Redacto este texto un día después de haber llevado a cabo el desfile escolar en conmemoración de un año más de la Revolución Mexicana. Quienes nos dedicamos a esto sabemos que en el año hay fechas que representan mucha labor, desvelos, ensayos y un largo etcétera que al pasar nos libera de mucho estrés. Desde que se anunció el evento en junta yo quería que el día citado llegara lo más pronto posible, para como dije, liberarme de ello. La espera se me hizo eterna y tediosa, una espera que rellené con lecturas relativas a tal fecha (por aquello de la actualización). Así llegué a El samurái de la Graflex de Daniel Salinas Basave. Un libro que al principio me pareció no tan atractivo como los motivos que me llevaron a él, tan así que hubo un punto donde barajeé la posibilidad de dejarlo, pero la terquedad me hizo descartar esta idea y continué la lectura esperando a llegar al final. Pronto le tomé sabor al libro y llegó un momento donde ya no deseaba más que seguir deleitándome con cada palabra, pero más que nada y cosa que agradezco profundamente, cada página avanzada me hacía esperar con felicidad y avidez intelectual la siguiente página que traería datos, fechas, nombres, fragmentos de historia que me re-enseñaron cosas de la Revolución que ya sabía sin saber que sabía y que terminé por afianzar, pero también hubo datos y partes de la historia que no conocía y hoy doy gracias de saber, por ejemplo, la caza de los japoneses que vinieron a México en busca de una vida mejor.
En esos días fui el epicentro de dos tipos de espera: una espera tormentosa que deseaba que acabara, otra emocionante que quería prolongar. El ocaso del año pone mucho a pensar en las esperas y su enorme peso en la vida de las personas. A ratos entro YouTube y veo algo que en esta fecha decembrina que está a la vuelta de la esquina (hay algunos que la vislumbran desde el 3 de noviembre) pasa con mayor frecuencia. En la música de Michael Bublé o la versión navideña de Brenda Lee o la de Frank Sinatra o el Rey Presley o simples villancicos navideños, veo en los comentarios gente que desde agosto ya escribía sobre estar oyendo música de este tipo. Fueron varios los que conté. Comentarios que incluso eran de años pasados y que ponían años futuros para llegado ese año alguien sepa que desde hace bastante tiempo antes de Navidad ya está oyendo música navideña. Por los emojis que emulan sonrisas, corazones y estrellas de que se llenan esos comentarios me atrevo a decir que es una esperan que gozan, similar a la que sentí al esperar con ansias cada nuevo dato que el libro citado me aportara. Ni hablar de muchas tiendas de autoservicio o departamentales que apenas pasa Día de Muertos ponen mercancía navideña o incluso a la par. Aunque claro, en la mercadotecnia así es. Anticipación.
Muchos de los aspectos de la vida humana tienen que ver con la espera. Hace menos de un mes se estrenó Pedro Páramo y miles de lectores y no lectores esperábamos con ansia ver la fidelidad, las actuaciones, ver a Comala en la pantalla otra vez, escuchar el “vine a Comala porque me dijeron que acá vive mi padre” de Juan Preciado. Eso en mi adultez, pero recuerdo que cuando era niño esperaba con ansias casi carnívoras la llegada del Niño Dios, recuerdo que le escribía mi carta con muchísimos días de anticipación y esperaba que se llegara el día para que mis deseos se materializaran en regalos, pero en El samurái de la Graflex sentencian algo terriblemente cierto al inicio del capítulo XXV llamado El otoño del samurái:
La edad adulta se traduce en la aceleración de la vida. Es mentira que para los viejos la existencia transcurra lenta. La verdadera lentitud de los días estáticos se vive en la infancia, cuando el tiempo simplemente no pasa, pero cuando la mitad del camino de la vida queda atrás, los días se aceleran y los años se confunden con las semanas.
En la niñez mi espera era emocionante y quería que llegara de prisa para tener mis regalos, hoy mi espera en estas fechas tiene que ver más con los recuerdos que con los regalos que ahora sí puedo comprarme. Son los recuerdos los que digiero lento y degusto, a los que pongo “reproducir” en mi mente una y otra vez, los que me ponen nostálgico y sentimental, los que a veces duelen y reabren cicatrices, los que me hicieron sumamente feliz y rememoro, escribo, relato, cuento, todo para que queden en el tapiz de mi mente y no se vayan nunca. Esperar la Navidad en gran parte es someterse al consumismo, pero también es cierto que esperar el atesoramiento de los momentos felices que vale la pena vivir es muy humano.
La espera además de que, como vimos, en ocasiones representa un cúmulo de emociones y anhelos, también representa una resistencia frente al mundo acelerado en el que vivimos. Cuando entramos a alguna aplicación de compras en línea, seleccionamos nuestro producto y es muy probable que lo primero que veamos (luego del precio, claro) es el tiempo en que tardará en llegar. Damos brincos de alegría y júbilo cuando vemos que nuestro paquete será despachado casi en el mismo instante en que lo compramos porque estamos acostumbrados a la inmediatez, a saciar los deseos a la brevedad, a no esperar por lo que queremos, a despreciar la espera. Paradójicamente ahí también se puede experimentar el placer que señalo: esperar (en este caso) el producto es una sensación como de bola de nieve que crece día con día. Así, la espera es placentera, es resistencia, es un aspecto de la vida humana que no debe subestimarse. Y aplica en casi toda la existencia. Pienso por ejemplo en los padres que tienen a un bebé y un día, de buenas a primeras, ese bebé entra a la adolescencia. Y comienza la nostalgia, el deseo de volver a ver a su bebé pequeño, oír sus primeras palabras, ver sus primeros pasos, la espera se inserta en eseperíodo que va desde el alumbramiento hasta el momento en que ya no dependerán de sus padres. Uno de los secretos de la vida está en esperar con paciencia ese momento porque en esa espera está la belleza.
