Navegaba por las olas de Facebook cuando encontré una denuncia ciudadana en uno de esos grupos donde la gente común y corriente se queja de la inseguridad del lugar. La publicación era una de chica que narraba su historia y el terror que vivió al ser una candidata potencial para la trata de blancas. Resumiendo el contenido de este post, ella se encontraba camino a casa por una calle concurrida cuando un hombre se acercó a ella para rociarle algo en las piernas, se percató de esto y camino más rápido, pero aquel hombre se acercó nuevamente a ella y le volvió a rociar algo en las piernas, decidió correr pero notaba que sus piernas se debilitaban pero con suerte se encontró a una chica y le pidió ayuda. La conclusión de esto, llegó la policía a auxiliarla y sus familiares, descubriendo que el líquido era para dormir sus extremidades y lo más seguro así podrían levantarla sin problema. El día de la denuncia, le dijeron que fuera otro día porque no tenían papel, estamos hablando de que en la casa de la justicia se negaron a levantar una denuncia PORQUE NO HABÍA PAPEL. Los comentarios de indignación no se hicieron esperar.
Después de leer eso, la sangre me hervía de coraje y sin notarlo ya estaba llorando. Mil cosas pasaron por mi cabeza en ese momento, desde el miedo y la impotencia de la víctima, hasta el pensar, ¿qué hubiera pasado si yo estuviera en el lugar de esa chica?, definitivamente no todas tienen la suerte de salvarse, algunas pocas nos podemos llamar sobrevivientes de esta Purga que vivimos las mujeres día con día, y si me atrevo a comparar la situación actual de México con una película americana, es porque así nos sentimos todos los días.
Todo un fin de semana estuve sumida en mis pensamientos, tratando de digerir esa anécdota que pasó una mujer real en un camino real. Entonces me di cuenta que algunas y si no es que todas las mujeres estamos expuestas a que un día nos levanten, nos desaparezcan o alguien cercano a nosotras nos mate. Y con seguridad puedo afirmar que todas en algún momento sentimos miedo de salir solas a las calles, estamos alerta de que alguien no nos esté siguiendo o un carro vaya detrás de nosotros. Tenemos miedo hasta de las personas que caminan a un lado de nosotras. Y también reflexioné que desde que somos niñas nos preparan para no ser víctimas.
Recuerdo que cuando era niña mis padres me decían que no aceptara dulces de extraños y que nunca permitiera que alguien tocara mis genitales. En mi adolescencia, me decían que me fijara de que alguien no me estuviera siguiendo y si así era tenía que gritar y pedir ayuda. Cuando crecí y me fuí por primera vez al antro, tenía que cuidar que mi bebida la abrieran ahí mismo. Sin darnos cuenta, nuestros padres pasan su vida preocupados de que algo nos pase y nos enseñan estrategias de "supervivencia básica para ser mujer y salir a la calle". Yo me pregunto una cosa, ¿a los hombres también les enseñan a cuidarse de la sociedad?.
Podría dejarme llevar y escribir sobre toda la rabia que siento, pero el dolor no me da ni para expresarme con claridad. Lo que sí puedo decir, es que me duele el alma de ser mujer, de llorar todos los días por las que han desaparecido, por sentir miedo de caminar sola, de imaginarme el dolor que sienten los familiares de las víctimas, de saber que en México, un país feminicida, encuentran más rápido un auto robado que a una mujer desaparecida o al feminicida.
Sé que habrá gente que lea esto y se divierta, me dirán exagerada o feminazi, y a mucha honra lo soy, porque me es inimaginable pensar que hay gente afuera tan apática de lo que nos ocurre, también sé que habrán otros que piensen igual que yo, sientan la misma rabia e indignación. Y espero que al menos, llegue a tocar a una persona y se cuestione.
Y no, no soy exagerada ni dramática. Y no, no aparecemos muertas, NOS ESTÁN MATANDO.
Por Michelle Rodríguez
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