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Lo real detrás del true crimen

True crime para las grandes empresas, crimen real para los cuates hispanohablantes. Historias sobre la vida, motivaciones y terribles actos de personajes cómo Ted Bundy, Ed Kemper o Jeffrey Dahmer narradas en diferentes formatos, desde series hasta podcast, en miles de idiomas diferentes. No podemos negar que recientemente hubo un perceptible auge de este tipo de producciones. Netflix, Amazon Prime Video, HBO y otras plataformas de streaming han explotado el tema con docuseries o filmes.

Una de las series que más me ha gustado de esta naturaleza es Mindhunter, una producción de Netflix del 2017 que –a pesar de estar cancelada actualmente- rompió mi esquema acostumbrado de la narrativa para las historias de crímenes reales. Me considero una fiel consumidora de este tipo de contenido, sin embargo, me he llegado cuestionar en varias ocasiones ¿por qué a mí y miles de personas nos interesa o entretiene este tipo de contenido? ¿En qué momento las grandes empresas apostaron por crear producciones de alta calidad y arriesgada trama cómo Mindhunter? Y ¿cuándo se dejó el morbo atrás?

Hablemos de cifras

Cuentas claras amistades largas. Entender algunos de los porcentajes de consumidores nos dará un panorama y parte de la explicación del porqué el auge repentino. Y es que según una investigación realizada por Gemma Joyce (2018) titulada Podcast Audiences: Why Are Women Such Big Fans of True Crime Podcasts?, del total de oyentes de podcast con temática true crime el 80% llega a ser audiencia femenina. Y eso solo en contenido audiovisual, pues otro estudio del año 2010 publicado por Social Psychological and Personality Science señala que de la literatura de este corte, el 70% es adquirido por mujeres (según cifras dadas por Amazon) (Serrano, 2019).

Esto no es gratuito, pues tiene varias explicaciones. Gemma Joyce menciona en su artículo varios posibles motivos por los que las mujeres consumimos con más frecuencia que los hombres los podcasts de crimen real, uno de los más destacables es que al oír las historias de los asesinos y cómo, por qué y cuándo eligen a sus víctimas (que en su mayoría eran mujeres) intrínsecamente aprendemos qué debemos y qué no debemos hacer para evitar ser una víctima más. Crudo ¿no? Si hablamos de México, el pasado agosto se rompió el record de más feminicidios en lo que va del sexenio, con 107 casos en los 31 días del mes. (ADNPolítico, 2021). Si tenemos estas cifras en mente ¿cómo no querer aprender a salvarnos a toda costa?

Otro de los motivos propuestos por Joyce es que existe una sensación similar a la que tenemos al ver películas de terror, misterio o catástrofe: observamos a la gente correr por su vida mientras estamos plácidamente sentados en el sofá. Tenemos la situación bajo control, estamos a salvo. Esta experiencia aplica tanto a hombre como a mujeres, sin embargo, y similar al motivo anterior, los personajes femeninos son más propensos a morir en estas tramas, por lo que también las mujeres empatizamos con ellas y las escuchamos u observamos para aprender a sobrevivir (Joyce, 2018).

Aunado a lo anterior, es importante mencionar que la psicóloga Emma Kenny –quién frecuentemente aparece dando su opinión experta en documentales de crimen real- dice que ver shows de crimen puede disparar reacciones químicas en nuestro cuerpo mientras miramos, al tiempo que reafirmamos nuestros puntos de vista morales sobre lo que está bien y lo que está mal (BBC News Mundo, 2019). Nos sentimos mejor al saber que jamás haríamos algo similar a lo que hace el asesino, en resumidas cuentas.

Más allá de las espectadoras

Como parte de los consumidores del contenido de crimen real, he notado que a veces es difícil no empatizar con los personajes de los asesinos mientras narran sus historias o cuando sencillamente actúan como simples y sencillo seres humanos, hasta que de un momento a otro explota su verdadera naturaleza. Es en ese ínfimo momento en que resalta la responsabilidad que tenemos como espectadores de ser consumidores críticos. Separar al actor, al personaje y al asesino claramente y sin prorrogas.

Un caso popular y algo confuso fue la fama de “guapo” que obtuvo Ted Bundy, uno de los asesinos más famosos en Estados Unidos, con la serie Conversaciones con asesinos: Las cintas de Ted Bundy, también producida por Nettflix. El hecho de que algunas personas romantizaran al personaje fue perturbador. Llegado al punto que la misma empresa expreso en su cuenta de Twitter: “He leído muchos comentarios sobre lo supuestamente bueno que está Ted Bundy y me gustaría recordar amigablemente que hay CIENTOS de tíos buenos en nuestra plataforma… y la mayoría de ellos no son asesinos en serie”. (Serrano, 2019).

Si bien podría tratarse de un caso masivo de hibristofilia, hay que señalarlo con marcador y no quitarle el dedo fácilmente. Podría ser un caso importante a estudiar.

Somos libres de observar y escuchar lo que más nos guste, siempre con mente crítica y empática. No olvidemos jamás a las víctimas de estas personas, y recordemos con más fuerza sus nombres que las de sus asesinos, es la mejor manera de honrarlas, pues fueron más que el final de su vida. No perdamos nuestra sensibilidad al terror cotidiano.

Referencias de sitios web:

 

Por Abril Pulido Cuatepitzi

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