Es menester apuntar que no todas las esperas son ese montón de felicidad, existen también esperas que nos recuerdan a veces lo pequeño de la existencia humana, esperas donde no podemos hacer más que eso exactamente: esperar. Impacientes, incapaces, impotentes, esperar por ejemplo en la sala de espera a que alguno de nuestros familiares salga con bien de una operación. De esperas de gran calado como ésa nos vamos a esperas igual de potentes, pero más pequeñas, una por ejemplo es la que el uso indiscriminado del teléfono y las redes sociales han instaurado en lo más hondo de nosotros, la espera que surge luego de enviar un mensaje, de que nuestro receptor tiene las dos palomitas azules ¡y aún no responde! Peor aún, cuando sólo aparece por minutos enteros (que por esta espera tortuosa se vuelven horas enteras) la leyenda Escribiendo…, ahí la espera no es tan bella como en otras ocasiones y con todo y todo sigue siendo un bastión de resistencia frente a la fugacidad de las cosas y rapidez de la vida.
Cuando mi espera terminó y llegué al capítulo titulado “El ocaso del samurái” de El samurái de la Graflex mi conexión con la obra era casi absoluta, tanta era que sentí horrible leer cuando el protagonista asume su lucidez terminal y saluda con estoicismo su fin. Estaba en mi auto leyendo las páginas finales y en esa parte precisa vi cómo un par de lágrimas mojaron las páginas de mi libro y lo que comenzó como un libro que me urgía acabar y que no podía esperar para llegar a la última página se convirtió en una apreciación descomunal hacia ese nipón llegado del otro lado del mundo que anduvo en la Revolución, que se codeó con Madero, con Villa, con Obregón, con algún presidente de El Maximato y con Cárdenas y me hace pensar en la cantidad de personas (ficticias, reales y/o ficticias inspiradas en personajes reales) que derrochan tanto brillo en su andar. A propósito del clima gélido que comienza a hacer estragos en las gargantas y pechos de las personas pienso en una novela de la escritura francesa autora del mundialmente conocido La elegancia del erizo, quien tiene una saga donde la fantasía, el drama y la historia hallan cause y su protagonista derrocha más que brillo.
En La vida de los elfos, Muriel Barbery nos cuenta la historia de dos niñas que viven separadas, pero comparten un destino para que la luz derrote a la oscuridad que se va ciñendo sobre ellas. Una de estas protagonistas es tanto el brillo, la bondad, amabilidad, humanidad y demás dotes extraordinarios que derrocha que incluso el entorno florece con su sola presencia. Podrá parecer exagerado, pero realmente hay personas tan resplandecientes que provocan ese tipo de cosas. Metáfora de personas que alumbran nuestros pasos y hacen que en derredor de nuestro camino las flores abran sus capullos, los pajarillos trinen bellas melodías, el sol brille y caliente y el viento acaricie nuestras mejillas. Algo similar a esto veo en la mayoría de las celebraciones navideñas. Mientras que los niños llenan de alegría esos días con la espera emocionante del hombre regordete, barbudo, jocoso y rojo que entrará en sus casas a dejarles regalos hay quienes ven regalos más allá de lo material. Para éstos son regalos ver a la familia junta, abrazar a los abuelos, cargar al hijo, besar a mamá, abrazar a papá, reír con el hermano, convivir con la hermana,pasarla con los amigos. Hay magia en la espera de esos momentos.
Frente a la locura consumista navideña (que la hay) se erige también la espera lenta y cálida de esas personas que, como la novela de Barbery, hacen que florezcan los páramos, de esas personas que guardan un especial rincón en nuestro corazón. Porque sí hay personas mágicas, hay personas que resplandecen, que mejoran nuestros ánimos y con quienes nos gusta estar. En Rita Hayworth y la redención de Shawshank el protagonista –Red– nos cuenta su historia, a forma de diario y memorias, sobre los años que pasó en prisión y cómo hubo un hombre que a pesar de estar ahí no estaba encadenado, un hombre que mejoró el entorno de todos con sus acciones, su bondad, su inteligencia y sabiduría, un hombre que le cambió la vida a él y a cientos más, uno que tomó se volvió leyenda dentro del lugar, uno del que luego se contarían sus hazañas con emoción, felicidad y un dejo de tristeza porque ya no está con ellos, un hombre que buscó la libertad porque era un ave demasiado hermosa para estar encerrado. Un hombre que parecía derrochar magia.
La ficción nos llena de personajes que resplandecen de tan bella manera que nos hace releerlos una y mil veces, como estos que menciono y miles más que hay por ahí aguardando al lector que darán magia con su resplandor. Acabé ya el libro de Kingo Nonaka, el japonés que me maravilló con su historia y que me hizo dar cuenta de que la espera y las personas correctas son la verdadera magia.
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Por Arturo Aguilar Hernández
Licenciado en Letras. En 2012 recibió el Premio Municipal de la Juventud, en 2016 fue galardonado con un premio al folclor municipal de calaveritas literarias; en 2017, 2018 y 2019 ganó distintos concursos literarios en el sector empresarial, en 2020 obtuvo el tercer lugar en el concurso “Cuando la poesía nos alcance” categoría B. Ha escrito cuentos, poemas, ensayos y artículos de opinión en diversos suplementos culturales y revistas en línea como La Soldadera, Efecto Antabús, El Guardatextos, Revista Collhibri, Revista La Sílaba, El Reborujo Cultural, Palabra Herida, Cósmica Fanzine, Horizonte gris, Revista Redoma, Licor de Cuervo y El mechero.
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