondidas”. Quizá un poco adelantado a las exuberantes razones que el Marqués de Sade logró exponer en textos como Filosofía en el tocador, Juliette o Justine; Nicolás Fernández de Moratín apostó por enseñar a las parejas más jóvenes y candentes de aquella época las mejores formas para sacar el mayor provecho a cada una de sus partes corporales. Es aquí donde se aprecia uno de los intentos pioneros por eliminar del cuerpo desnudo la gran cantidad de supersticiones y tabúes que había arrastrado consigo a lo largo de tantos y tantos siglos. Es necesario mencionar que además de esgrimir estas razones con un leguaje cargado más de ingenio que de metáfora, Moratín se esfuerza por presentar a sus lectores algunas de sus recomendaciones más personales: se debe evitar la masturbación en ambos amantes, el varón tiene absolutamente todo el poder del deseo para buscar a su amada cuando desee reducir sus poluciones nocturnas, y antes de probar cualquier cuerpo, se debe ser prevenido y echar mano del condón en todo momento. Con estos consejos, el poema se cierne como una de las obras de la literatura erótica sui géneris y sin precedentes.

La censura que evitó la impresión del Arte de las putas durante el siglo XVIII no es una simple casualidad que falsamente se atribuyó con su mismo título, que dicho sea de paso fue elegido porque durante el final del Canto II y todo el Canto III el poeta realiza un recuento de las zonas de Madrid en las que el lector podrá encontrar a las mejores mujeres prostitutas, las que también se digna en contabilizar, nombrar y describir según su apariencia y el lugar en el que solían colocarse para atraer clientes; haciendo de la obra una interesante descripción de la vida nocturna y prostibularia de esa ciudad española durante los siglos XVIII y XIX, cosa que podría identificarse como una antesala a los retratos literarios que luego popularizarían los escritores costumbristas; sino más bien que se debió a la acidez con que Moratín expuso los tipos y los vicios de la sexualidad: ésta llega a ser tan inherente a la condición humana, pero también tan atractiva y placentera a los sentidos, que incluso ni frailes, clérigos o reyes pueden escapar de ella y se pierden entre sus formas múltiples.

Los versos que dan apertura al Canto IV son el comienzo del agradecimiento de Moratín hacia sus lectores que él buscaba llamar más bien “aprendices”, alegando que debían estudiar su Arte tanto de noche como de día. Sin embargo no les sería suficiente con el estudio teórico de sus letras, pues también debían llevarlo al campo de la acción sin ningún impedimento. Antes de finalizar, el poeta brinda algunos consejos que son imprescindibles, atemporales y aplicables para todos los humanos sensatos que pretendan probar los jugos ambrosíacos de la voluptuosa Venus: por una parte, los hombres no deben tirarse a la vanidad y la holgazanería, ni molestar a otras mujeres que estén “bien con sus maridos” porque en vez de encontrarse con el placer prometido se hallarán contados entre “los cabrones consentidos”, no se debe malgastar el tiempo siendo uno(a) de aquellos(as) que “putean sin saber lo que putean”, se debe evitar a los(as) interesados(as) “que amar no saben/ sino sólo a tu bolsa,/ está vaciada,/ su amor infame se disuelve en nada”, y por otra, “aunque engañes hoy a diez, mañana a veinte/ […] hay donde probar a todas horas” parece ser el consejo supremo. En este sentido, el Arte de las putas llega a transformarse en una reivindicación del placer. Literaria y prácticamente, Moratín supera el Ars Amatoria de Ovidio y ofrece al lector curioso los dos caminos más irreverentes y al mismo tiempo más satisfactorios que existen para toda persona: el amor y la putería.

 

Por José Santiago Macías Cabrera

(Puebla, 2006)

Estudiante, poeta, ensayista y narrador. Durante dos años consecutivos fue ganador del concurso cultural de declamación organizado por la Secretaría de Educación Pública para el Estado de Puebla (2022, 2023). Fue galardonado con el XIII Premio Nacional de Cuento de la Universidad Iberoamericana de Puebla (2024). Ha publicado poesía, cuento y ensayo en blogs y revistas literarias nacionales e internacionales como Enpoli, Hipérbole Frontera, Pirocromo, Awita de Chale, Literatura 451, Mimeógrafo, Periódico Poético, Irradiación, Alcantarilla, Trinando y Librópolis (UNAM).

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