La culpa
Es necesario hablar de este veneno social e individual y, para ello, partiré de dicotomías (de las que me parece pertinente considerar además su respectiva escala de grises y casuística, que nunca tocaré o alguien tocará en su totalidad); Salud y enfermedad, víctima y victimario, justicia e injusticia y verdad y mentira.
Salud y enfermedad
Siempre que se hable de vida, como en todo este libro y sus ejemplos explícitos, y no, (y en todas mis obras) habrá que recordar que es un bien que puede sufrir de enfermedad. Hablemos de todo tipo de vida o existencia, ahora, para efecto de contar con más ejemplos, desde un átomo hasta un sistema, el que queramos. La enfermedad limita, entorpece o corta la vida de un ser o un sistema, pero la enfermedad es inherente a la vida y, por ende, es también vida. ¿Cierto? Hasta un mosquito, que se nos antoja uno de los seres vivos más inútiles, sirve para controlar mediante enfermedad a una plaga (los seres humanos) y algunas especies también polinizan. El punto en que todo un sistema se declare por completo sano es difícil de vislumbrar; los cambios que exige la evolución lo dejan obsoleto y esos pasos evolutivos le darán el aspecto de rareza o enfermedad en puntos determinados. La supuesta enfermedad de la desobediencia civil no ha tenido siempre la misma cara, ni en el mismo tiempo la ha tenido en todos los lugares. Entonces, ¿quién decide si tu vida o tus acciones son saludables? Tú. Si no es así, el sistema te destruirá. Si es así, encontrarás aliados para una revolución en la que siempre ganará la vida. Porque hasta las eras o masas más belicosas han cesado o mutado al desear volver a vivir bien, a vivir en paz, a tener derecho a vivir; pero igual, como la vida no se contenta con la placidez de la inmovilidad, se buscará el caos necesario para avanzar interminablemente. Lo que un día otorgaba paz y bienestar, hoy es insuficiente y ha podido o podrá desencadenar un caos necesario para ir en nuevas direcciones. La Guerra y la paz estarán siempre presentes, en nuestro interior y exterior, para hacernos salir de ellas, porque nada es eterno, salvo la evolución.
Víctima y victimario
Una de las actitudes que más desprecio particularmente en el ser humano es el victimismo y suele ser un arma muy usada en el género femenino. La falta de fuerza física nos permite abusar (en ocasiones) de este recurso. Pero tiene su lado positivo, pues así es como hemos llegado a la existencia del feminicidio como delito (al menos en México), algo que visibiliza varios aspectos de la psicología social de nuestros pueblos y que, creo yo, aún tardaremos en ver una igualdad en cuanto a ser víctimas de agresión y no porque ahora el hombre sufra igual violencia, ¡santo cielo, no! Sino porque disminuya esta hacia las mujeres, para ello aún nos falta incluso tener empatía entre nosotras y trabajar mucho en la salud mental de todos. Lo que no me gusta de este foco de atención en que sea una mujer la que sufre violencia porque pone de lado la agenda igualitaria. Son pasos que se recorrerán, lo sé. Es decir, que estoy de acuerdo en que la violencia mayormente ejercida por el varón ha logrado que la mujer declare una alerta de abuso, pero ¿qué hay del abuso que ella comete con esta alerta? No estoy a favor de ninguno de los dos sexos, ni en contra. Soy una pensadora vitalista. Pero lo que quiero decir, llanamente, es que -para que haya un victimario, debe haber una víctima- y ¿sabemos todos reconocer inteligentemente qué papel estamos jugando en nuestras diversas relaciones? ¿lo admitimos? ¿No estamos cayendo en un vicio de victimismo sólo porque el sistema lo permite y porque de pronto, no sé, simplemente, no deseamos hacernos responsables de lo que nos toca hacer? ¿Cuántas mujeres han metido a la cárcel a inocentes con el “yo también”? o ¿cuántas han dejado a los padres de sus hijos sin poder verlos haciéndose víctimas de situaciones que no son del todo comprobables, pero que dan voz a la mujer por no tener problemas con los crecientes movimientos feministas extremos? Espero no tantas, y que cada vez se regulen más esos juicios, Pero no es un aspecto de la Supermujer que proclamo el abusar de su capacidad de despertar lástima para parecer una víctima y manipular una situación en la que habrá una o más víctimas reales. Aquí aclaro, estoy escribiendo a una aspirante a supermujer y, de ser posible, a cualquier ser humano, créase del género que se crea. Porque este escrito principalmente trata de ayudar a ver, a cualquier ser que haya sido puesto de lado, que importa, que vale y que puede hacer lo que sueña si se lo propone, porque varios ejemplos hay en la historia de ellos. Esos ejemplos de hombres y mujeres son mi inspiración y centro de interés como apoyo y empuje para quien desea evolucionar.
