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La supermujer: Entrega 2



LA SUPERMUJER


Lo que la hoguera no quemó


Visión nietzscheana y evolutiva del empoderamiento femenino




Marcela Gutiérrez Bravo




Portada: Nyxferatu




División de tareas


La asociación de los seres humanos, desde que es y ahí donde es, exige la división de esfuerzos, por practicidad. Eventualmente, si se sigue siempre un mismo patrón sistemático y no evolutivo, se vuelven necesarios los papeles, no los individuos. Y donde un individuo deja de ser necesario, pierde su nombre, pierde su historia vital y pierde su dignidad. Se convierte en un número, en una bestia de carga, en un semental, en un educador, en un progenitor, en un cuidador, en un bufón, en un administrador, en un artista, en un consumidor, en un objeto del todo, en algo más qué usar, en una sola opción para ser, con todas las categorías ad hoc que le corresponden por la “naturaleza” de esa división de tareas.

La evolución precisa de disociación, de hacer divergir los esfuerzos, de generar nuevos mundos, cada uno con nuevas posibilidades de ser, cada uno con nuevos espacios a ocupar, cada uno con el nombre de su individuo ya esperándole, del individuo que solo puede ocupar ese lugar. Contrario a la idea de convergencia de esfuerzo y de asociación en la que vivimos, el nuevo universo expandido de posibilidades de ser pide una disociación, la formación de nuevas redes de vida, de nuevas comunidades con reglas propias y la posibilidad de que un individuo pertenezca a más de una comunidad, si le place, cosa que es posible con las comunidades virtuales, ya siempre existentes en las ideologías.

Es por esta razón que los llamados grupos minoritarios que ahora pululan no pueden ponerse de acuerdo, tiran hacia la izquierda, imaginando ahí su lugar, su trono de poder. Pero no se puede conseguir un trono y lograr mandar en un reino tan diverso.

Divide y vencerás. Hemos estado uniendo esfuerzos en marchas, en luchas, en revoluciones por los últimos siglos. Cada uno, en realidad, grita por una libertad diferente, y es así que los que comulgan con un tipo de poder no lo pierden, y no lo van a perder si seguimos actuando sistemáticamente bajo estos modelos de sociedad ya enferma y muy desorientada y desorganizada.

Y todos, desde nuestra postura necia, hemos cometido error tras error, esos que nos están llevando a la extinción cada vez más rápido. No una extinción de visión fatalista y cercana, sino evolutiva y justa. Urge ya que entendamos que somos algo más en el mundo natural, no los dioses del mismo.

Por eso, tampoco conviene a los que se creen poderosos seguir por este rumbo. Creen que se salvarán de la extinción construyendo bunkers, como lo hicieron en la Guerra Fría, construyendo naves espaciales, sitios en la luna o marte, pero ¿de qué les serviría salvarse, sin tener humanos con quien compartir la Tierra, sin el resto del reino natural?

Es absurdo y muestra su terrible ausencia de pensamiento crítico que no se lo hayan planteado. Pagan grupos de cerebros para pensar en ello, inteligencia artificial y todo lo que pueden, pero es seguro que no obtienen la respuesta clara de cómo sobrevivirán. Porque su objetivo es un grito egoísta que viene desde el instinto de supervivencia de su entidad física, y un grupo de cerebros o una inteligencia artificial solo les dará fórmulas altruistas utópicas. Más valdría aprender a diseñar “envases” alternos para el tipo de conciencia que posee el ser humano, envases que puedan convivir con todas las demás especies y evolucionar en inteligencia hasta lo que hoy no se nos ocurre en términos de ciencia, filosofía o tecnología, para que las ideas lleguen a su punto adecuado en la madurez del pensamiento humano y pueda desarrollar lo necesario para la supervivencia en el respectivo momento de fenómenos evolutivamente emergentes, hoy, la principal preocupación debiera ser acabar con injusticias y desequilibrios sociales, aprender más sobre las nuevas psicologías que nacen con las diversidades crecientes y expansivas de nuestro tiempo y que arrastramos aún de tiempos pasados. Sanar lo enfermo, llenar lo que está vacío, desechar lo inútil y dañino.

