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Final feliz

El amor se sueña bonito, ideal enmarcado dentro de un cuento de hadas con lujos y eterna festividad, pero es mundano sin tanta belleza y más problemas. En una avenida cualquiera del centro de la ciudad capital deambulaba una pareja de indigentes, a ella le decían “Compota” de él desconozco el nombre, para efectos de esta crónica lo denominaré “Papi” así escuchaba que ella lo llamaba cuando estaba contenta. Eran una pareja inseparable, pedían limosna para satisfacer sus necesidades básicas; siendo la principal su carterita de aguardiente San Thome, aunque si el día era malo cualquier marca era buena. Formaban parte de la cotidianidad de la parroquia San José.


“Compota” era una mujer de unos cincuenta años, de tez morena, cabello corto rizado, baja estatura, un poco robusta presumo de ahí viene el apodo, “Papi” era delgado, alto, moreno con mejor presencia. Pensaba que eran personas sin hogar porque vivían en la calle hasta que un vecino me acotó que ella si tenía familia, pero por el abuso de las drogas y el alcohol la botaron de la casa cuando comenzó a robar familiares, vender los objetos personales y electrodomésticos para conseguir dinero y continuar con el vicio.


En ocasiones la vi bañada, arreglada como si quisiera salir de esa decadente condición, me daba alegría pensar que podía mejorar. Los muchachos de la zona jugaban con ella y le gritaban: — ¡“Compota” estás bonita! ¿Vas a sacar la cédula? a lo que ella respondía con groserías e insultos, luego reía porque le gustaban los piropos, al poco tiempo perdía la belleza efímera del aseo personal y la ropa limpia.


Era triste ver cómo yacía sobre cartones de cajas viejas sin conciencia de sí misma, en un espacio que le servía como dormitorio cerca de una reconocida fábrica de ropa, despertaba desorientada, lamentando las condiciones de su miserable vida la cual carecía de todo sentido. “Papi” siempre lució con más salud y mejor aguante para la bebida. Está demostrado que el alcohol y los estupefacientes son más dañinos para la mujer que para el hombre. Aunque en su convivencia el maltrato físico y verbal era frecuente ella no se apartaba de él. En mi ruta para dirigirme a la oficina por lo general los veía de ida o vuelta, pasaron varios días sin encontrarlos sentados en las aceras, fueras de los locales comerciales o caminado. Coincidí con mi vecino y le pregunté:


— ¿Le pasó algo a “Compota”?

—Sí, murió en el hospital, le dio un infarto.


Sentí cierta tristeza al enterarme de la noticia, luego analicé, la calle no es lugar para nadie, por fin descansó. “Papi” desapareció de la zona y a nadie le interesó. Existen personas que permanecen en los recuerdos de quienes los conocimos, mas no trascienden el anonimato, son historias contadas como anécdota de localidades y se pierden a menos que algún escritor decida volverlo personaje en alguno de sus textos y se inmortalice más allá de su identidad legal dejando huella espiritual en los lectores. No dejo de pensar que en esta historia, la muerte para “Compota”, fue su final feliz.

 

Por Dayana Rada

Nace en Caracas. Administradora y Escritora. Ha nutrido su formación con diferentes talleres en el área de la literatura: Reseña Crítica, Poesía Arte Erótica, Ensayo, Crónica y Literatura Infantil; lo que le ha permitido publicaciones como: Trilogía decadente, Santa parroquia, El bosque tropical de Sara y Carlos, Las notas desordenadas y Devuelta a la matemática en el libro 175 Relatos de escritoras latinoamericanas (Elipsis Editores, Medellín, Colombia, año 2021); cuento Graciela y el teatro libro colectivo Armario de letras 2, (Editorial Caza de Versos, Nuevo León, México año 2019); cuento El beso de la abuela, en la Revista Tricolor número 400, abril 2017. Ganadora de Beca de Estímulo a la Creación Literaria 2019 género Literatura Infantil del Centro Nacional de Libro (CENAL), Venezuela





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