Hablar del victimismo en la mujer me lleva siempre al día de la madre; es un día con mucha más fuerza que el día de la mujer. En el primero, todas son víctimas, todas son mártires del hogar, todas son dignas de aplauso; mientras que en el segundo hay de todo; luchadoras y víctimas reales. Y es por esto por lo que no me gusta la celebración obligada de ese día. Porque bien sabemos que no hay madre perfecta y, si queremos que los dos sexos colaboren en equidad en la crianza, ya hay que irle quitando la corona a la madre o dejar de diferenciarla, específicamente, como víctima o abnegada. Claro que un hombre nunca va a saber lo que es ser madre, y muchas mujeres tampoco y, si bien, biológicamente este hecho nos permite soportar más el dolor y muchos reveses de la vida, lo ideal me sigue pareciendo que el hombre participe de igual manera de la crianza y que ponga su parte extra incluso, para nivelar la balanza que pretende la equidad. Para ello se requerirá de una celebración homogénea para aquellos que participaron de nuestra crianza al crecer, eso me parece más equitativo, plural y digno. Lo que permitamos que sea, será. Lo que permitamos que siga, seguirá.
Pero no hay que olvidar que es un hecho que esas personas que participan en nuestra crianza son, también, nuestra primera fuente de traumas, hagamos lo que hagamos. Pero la santificación del día de la madre ahora sirve también para que llegue el momento en que un hijo que fue tratado con humillaciones por una joven inmadura (su madre) cuando era un infante, tenga que soportar, además, sentirse mal en cuanto a ella, ella, que con cara compungida y tono lloroso se expone como una víctima de circunstancias de las que el hijo debe rescatarla. En México, esta escena se repite constantemente, y la figura de la madre es intocable hasta para nuestro subconsciente herido, y preferimos sentirnos victimarios antes que aceptar que ese ser no desea reconocer sus errores. Y así, también hay hijas, esposas, novias; que con la actitud de mártir o de ser desvalido y sufriente tratan de manipular toda situación. Lo sabemos, todos lo sabemos, somos cómplices de estas conductas y hemos participado de ellas. Porque se sabe que el hombre puede pegar y la mujer manipular. Pues sepan que todos manipulamos a mayor o menor escala. Todos. Entonces, nuevamente, para ganar dignidad, habrá que observar en qué consisten nuestras manipulaciones, y si son inofensivas. Porque si sirven para un fin, incluso egoísta, pero bondadoso, no me parece que haya que recriminarse. En este punto, entonces, pido al lector reconocer sus fortalezas, debilidades y oportunidades de manipulación, para que las regule de manera justa. Porque la verdad y la justicia tienen la fuerza del agua, y tarde o temprano arremeten contra lo que intente limitarlas. Observemos nuestras relaciones maternales, como si de protegernos a nosotros mismos se tratase protegemos sus manchas, a menos que sean demasiado evidentes, entonces estamos torcidos, huecos. No es una aseveración mía, es aquello con lo que asentimos o negamos cuando alguien viene y nos cuenta sus penas al respecto. Hay cosas “naturalmente” aceptables e inaceptables. La madre es un ser humano y sí, tiene manchas, y son suyas, no del hijo, quien tiene las propias. Y tiene luces, y tampoco son las del hijo. Ocuparnos de reconocer a dónde termina ella y empieza el otro es un trabajo de toda la vida, porque ella, o su representante, es nuestro primer contacto emocional con el mundo ajeno a nosotros; es labor de cada uno el saber qué tomar, como necesario de ese contacto adelante en su vida y qué obligatoriamente desechar mediante una observación, juicio y aprendizaje una vez que se ha comprendido lo que para uno es justo o no.
Justicia e injusticia
Revisar en qué consiste la justicia de nuestros actos tiene que ver con conocer la salud de nuestro sistema (individual, familiar, grupal, nacional, etc.) Un sistema que nos obliga a mentir para “mantenerse sano” ya puede irse condenando a una paulatina enfermedad. Y se cae en la mentira porque hay algo de contranatural en el sistema, hablo de la mentira consuetudinaria y existente en varios integrantes del sistema. La mentira es un reflejo del miedo, miedo a una autoridad, ya sea persona o ley. Pero ¿por qué se ha desafiado al sistema? ¿por qué se actuó contra él y sus reglas? Se debe analizar si es injusto o no, pero con objetividad. ¿Es contra natura? El miedo y la mentira generan otro tipo de conductas que van a socavar cualquier tipo de vida, eventualmente. Ellos son, pues, tus alertas de justicia o injusticia. Si eres quien dirige un grupo y sospechas que te están mintiendo, revisa si no estás dirigiendo algo que ya no debe ser, o algo enfermo, injusto, contra natura. Mejor que seas tú quien realice los cambios necesarios antes de que te estalle una rebelión en la cara.