La disociación de la que hablo no pide olvidarse del otro, pide evaluarse uno mismo para ocupar un lugar en la vida, operar con dignidad desde él. Así es como se mantuvieron las primeras sociedades americanas, las que vivieron con un poco más de éxito, sin destruir tanto la naturaleza, el entorno. En especial aquellas en Centro y Sudamérica. Y claro, otras sociedades que saben coexistir con la naturaleza, incluso hasta nuestros días y que están esparcidas por todo el orbe.

El ser vivo, cada organismo vivo, es solo un lugar de paso para la vida. No puede hacerse del poder de la misma, pues no es posible. La grandeza de la misma, y su propio poder dentro de él, lo llevaría a la auto-destrucción si lo intentase, eventual o inmediata. La vida infunde movimiento en cada ser vivo, movimiento evolutivo. La vida misma limpia y acomoda lo necesario para seguir adelante. Otorga a cada uno su lugar con el simple hecho de llevarle dentro. El ser humano, incapaz de mirar la vida como es, la cataloga por envases. Al hacerlo, cae en el espejismo insulso de pensar que puede poseerla por envases acumulados. Incluso la que lleva en su propio envase (Tengo un cuerpo fuerte, una familia amorosa, un perro leal y un jardín mejor que el de otros, o bien, soy director de x cantidad de empleados que hacen lo que yo digo, o soy dirigente político o religioso de x masa). La vida se ríe de estos individuos, no poseen nada, son simples portadores eventuales de vida y con la irresponsabilidad de no entender bien esto, llevan a todos aquellos a quienes “poseen” o lideran al camino de una vida indigna o hasta de la propia destrucción por servir a un objeto (dinero, posesiones), idea (religión, amor, poder) y no a la vida misma. ¿Puede ahora ver lo estulto que es querer tenerla toda? ¿Sirve de algo acumular envases? ¿Le sirve tener el envase de una mujer cuyo espíritu se ha elevado por encima de él? (Llámese pareja, familia, gobierno, empresa o sociedad al “propietario”, y hasta a la propia persona encargada de su propia vida).

La mujer, en general, (y no estoy diciendo que más que el hombre) ha aprendido a manejar los espíritus de los demás. Comprende el recorrido de la vida en ellos, por llevar en sus genes la orden de salvaguardarla; al aprender a escucharla, a compadecerla, a empatizar con ella. De ese poder está hecha su intuición, uno de los muchos regalos de su capacidad de generación de vida, por cierto, he escuchado a algunas feministas estar en desacuerdo con la idea de llevar esta información en nuestros genes, pero es una realidad que no es una limitante y tampoco es una capacidad limitada a las mujeres, son capacidades humanas que viven bien en nuestro género, pero que sirven para la supervivencia humana y que, a partir de este conocimiento y entendimiento, deberían ya viajar en todo ser humano, si logramos emanciparnos de la idea de nuestras supuestas diferencias nacidas de la necesidad de funcionar en el antiguo régimen patriarcal.



Lecho de río

Si consideráramos al trabajo conjunto del hombre y la mujer en la preservación de la vida humana, nos ayudaría verlos como un río.

El agua es el hombre que, lleno de vida desbocada, deja correr su existencia, queriendo dejar su huella, por donde sea, sin distinción. No tiene en su formación genética la orden que lo detenga, porque la vida lo necesita así. Nosotras llevamos esa orden, llevamos la orden de la elección, de aquello que seguirá viviendo y lo que no. De lo que ha de transformarse, de los nuevos rumbos a tomar de ese caudal. Somos el lecho del río que lleva por un camino a la vida. Somos tierra firme. Delimitamos, cortamos su curso, se lo mostramos.

Tan importante es uno, como es otro. Vitales ambos. Dignos ambos, si coexisten en respeto mutuo.

Eliminar nuestro trazo, anularlo o negarlo, sería dejar que ese río deje de ser río y se convierta en caos que todo lo inunda, que mata a su paso. Ejercemos nuestro propio poder cuando respetamos el del otro. Así teje la vida sus lazos en la creciente evolución de su paso.



Instrucción de vida

Somos seres vivos con una instrucción de vida en nuestra razón de ser.

