I
Desagravio
Lunes 31 de octubre de 2022
El reloj tañe en la estancia, oscurece y la lluvia ha comenzado a caer.
«¡Uff, Marco!, tan bello, tan joven —pienso—, espero saciar este deseo antes que pierda la cabeza.»
Allí está él, frente al espejo, con una copa de vino en la mano me sonríe lujurioso.
—¿Qué puedo hacer por ti?
—Verás, estoy harta de mi matrimonio. Si consigues estremecerme, te daré lo que quieras.
—Por supuesto, este será nuestro secreto.
—Amor —«Nunca me habían tomado tan fuerte»—. Ya no aguanto más; ¡bésame!
Y así, sin remordimientos, él lo hace, y, mientras me acaricia, siento su piel bajo mis dedos; siento su pasión…
«¿Es este el final?»
Amanece, ya no soy la misma, la estúpida que se arrastra por el imbécil de mi esposo: soy una mujer nueva.
«Tomaré este veneno, iré a casa y haré justicia por mi mano.»
II
Ensueño
El viejo se sienta en el parque, junto al Obelisco a los Mártires. Es un hombrecillo arrugado, tan flaco como feo. Su nombre es Secundino, pero todos le dicen el Tuerto. Le gusta masticar tabaco para olvidar sus penas. En las tardes él les da de comer a las palomas; parte un pedazo de pan, lo convierte en trozos pequeños y los arroja.
«No hay peor ilusión que vivir de glorias pasadas.» El viejo se pregunta cuándo vendrán sus hijos a visitarlo. ¿Qué le traerán?, acaso, ¿ya tiene más nietos? «Espero verlos antes de la Víspera de Todos los Santos.»
Cuando era joven, Secundino patrullaba el campo junto con sus compañeros, ofrecían protección a las caravanas que salían a la capital. Los rebeldes habían amenazado la ciudad, y era bien sabido que estar en la milicia era peligroso, sumamente peligroso. Al llegar a lo más profundo del recorrido encontraron árboles caídos. Creo que ahora algo no está bien. Me pregunto si Secundino sabrá lo que le va a pasar, seguro que no. El combate fue terrible y Secundino resistió con valentía: saltó del caballo y se lanzó a salvar la vida de los demás; pero entonces…
—¡No está aquí! —exclamó—. ¿A quién demonios estábamos protegiendo?
¡Lo habían engañado!
«¡Es una maldita mentira! Y ellos… ellos no eran más que los niños del barrio…»
Durante un momento sintió pena por los rebeldes, sus cadáveres en el camino emergieron deslumbrantes en medio de las tinieblas.
Bien, señor Secundino, es hora de regresar…
Desde entonces el viejo vuelve a contemplar a los pequeños, sus sonrisas bajo esos ojos de ternura, sus disfraces.
III
Efeméride
—Muy bien, muy bien Oreo. Me has traído un ave muerta, es un copetón, ¿verdad? —preguntó el hombre al tiempo que dejaba la colilla de cigarrillo en el cenicero.
—Puurr, puuurr —el gato se tumbó en el regazo y se puso a ronronear.
—Se ve más hermoso muerto que vivo. Te cuento que me han echado del trabajo; ¿sabes la razón?, pues por envidia. De nada sirvió partirme el lomo durante cinco años, y…, ¿qué recibí a cambio? Ni una recomendación, ni un puto reconocimiento: ¡miserables! Ah, pero eso sí, mi puesto lo ocupó Andrea, todos sabemos que su poder lo tiene entre las piernas. Lo mejor es no enamorarse de una mujer como ella, como ella…
—Puurr, puuurr.
—Iré a la fiesta de Halloween, si no regreso, ya sabes qué hacer.
El gato se levantó y se perdió en la penumbra.
Esa noche, o mejor, esa madrugada, el hombre bebió a más no poder. Miró a una mujer vestida de enfermera. ¡Por Dios santo!, justo como se la recetó el médico; así era como le gustaban que se movieran. Supongamos que, con lo poco que le quedaba, podría hacerla suya. Conseguir dinero era sencillo, pero tener lo suficiente para saciar sus deseos era un problema. Y sí, se ligó a Celeste. ¿Por qué habría de arrepentirse por vivir a costa de ella? No la amaba, quería su fortuna, su riqueza. Ahora se irían de luna de miel, quizá encontrarían una forma de pasar el tiempo.
—Cielo, ¿estás lista?
—Sí, aguarda un momento —contestó la mujer y tomaron rumbo a su mansión en la playa.
Y en la estancia junto a la chimenea:
—Hazme sentir bella de nuevo.
«¿Qué más da un poco de romance?»
—No me digas que no me amas.
—Por supuesto que te amo, cariño —y la llevó en brazos a la cama. «Esto es tan sencillo.»
No estaba del todo mal. Celeste tenía más de lo que pensaba el hombre. Pronto los gemidos se desvanecieron a medida que las velas se consumían. Ya era hora de deshacerse de Celeste y así lo hizo… El hombre regresó a casa, y, al atravesar el umbral de la puerta, se encontró de nuevo, en la playa, ¿en la mansión?
«¿Qué es esta brujería?»
La chimenea había dejado de arder.
—¿Pensabas en aprovecharte de mí? —preguntó la voz de… de ¿Celeste?
—¡Como así!, si… ¡si te maté!
—No seas iluso: "Más sabe el diablo por viejo que por diablo", y yo, yo seguiré viviendo.
—Pero… —retrocedió, sombrío.
—Los hombres son tan patéticos y predecibles.
El gato maulló junto al cadáver del hombre y su espíritu descendió al Infierno.
Por Luis Carlos Roa Gil "Dagor"
(Colombia, 1986) Maestro y escritor. Licenciado en Lenguas Extranjeras de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Ha publicado libros, relatos y minificciones en revistas de Colombia y México; ha ganado convocatorias en el sector cultural y ha sido tallerista del Festival Internacional de la Cultura de Boyacá. En la actualidad es profesor en la Normal Superior de San Mateo, Boyacá, corrector de estilo del concurso de cuento La Pera de Oro y bloguero.
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