Algunos de los mejores caminos hacia la justicia están en aprender a observar, a escuchar adecuadamente a quienes comportan nuestro sistema; aprender, investigar. Entre más conocimiento hay, más opciones de camino aparecen, más opciones de formas de vida. Resignarse, acostumbrarse, declararse indefenso o víctima de las circunstancias solo nos alejarán de tener la sartén por el mango en la toma de decisiones más importantes para nuestra propia existencia. Tienes tanto cerebro como cualquiera, no lo entregues en otras manos si tus objetivos son el empoderamiento, la independencia, el respeto o la dignidad.
Verdad y mentira
¿Qué es verdad? Se ha hablado de esto tanto en filosofía. ¿Qué es normal? Hace un par de siglos era impensable que la homosexualidad se mostrase abiertamente, era mentira que fuese algo natural, pero en los antiguos griegos se aceptaba como algo normal y hasta de seres cultos. Hoy hay que admitir que es natural también, y que esto es verdad. Y así, conforme la evolución de todo sistema, unos regidos por religión, otros por política, por tecnocracias; en fin, todos van dictando lo que es verdad. Pero ya lo he expuesto en otros libros: nadie conoce la verdad, ni siquiera nosotros sobre nosotros mismos si estamos acostumbrados a mentirnos para encajar. Habrá que ser, entonces, más benévolos con el uso de estos términos, hay que ser cada vez más abiertos y dispuestos a la búsqueda de verdades primarias. Volver a ser filósofos, todos, pensadores, dignos usuarios del raciocinio. Volver a usar la dialéctica para llegar a acuerdos válidos en contratos cada vez menos populosos. Primero, aprender, reconocer y descubrir lo que es verdad para nosotros y ver si esa verdad es aceptada en nuestros núcleos sociales. No por encajar, sino por ayudarnos unos a otros a comprender mejor este mundo que cada vez es más movible, más cambiante, menos asequible. Un mundo que no se puede detener demasiado para ser observado tiene la capacidad de confundirnos si no estamos acostumbrados a la observación de nuestro mundo interno, del por qué y para qué hacemos las cosas. Afuera es como adentro, por eso es primordial observarnos, evaluarnos, conocernos y reconocernos. Luego, observar y aprender de todo lo que podamos. INQUIRIR.
Una vez que, como individuo y, ojalá, como grupo humano, tengamos conciencia de las verdades necesarias a nuestra más correcta existencia (no perfecta, porque la perfección nunca existe, para ello la evolución tendría que detenerse y eso sí sería el final de todo), podremos enfrentar el miedo a estar viviendo adecuadamente, a estar haciendo lo que está bien, a defender una “verdad”, podremos dejar de manejar el dañino concepto de la culpa que nos hace no entender ni aceptar nuestra parte de responsabilidad en lo que nos ocurre y en lo que ocurre a nuestro alrededor. La culpa es una idea que es muy fácil de arrojar sobre un solo individuo y, casi nunca suele ser sobre sí mismo, a menos que deseemos victimizarnos para manipular emocionalmente alguna situación. Por esta razón, no es nada saludable emplearla. La responsabilidad es una idea más realista, mundana y divisible entre todas las partes y hasta fenómenos que ocasionan algo. Por lo que, en tu camino de evolución te aconsejo evitar por completo el concepto de la culpa y usar solo el de la responsabilidad y analizar, lo mejor posible, cuál es tu parte de responsabilidad en el asunto para hacerte cargo de solucionarlo o de que no vuelva a ocurrir. Antes de señalar a un “culpable” para salir airosa de una situación difícil reflexiona en lo que aquí se ha expuesto: ¿Es verdad?, las aparentes víctimas, ¿lo son? los aparentes victimarios, ¿lo son? ¿qué otras circunstancias influyen en la construcción total del fenómeno a evaluar?, ¿cuál es mi fragmento de responsabilidad? (hay, puesto que el asunto te atañe, si no te atañe, nada tienes que hacer ahí), ¿estoy tratando de manipular una situación para obtener egoístamente algo? (incluso el perdón o la posibilidad de no ser despreciada), ¿estoy siendo lo más justa que puedo ser?, ¿estoy permitiendo que se haga justicia? Te apuesto que el examen resultará tan exhaustivo que desearás dejar las cosas por la paz, a menos que verdaderamente te importe hacer justicia, y si ella está de tu lado, es casi seguro que vencerás. Si no, a seguir señalando la deshonestidad.