El reino vegetal, que se nos antoja el más conscientemente ajeno a la vida, es el más consciente de ella, y nuestro maestro más inmediato y paciente. Su consciencia de movimiento y evolución le habla constantemente a su instinto con raciocinio dormido. Dormido, sí, pero atento en sueños a cada orden de su naturaleza. Ejerce así su constante e imparable elección. No se detiene a pensar si se ha fragmentado, si ha dejado de ser lo que era o si se ha separado de otros.

No tiene ese pequeño defecto.

El ser humano que pueda superarlo o comprenderlo, permitirá la evolución.

La vida es constante elección. O la ayudamos eligiendo, o ella elegirá por nosotros, pero no se detendrá ante nuestra duda.

El cerebro humano se desarrolla con mayor velocidad en la infancia. Y aún nos sorprende que casi todas las actitudes que tenemos como adultos parezcan infantiles. Señalamos como erróneo a quien las manifiesta más, a quien no se ha alineado a las normas de los seres humanos. Normas nacidas, muchas, del defecto citado arriba; de la idea de ser alguien constante, alguien que aferra constante lo que “posee”, de la idea absurda de que pertenece a un grupo, a un lugar, a una secuencia de acciones diarias.

Una planta viviría con mayor dignidad.

Viéndola en esta perspectiva quizás, la vida aprovecha nuestro mejor momento, el de mayor inconsciencia, para insuflar sus reglas; la infancia. Y es entonces, todo impulso infantil, el que obedecería a sus caprichosas leyes de supervivencia, de expansión, de continuidad, de evolución. Haciendo obvia excepción a los impulsos de seres enfermos que son perfectamente detectables en un ecosistema saludable.

Ponga usted a un ladrón de bicicletas en Holanda y será localizado de inmediato. Su estela destructiva y caótica será una huella clara para encontrarle. ¿Y quién quiere arriesgarse a ello?

Si el ecosistema es saludable, es posible que todo individuo se atenga a sus reglas sociales de convivencia, o bien, que se arroje imbécil a su propia detención, generando caos, una sociedad enferma. Si hubiese cada vez más ladrones de bicicletas en ese medio social, ahora la sociedad enfermaría de miedo y tendría que atar sus bicicletas, tomar precauciones, perseguir delincuentes y sentirse perseguida por ellos. (Un poco como se vive en México ahora). Ese es un ejemplo de una enfermedad, de muchas, que posee esta sociedad y que no posee la holandesa. Nuevamente, no estoy diciendo, y nunca diré, que esta es mejor que la otra, solo señalo un punto de enfermedad. Que cada sociedad (desde dos individuos hasta una nación) identifique los lugares enfermos o carentes que posee. Simplemente ofrezco un ejemplo de cómo la vida se muestra enferma o carente en todo organismo que la posee, y cada punto de enfermedad o carencia es también una oportunidad de mejora y, más adelante, de evolución.

Por otro lado, un individuo obligado a estar quieto buscará movilidad a toda costa, y dará su paso evolutivo de la forma que sea, si tiene la fuerza, inteligencia y determinación suficientes, cualidades que son los ingredientes favoritos de la vida.

Los vegetales llevan inherentes a ellos las lecciones de la vida. Están en su ser, en su actuar, inyectadas en su ADN. No se cuestionan nada, porque todo lo saben. Son inteligentes, per sé.

La inteligencia del cerebro animal es, sin embargo, una herramienta necesaria por haber renunciado hace varios ciclos evolutivos a esa inteligencia exclusivamente en su instinto.

Requiere más de esa herramienta el ser vivo que menos lleva inherente a su ser la naturaleza de lo que llamamos vida. Es un bastón, una muleta, que ha tenido que mejorar en cada avance, desde el momento que educó su cerebro esencialmente reproductivo a la toma de todo tipo de decisiones derivadas de su movimiento y expansión global.

La inteligencia humana, para volver a servir a la vida, debe establecer relaciones saludables con todo ser vivo. Es su única herramienta ahora, para lograr superarse a sí mismo, para avanzar con la evolución y no ser destruido por ella. Escuchar solo a su instinto significaría su propia destrucción, como lo sería escuchar solo a su inteligencia. Necesita de ambas extremidades para ser el ser vivo que le ha tocado ser, para avanzar al lado de los demás llevando la vida en sí.

 

Por Marcela Gutiérrez Bravo

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