Este examen ayuda en momentos críticos de la vida, pero para aquellos momentos en que todo es suave y placentero (las zonas de confort) hay otro tipo de exámenes más profundos y necesarios. Dicen que lo urgente no da espacio para lo necesario, pero debemos ocuparnos de ambos o nos mantendremos en la vida como quien, deseando entrar en el mar, se queda como tonto siendo revolcado por las olas. Ninguna crisis es eterna, y sí hay momentos de confort, en esos hay que establecer nuestros siguientes pasos, nuestro sentido, nuestros deseos, lo que damos al mundo en función de lo que nos da. Es nuestra gran oportunidad para revestirnos de determinación.
¿Cómo me hago de la determinación? Con objetivos claros.
Consciencia del saber
No basta aprender cada día y hacerse del conocimiento para lograr nuestros objetivos, se requiere de tener una consciencia de lo que sabemos y de todos sus demás posibles usos.
Porque si avanzamos mucho y correctamente ese saber puede abrirnos nuevos caminos y oportunidades y, con ello, nuevas metas pueden aparecer en el horizonte.
No te reproches si, al ocurrir esto, tus anunciadas metas cambian, que no te importe si alguien lo menciona, que no te importe si has cambiado para mejorar tú y ayudar a mejorar tu entorno. Si no comprenden, no importa, comprenderán conforme avances.
Pero quien tiene que comprenderse lo más perfectamente posible y siempre, eres tú misma. No busques complacer, no existe la mujer perfecta, la supermujer a que alude este libro es un ser en eterna construcción, porque es evolutiva. La supermujer que construyes día a día es única y debe conocer su camino, pasado y futuro. Así como saber bien en dónde se encuentra parada. No hay problema si esto no ocurre de pronto, basta unos minutos u horas de reflexión para volver al camino, en lo mental, para lo físico: Determinación. La historia que se cuente de tu vida, al final, será la que tú hayas hecho y mostrado, adentro y fuera de ti. Tu historia solo la escribes tú, hasta cuando pones tu vida en otras manos.
El amor
Un tema necesario, un tema que debiera ser comprendido ya, tanto como el de la justicia, pero no lo es y no lo ha sido a pesar de todos los filósofos e investigadores que lo han desmenuzado. El amor es una idea universal que no todos manejan igual. Comencé este texto mencionando que tuve que vivir un tiempo de autoconocimiento y de amor propio para poder escribir mejor mis ideas, y es así. El amor no existe en nosotros si no nos sabemos amar primero, porque amarse a sí mismo implica conocerse, reconocerse, evaluar nuestras fuerzas y debilidades, nuestra historia y nuestros sueños. Estaría casi de más que lo mencione si no estuviéramos tan enfermos principalmente de nuestras historias de amor. La primera pregunta que debiéramos hacernos al autoanalizarnos es ¿Cuántas veces me han roto el corazón?, luego ¿cuáles experiencias han determinado mis relaciones? Y ¿cuáles experiencias establecen mi idea del amor? Aquí, nuevamente nos enfrentaremos a nuestra historia familiar, a los amigos, a amores románticos y hasta a las mascotas, a todas las ideas de amor con que hemos alimentado nuestra mente desde siempre. Nos armamos para luchar contra todos en la vida cuando actuamos desde el resentimiento de nuestro corazón herido, avanzamos en relaciones preparados para que no se nos vuelva a romper a veces sin disfrutar incluso los frutos dulces de las mismas. Analizar esta historia individual de nuestro corazón nos ayuda a ser más justos, más maduros y más inteligentes a la hora de amar. Esto ya es trabajo interno y de tu psicólogo (si tienes uno o varios, formales e informales), el amor es una fuerza vital y por ello es también evolutiva, en cada ser y ente social. Depende de ti la calidad de amor que das y recibes, el amor que haces crecer y lo que, en su honor, permites en tu vida. El amor, como la salud, es un aspecto que uno mismo debe vigilar y cuidar para no ir por ahí enfermando a otros o mostrando nuestra enfermedad. Te recomiendo buscar en lecturas serias al respecto, ya que este no es un libro que pueda otorgar demasiada atención a tan extenso tema, pero que sí lo necesita para la construcción de ese super ser humano que nos ocupa, razón por la que lo menciono y por la que debe ser, definitivamente, uno de los aspectos que debes observar en tu ideario, concretarlo lo más posible.
La Sororidad
¿En qué momento se hizo necesario un término aparte de la empatía? Queremos ser iguales, pero diferentes. Entiendo la sororidad como esa empatía femenina que nos permite saber lo que otra mujer está sufriendo porque está siendo víctima del sistema que la sigue oprimiendo. Pero es un término que muchas feministas usan simplemente para conseguir quien se adhiera a sus ideas. Porque ahora el feminismo tiene “células”, que se ven muy bien a distancia, porque la célula más cercana a mí, en estos momentos, seguro aplaude a la célula en Argentina o cualquier país, pero no hablemos de las otras células vecinas. A mí llegan dimes y diretes de células sobre otras células. Entonces, estas entidades están también enfermas de esa vieja competencia femenina que aún no sabemos manejar. “Eres mi amiga si te pareces a mí, hablas como yo, piensas lo que yo y apruebas lo que yo; entonces yo te voy a apoyar en toda circunstancia, y tú a mí, seremos sororas”. ¿Qué no los masones ya usaron mucho tiempo este sistema dentro del patriarcado?
Nuevamente, lo ideal es que ni los masones ni las sororas existieran, sino que todos supiéramos defender, dignificar y respetar la humanidad en cualquier ser humano y ayudarnos entre nosotros cuando las circunstancias así lo demanden y porque dicho ser humano está totalmente seguro de que las leyes que se apliquen sobre él serán siempre justas. Ideales muy lejanos, muy, muy lejanos aún. La sororidad tiene una sombra asaz oscura; la he visto, y sé que no solo yo: Chicas feministas, de esas que se cooperan para llevar ropa a mujeres en circunstancias de calle y hacen pintas los 8 de marzo, abandonando a una amiga que ha caído en drogas (y con la que antes compartían las mismas) porque esta ha reaccionado demasiado violenta a las sustancias y porque su estado de depresión la llevó a consumir de más. Mujeres que se “solidarizan” porque son amigas, porque llaman sororidad a la amistad y atacan a aquellas mujeres que están contra sus ideas con falacias “ad hominem”. La sororidad me gusta, en su núcleo, en su razón de ser. Cuando una mujer nos da justo el aliento que necesitamos porque su intuición femenina y su experiencia de vida -como mujer- la hace comprender nuestra situación, se supone, ahí debe entrar la sororidad. Donde un hombre difícilmente puede entender (aunque, ¡qué alivio es cuando alguno lo hace!). Pero no sucede así, menos cuando se debe. Podemos comprender a una mujer que sigue aferrada a una relación tóxica, porque nos ha pasado; podemos comprender a una mujer que se cree todo lo que su amor la hace creer; podemos comprender a una mujer que en su desesperación ha sido violenta; podemos comprender a una mujer que desea salir a divertirse; podemos saber por qué una mujer busca respuestas en zodiacos y cartas; podemos entender a la que ha mentido; podemos comprender a la que emprende un viaje a conocer a un posible amor, incluso cuando ese viaje entraña peligros; podemos comprender a la que insiste en llamarle a su ex que hace mucho que la ha humillado y abandonado; podemos comprender a la que envidia a otras y por esa envidia se disfraza de lo que no es; podemos comprender a la que se ha rendido ante la depresión y prefiere sentarse a llorar, comer o dormir antes que ir al psicólogo; podemos comprender a la que está teniendo un periodo menstrual difícil, que se mancha la ropa, que tiene variaciones de carácter por lo mismo; podemos comprender a la que hace todo por seguir con alguien que no la ama; podemos comprender incluso, un poco, a la que vende su cuerpo; podemos comprender a la que ha sido tocada, besada o agredida sin su consentimiento. Podemos, y aún cuando todo lo citado podría también entenderlo un hombre, nosotras lo entendemos mejor, sabemos mejor lo que entre mujeres se dice, se piensa y se siente. Podemos ser sororas entonces, pero no siempre lo elegimos. Porque eso significaría admitir que sabemos lo que siente, porque es posible que eso que hizo es un aspecto que detestamos y que no queremos tener algo que ver con alguien que lo tiene, porque, y esto es lo más usual, tampoco somos tan incondicionales con las otras mujeres. Entonces yo pido simplemente identificar la sororidad como un estado pasajero o acción y no como una etiqueta. No hay mujeres sororas, hay actos de sororidad (empatía entre mujeres). No hay mujeres sororas, hay momentos de sororidad. Esto mientras la lucha feminista exige una diferenciación, pero yo apunto a un futuro en el que todo ser humano se preocupe por todo ser humano. Las minorías son ya miles y las características humanas siguen siendo las mismas. Los derechos y obligaciones humanos son simple y llanamente eso, humanos.
Por Marcela Gutiérrez Bravo
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